En pleno auge de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Franklin Delano Roosevelt definió las cuatro libertades sociales que son inalienables a todo individuo en democracia: la libertad de expresión, la libertad de creencias, la libertad para vivir sin miseria y la libertad de vivir sin temor. Noam Chomsky agregó una quinta libertad: saquear y explotar, que es la que han practicado las tiranías de la Tierra. Cuando los dueños de la riqueza concentrada en pocas manos se apropian del Estado comienzan por destruir los derechos humanos y a desaparecer las cuatro libertades fundamentales.
El 28 de octubre pasado murió el amigo Lucho Vázquez (1944-2024), un guerrero por la libertad, por la igualdad y por la paz. Cuando se cercenan los derechos y se cancelan las libertades así como la atención a los más débiles, se provoca una reacción popular ante la ignorancia de los que mandan. La resistencia de los pueblos acude a las calles para recuperar su dignidad y sus medios de existencia. En 1973 se eligió un gobierno constitucional en Argentina después de siete años de permanencia militar dirigiendo con verticalismo las instituciones públicas desde la Casa Rosada. No obstante, la lucha por las libertades y los derechos constitucionales no podía cesar, ya que habían sido ignorados y suplantados por decretos autoritarios.
Aún quedaban por despejar muchos terrenos de opresión. La crisis económica se profundizó y en 1976 se registraría un nuevo golpe de Estado. Los movimientos guerrilleros habían continuado transitando el camino de la acción armada, y la respuesta del sistema fue la represión indiscriminada hacia el conjunto de la población que manifestara un pensamiento orientado a la necesidad del cambio.
En esas circunstancias, Lucho dirigía la Asociación de Trabajadores del Estado en Mendoza. La Escuela Superior de Bellas Artes y la Facultad de Antropología Escolar se distinguían como bastiones de un pensamiento transformador. En las marchas pacíficas y en los plantones o tomas de facultades confluíamos trabajadores y estudiantes. Desde las sombras se atentaba en contra de líderes populares o bien con pensadores que cuestionaban el sistema. El filósofo Enrique Dussel sufrió el estallido de una bomba en su domicilio. A Oward Ferrari, profesor de la UNCuyo, le destruyeron en tres ocasiones la puerta de su departamento. Los secuestros y desapariciones de civiles eran fenómenos cotidianos. Se argumentaba que era una guerra en contra de la subversión, pero se arrasaba con la ideología de liberación espiando y persiguiendo a luchadores desarmados para su eventual control o eliminación.
El que fuera entonces dirigente sindical y estudiante universitario recientemente fallecido fue secuestrado por un grupo de tareas el 1 de diciembre de 1975. Como era usual en aquella época recibió torturas físicas y psicológicas de todo tipo. El único delito que se le imputaba era pensar distinto a las autoridades en ejercicio de su libertad y participar, en consecuencia, en los movimientos de masa. Al principio de su reclusión, en la puerta de su celda permanecía un guardia que tenía la orden de despertarlo a mitad de la noche con un baldazo de agua. Años después evocaría estas palabras.
“Comienza el sumarme a una larga batalla dentro de los campos de concentración y de las cárceles, que encaramos los secuestrados por el sistema, defendiendo nuestros ideales y fue, entre otras cosas, la tenaz resistencia la que nos ayudó a sobrevivir a la mayoría de nosotros”.
Este breve párrafo publicó Lucho en facebook el 1 de diciembre de 2021 al conmemorar un año más de su liberación el 1 de diciembre de 1980. Al quedar en libertad y sin recursos económicos se fue a picar piedra a la montaña y luego de un tiempo, al administrar un pequeño quiosco en la ciudad, conoció a Perla, pareja de la que nunca más se separó y con ella formaron una familia en la que nacieron cinco mujeres y cuatro varones. Durante el gobierno de Bordón fue reincorporado a la administración provincial en el área de cultura, donde coincidimos por unos meses trabajando junto con Ernesto Suárez orientados por el liderazgo de Pupi Agüero desde su puesto de funcionaria. De habitar una rudimentaria vivienda junto a las vías del tren y alimentarse de lo que recolectaran, terminaron por construir hace pocos años una casita junto a la playa en el sur de la provincia de Buenos Aires. Todo trabajado a pulmón con la energía de lo que siempre fue: un luchador por la familia y por la patria.
Lucho poseía una sólida cultura literaria y política, reflejada en su variada biblioteca. Además, también era un hábil trabajador manual que desde la mecánica hasta la albañilería resolvía los problemas de la vivienda que ocupaba con su familia en Guaymallén en la que cultivaba una granja de patio. Siguió apoyando con espíritu crítico las causas a favor del pueblo como un ciudadano más. Su lema de vida se sintetizaba así: El futuro es hoy. El presente es mañana. El pasado es escuela.
Su tenacidad para recobrarse de la injusticia y superar obstáculos para brindar estabilidad y educación a su familia, cabe a la perfección en algo que escribió Pier Paolo Passolini, el gran director de cine italiano, asesinado con saña por ser homosexual. "Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde".