Vaqueros del espacio
¿Vaqueros espaciales? ¡¿Y por qué no?! La estética cyberpunk es de hacer sincretismo de los más variados elementos, elementos que si alguien se pusiera a considerar despertaría no pocas risas. Pero el cyberpunk funciona de pelos y —preciso es admitirlo— es irresistible.
Hablamos de Cowboy Bebop, serie lanzada en el año 1998 por el estudio Sunrise y la productora Bandai Visual. El anime consta de 26 episodios, ambientados en una sociedad distópica del año 2071. Pues bien, hasta ahí nada demasiado extravagante ni original, teniendo en cuenta la enorme cantidad de producciones realizadas entre los ‘80, los ‘90 y los comienzos del nuevo milenio, que se enfocan en una premisa parecida; pero lo que sí resulta verdaderamente revolucionario es su enfoque y su ambiente.
Cowboy Bebop versa sobre la historia de tres cazarrecompensas, una hacker y un perro, que viajan por toda la galaxia buscando peligrosos criminales. Decimos que su ambiente es notable porque recrea vivamente la atmósfera del cine negro, matizándolo todo con una maravillosa dirección del descollante Shin’ichirō Watanabe y una banda sonora impresionante (de las mejores de la historia de la animación japonesa, según la crítica especializada). Tal cosa queda en evidencia, si reparamos en el término bebop presente en el título de la serie.
The Seatbelts y el bebop
El bebop fue un estilo musical derivado del jazz que se desarrolló en la década del ‘40, y que se extendió a lo largo del siglo pasado. Pues bien, nuestra serie cuenta con una marcada influencia del género, que la buena señora Yōko Kanno —compositora e instrumentista—, lider de The Seatbelts, recreó con exquisito tino. Muestra de ello es la canción Space Lion, o el mismo e inolvidable ending (canción de cierre) de la serie: The Real Folk Blues.
Mirá el video (The Real Folk Blues):
Mirá el video (Space Lion):
Los valores y la nostalgia (o la nostalgia de los valores)
Lo más característico de esta obra inigualable de la animación japonesa es su carácter intimista. Si bien la serie no carece de acción y posee una narrativa poderosa, nos invita a viajar por los redaños de la vida de los diferentes personajes, dedicando capítulos enteros al descubrimiento de sus historias. La presencia irrenunciable del pasado es algo que atenaza a todos los protagonistas, y que llega a ser siempre la última razón de sus actos. Nuestro legendario estelar, Spike Spiegel, lo dirá algunas veces: «Mi ojo izquierdo mira el pasado», que es ocasión para que no pocas veces se aluda, con un tono visiblemente calderoniano, a que la realidad es parte de un sueño, y de que todos los personajes busquen, más tarde o más temprano, comprobar si están despiertos. La penetración psicológica de los planteos que nos trae la serie es algo estimable y es una de las cosas que más ponderamos.
Pero también es algo digno de mención el hecho de que el valor de la amistad, la confianza, la camaradería, la nobleza, la generosidad, los encuentros, los desencuentros, el arrepentimiento y la inclinación al bien, son tópicos constantes que la serie preconiza y de los que no se desprende ni un segundo. «Arreglar el pasado» aparece como el mayor postulado; por lo mismo: el sentido del deber, de la responsabilidad. El pasado nos persigue porque, en rigor, estamos constituidos de pasado. Es por este tipo de cosas que la serie se añeja favorablemente con el paso del tiempo y que uno, a medida que crece y vuelve verla, encuentra nuevas notas de un delicioso sabor en ella —y es, también, motivo por el cual está destinada al público adulto—.
Y así, propio de este tono intimista y cargado; de este tono abismal y comprometido, recibimos diálogos como el siguiente, protagonizado por Spike:
«Había una mujer… Por primera vez en mi vida, vi a una mujer realmente viva. Eso creí. Ella era una parte de mí que había perdido. Es mi otra mitad, lo que siempre quise.»
¡Malditas corporaciones, ahora controlan todo!
Y aquí entramos de lleno a la parte jugosa del asunto. Que Nextflix, ¡ay, Netflix!, ha sacado su propia versión del anime, un live action (con actores de carne y hueso). La serie fue lanzada el 19 de noviembre de este año, acumulando gran expectativa, pero les decimos: ¡que se les van a frustrar! Tal parece que el hiperconsumo al que estamos tan acostumbrados —y por eso mismo— no discrimina, no repara, no se interesa. Tan solo —siempre bajo una mirada utilitarista— se pretende abultar las cuentas bancarias y nada más, ¡nada más!
Netflix ha destruido por completo cada uno de los aspectos mencionados más arriba, sustrayendo la profundidad, el compromiso, la estética… en fin: el verdadero sentido de la obra. Con actuaciones paupérrimas y una ambientación por demás artificiosa; con un tono tontuelo y bromista (que el anime tiene humor y no chabacanería); con un ritmo soporífero… en fin: una versión muy propia del ya extinto canal The Film Zone; muy propia del más bizarro contenido erótico de cable. Y, ¡precisamente!, uno no sabe si en algún momento los personajes propiciarán una escena al mejor estilo Emmanuelle; añadiendo, por si fuera poco, que el vestuario parece como salido de una convención barrial de comics. Y ustedes perdonen si sonamos demasiado ásperos con estas descripciones, pero ocurre que no vemos otra cosa, y que estamos hablando de una mega-productora. ¡Es un insulto para las producciones audiovisuales! ¡Y qué no decir para los fanes, los justísimos fanes de una obra de tal envergadura como resulta el anime!
Diferencias imperdonables
Basta pasar revista someramente a capítulos como el 5, el 7, el 12 y el 13, el 17 o el último episodio doble (que son los que recomendamos con pasión), de la serie original, como para percibir el inescrupuloso atropello que esta nueva creación nefasta ha perpetrado. ¡Porque Cowboy Bebop era poesía! Era un western con una potencia visual, una fotografía, una puesta de cámara y un tono inigualables. Porque incluso ¡y tan adelantada a su época! pasaba por alto los estereotipos y, aun sin atender la corrección política, nos ofrecía personajes de las más variadas índoles: mujeres más fuertes e ingeniosas que los hombres; personajes de sexualidad ambigua; personas de diferentes etnias, etcétera, y todo ello imbricado con una naturalidad propia del artista, propia de quien se presta al arte y permite que el arte fluya a través de su sangre. Y así las cosas: ¡que a la penosa adaptación de la corporación Netflix le falta sangre! Y por el mismo motivo busca acomodarse a los nuevos tiempos, evitando las notas más características y ostensiblemente intencionales que tiene la obra. Todo esto porque ocurre que se desatiende el hecho de que no es preciso adaptarse a ningún tiempo; que las obras máximas por algo lo son y que, por más de que alguien quiera reformular alguna cosa, más aprovecharía creando algo nuevo que mancillando lo que debería quedar inalterado. Pero ocurre que si hay algo que echamos en falta por nuestros días es la creatividad, el pensamiento propio, las ideas propias. Hasta parece mentira que el mismo Watanabe haya sido consultado para esta adaptación. ¡¿Adónde han ido los espíritus de personajes como el implacable y despreciable Vicious o el terrorífico Pierrot Le Fou?!
Sin embargo, no todo es funesto, ni lo espectadores son ingenuos —¡por suerte!—. Luego del lanzamiento de la primera temporada de esta adaptación, Netflix decidió cancelar la segunda temporada a causa del escaso nivel de audiencia. ¡A que no nos extraña!
En suma… no queda más que decir salvo que, si acaso quisieran descubrir una obra antológica, vayan a la verdadera fuente. Que si quieren aprovechar su tiempo, se remitan a las obras hechas con convicción; que rehuyan del hiperconsumo, que se respeten.
¡Nos vemos, vaqueros del espacio!
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