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Dichosos los ojos que lo vieron al Victor…

02/06/2020 00:02
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Por Roberto Suárez, Especial para Diario Jornada

Esta nota está signada por recuerdos personales. Cosas que habitan la memoria del final de la niñez, el borroso inicio de la adolescencia y la juventud y la madurez de este cronista. Quedan advertidos los lectores…

Pasa que los ídolos siempre fueron una necesidad del hincha, pero también debieron contar con impulso personal. Y si bien la chapa de ídolo se les pegó a muchos, la diferencia radica en que cuando todavía no eran los tiempos de cambio rápido de figuritas, cuando se podía recitar de memoria todas las formaciones de los equipos, quien llegaba al pedestal de ídolo lo hacía para anidar en el alma del hincha. Y por más que no se pretenda enarbolar aquí la melancolía, está claro que hoy es todo más fugaz. Habrá sido porque les tocó una época todavía alejada del mercantilismo actual. Me refiero a los tres ídolos emblemáticos que ha tenido.

Con el Víctor me une la misma relación que con Nicolino… De chico mi viejo me llevaba a la tribuna a ver los partidos de la liga Mendocina de futbol, del campeonato local, donde deslumbraba en el equipo de Gimnasia y Esgrima, el que luego sería considerado uno de los más grandes jugadores de fútbol de la Argentina en su historia. Luego en la adolescencia y juventud me tocó como periodista cubrir gran parte y el final de su brillante carrera, para pasar en los últimos 25 años a ser grandes amigos. El ídolo, el personaje a tratar en la profesión y luego la amistad.

En 1970 tenía 17 años. Tuve la enorme posibilidad de debutar en una transmisión del campeonato nacional de fútbol, en LV10 Radio de Cuyo, como vestuarista. Jugaban el glorioso equipo de Gimnasia de Mendoza ante Newell’s en Rosario, y mi primer reportaje fue a Víctor Legrotaglie. Los nervios me carcomían; el hecho de debutar con uno de los más grandes relatores que conoció Mendoza, Jorge Germán Ruiz, era todo un desafío. Pero había que largarse. Fue una enorme oportunidad que no desaproveché. Me acuerdo que cuando Germán me dio paso le dije que debutaba cantando con Gardel al hacerle el reportaje al Víctor.

Al conocerlo tanto entendí profundamente por qué era un ídolo verdadero. Porque tenía ese ángel, ese fuego sagrado, que lo llevó a ser querido y reconocido por tanta gente.

El Víctor en la cancha transmitía el equilibrio entre el arte de engañar, del atacante, y el arte de destruir el engaño, del defensor, como una alegoría de la vida misma. Desplegaba como resultado el arte espontáneo, imprevisible, mágico, desequilibrante, contundente a la hora de definir. Siempre lograba la jugada soñada, con alegría, con pasión.

En tantas reuniones y asados en que hemos hablado sobre esto me quiso explicar lo que lograba en la cancha refiriéndose a colegas que sostenían que los jugadores profesionales no se tenían que divertir. “Cómo que no, yo no sé si alguna vez habrán tocado una pelota. Yo me divertía apenas pisaba la cancha. El jugador se divierte en las prácticas, en los partidos, siempre. No hay nada más lindo que correr, saltar, jugar. Se divierte el que crea fútbol, porque participar del juego es hermoso. Y si encima tenés la posibilidad de tirar una buena pared, hacer una buena jugada, una buena gambeta, un buen tiro libre, un golazo, y que la gente te ovacione, ¿qué más querés? No importa si perdés o ganás, lo lindo es pensar que el domingo que viene podés tener tu revancha…

Sin ninguna duda el Víctor ha sido uno de los mejores jugadores que ha dado Argentina. Un talento enorme, un hombre que tenía el fútbol en la cabeza y luego en los pies, un zurdo magistral que construía el juego con la naturalidad y con facilidad con la que solo pueden hacerlo los genios. Un grande de verdad, de los que ya no salen. Por más que haya jugado casi siempre en Mendoza. Su juego siempre estuvo muy por encima de títulos y reconocimientos, que siempre fueron menos de los que merecía. El fútbol del Víctor era talento, imaginación y sentido colectivo. El grupo por encima del individuo. Su juego era puro sentimiento. Amor a la camiseta y entrega al público.

Nació el 29 de mayo de 1937, en la calle Federico Moreno de Mendoza (Por ello el años pasado lo nombraron Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Mendoza). Muy niño ya demostró que había nacido para triunfar en la irregular geografía del potrero y después en los grandes escenarios del fútbol. Empezó a jugar en la Sociedad Italiana 5 de Octubre del departamento norteño y que habían fundado su abuelo y su tío. Antes fue goleador y elegido el mejor jugador de los torneos de baby fútbol. Luego vino el dato estadístico que marca uno de sus récords: debutó directamente en la primera de Gimnasia y Esgrima sin haber pasado por las divisiones inferiores.

Llegó a Gimnasia llevándole el bolso a un amigo que jugaba en el “Lobo”. El técnico de Gimnasia era el “Mona” Alfredo García. Este visionario ya lo había visto jugar en Las Heras, y cuando se lo encontró en la cancha del Parque le dijo: “Bien pibe, por fin te decidiste a venir”… Y de inmediato le ofreció integrar el banco de suplentes.

Era un torneo Vendimia y a los pocos minutos de empezado el partido, García lo hizo entrar para marcar en la historia el primer partido en primera del Víctor.

Fue en 1956 y viene otro de los datos resonantes: jugó 20 años consecutivos en primera división, hasta 1976. Casi siempre en Gimnasia. Ganó los campeonatos con el conjunto del Parque de 1958, 60, 62, 64, 68, 1970, 71, 72 y 1974.

Jugó en otros equipos como Chacarita Juniors (campeón de la B en 1959). Atlético Juventud Alianza. San Martín en un torneo interprovincial. En Atlético Argentino. Y fue refuerzo de Independiente Rivadavia. Pasó por River, donde no quiso quedarse. Tampoco aceptó ir al Real Madrid, que lo buscó insistentemente. Prefirió ser grande en su tierra, en su Mendoza amada. Fue titular 15 años consecutivos en la Selección Mendocina.

Marcó cientos de goles pero se destacan sus 11 goles olímpicos, sus 60 de tiros libres y uno de escorpión (la famosa jugada que inmortalizó René Higuita). En esa ocasión el Víctor se echó hacia delante en la puerta del área, puso las manos sobre el césped y al mismo tiempo elevó los pies en el aire, y remató con los talones para convertir ese gol.

Con el tiempo quedó una comunión entre Mendoza y el Víctor. Su apellido o apenas su nombre son sinónimos de Mendoza.

Es uno de los personajes más emblemáticos de la provincia. Como lo es el Negro Contreras y como lo fue Nicolino. A veces cuando me juntaba con Nico y el Víctor qué parecidos los encontraba. En su creatividad, en su magia, en su bohemia… Podría decir que verlo jugar a Legrotaglie era verlo pelear a Locche. O al revés, verlo a Nicolino arriba del ring desplegando su magia era como verlo al Víctor encantando con su zurda. Nico la pinta de Chaplin y el Víctor con su físico de jockey, como alguien se lo decía en sus comienzos al verle las piernas flacas y las medias caídas.

Legrotaglie es considerado el más grande jugador que dio Mendoza, y reconocido en el país por ser uno de los más destacados de la historia nacional. Para muchos expertos integra el gran equipo de todos los tiempos.

La vida de Legrotaglie estuvo signada por la gloria y la desgracia. Vivió muy joven lo peor de un hombre, la muerte de un hijo. Su querido Cocó falleció trágicamente en la plenitud de su carrera. En ese momento tomó la decisión de suicidarse, se le había acabado el mundo. Llegó con su auto hasta la cima del Cerro de la Gloria, dispuesto a arrojarse. Pero según él mismo me contó no lo pudo hacer y se dijo: “Tengo que poner la cara y estar con el Cocó, aquí en este mundo”. Y se abrazó a ese mística que lo acompañó hasta el final de su carrera. Entraba al campo de juego cumpliendo un rito sagrado: llevaba el pantaloncito del Cocó y en el centro del campo de juego todos sus compañeros tocaban la tela que era sagrada para el maestro, para el director de la orquesta, que lo unía a todo su equipo para luego dar una clase de fútbol.

Pudo afrontar esta situación también por el gran amor que lo unió a su compañera de toda la vida, su esposa Olga, más conocida como la “Lucha”, que unida a sus dos hijas, lo sostuvieron siempre en las buenas y en las malas. Sobre todo dándole esa libertad de pájaro que le permitió anidar siempre con amigos.

El Víctor no solo es un nombre, es también un sustantivo que sirve de sinónimo para la calidad volcada a un campo de juego, un adjetivo que califica situaciones mágicas y/o geniales que sintetizan acciones de destreza casi artísticas.

Un jugador fantástico e irrepetible en su estilo que con su zurda inventó historias para la historia. El fenómeno del fútbol al fin de cuentas. El que hace llorar de emoción a los unos y los otros, a propios y extraños, en una comunión que unió a todos sin importar la camiseta. Eso fue el Víctor.

Como decía otro Víctor, mi gran maestro de periodismo y uno de los más grandes comentaristas de fútbol que tuvo el país, el Negro Brizuela, cuando le pregunté hace muchos años qué opinaba de Legrotaglie me respondió “Dichosos los ojos que lo vieron jugar”…


El gusano loco

Entrevista al Víctor realizada por Jorge Sosa

El gran escritor y monologuista radial Arthur García Nuñez, uruguayo de nacimiento, que se hizo querer en nuestro país con el nombre de Wimpi, decía que tipos así, como el Víctor, eran gusanos locos, los inventores de la “inestabilidad creadora”. Todos los demás eran gusanos adaptados acostumbrados a hacer lo mismo. De pronto aparecía uno que se movía un poco más, que trepaba un poco más, que se doblaba diferente y entonces, los adaptados lo miraban como un tipo raro, pero era el que estaba haciendo crecer a toda la colonia, el rebelde, el que venía a escribir otra historia. Así la humanidad se benefició con la obra de los Da Vinci, de los Galileo, de los Colones. El Víctor es un gusano loco, un querido gusano loco que puso en una cancha lo que Nicolino puso sobre el ring: alegría. ¡Loor a los gusanos locos!

“Yo sigo siendo de mi club, el 5 de octubre, allá en las Heras. Siguen siendo mis amigos el Tulo, el Rafa, Victoria, Ledesma. Jugábamos al Baby Fútbol (institución casi perdida, lamentablemente). Nuestra camiseta era roja. Yo chocho porque entonces era hincha de Independiente de Avellaneda.

La infancia no se nos va, por más cruel que haya sido, uno guarda aquellos momentos de felicidad niña, entonces de pantalones cortos, con un solo tirador. Cuando uno ríe de niño, ríe en estado de pureza.

Mi viejo, Antonio, de Bari, tano hasta los enojos. Mi madre, te la digo toda: Micaela Lopez Torres de Logroño, de Castilla la Vieja. El viejo zafaba, era constructor, tenía auto y también tenía ausencias. Ellos nos inventaron a mí, a Carola, a Raúl, a Oreste, mis queridos hermanos. Pero el que me daba impulso de cancha era mi abuelo, el Vito, como Corleone. Venía con la pelota adentro del saco y me tentaba y yo jugaba. Mi abuelo me dio afecto, me dio respeto, pero me tenía a los piques. Yo tenía la habilidad muy declarada. En los partidos de baby me daban todos los premios, los que premiaban debían ser amigos míos. Eso sí, en la escuela “tres” en Aritmética, “tres” en Geometría, “tres” en Historia y “diez” en Educación Física y en dibujo. No porque supiera dibujar bien, sino porque mientras los otros dibujaban yo le hacía payanitas con la pelota al profesor y al él le encantaba”.

Nos olvidamos que el fútbol es un juego. Así nació, para divertimento de los que lo practicaban y de los que miraban. El fútbol debe privilegiar la alegría y la belleza, porque es estéticamente bello, como ningún otro, como ningún otro se juega con lo más lejos que tenemos: los pies. El Homus Habilis que pateó por vez primera la vejiga hinchada de algún mamífero, nunca supo que había inventado uno de los juguetes más simples y seguramente el más trascendente: la pelota.

La que traía el abuelo Vito era la de entonces, con tientos. Mucho se quejaban del tiento: “Cuando pateás el tiento con el pie débil, te duele y no te digo nada cuando lo cabeceás”. Yo aprendí a usar el tiento para darle efecto a la pelota, a mí el tiento no me incomodaba, me servía”.

Después dos cordobeses de Belle Ville inventaron la válvula, y el cordón de cuero que cerraba a las pelotas de entonces desapareció. ¿Cambió el fútbol? Muchos me dirán: “Claro, y mucho”. Yo no lo creo. Sigue siendo un enfrentamiento de once contra once para adueñarse de la pelota y llevarla al arco rival, aunque Borges sugiriera que debían darle una pelota a cada jugador. Los que cambiaron fueron los intereses que rodean al fútbol, pero eso no es cuestión de alegría, por el contrario, a veces suele ser sinónimo de muerte. Si algún psicólogo de objetos sentara en el diván a la pelota, comprobaría que sigue añorando el potrero, los arcos chuecos de palo, algo de pasto entre mucha tierra, y ese olor de guiso de las casas vecinas y las muchachitas que miraban desde la vereda con ojos de hembritas al acecho.

“Con Lucha, mi mujer, nos conocíamos del barrio. Tenía diez años cuando le propuse noviazgo, de aquellos noviazgos inocentes de hacerle la pasadita y de mandarle saluditos con las amigas. Me pidió que la tratara de usted. Ella me enseñó a vivir”.

Y claro, las habilidades como las del Víctor se conocen y se conversan en el barrio y en los barrios aledaños, y aún en los más alejados. “Enfrentar al cuadro de ese pibe es como entrar a la cancha perdiendo tres a cero”. Un día lo ve un señor y lo cuenta en su club, quiero decir en un club de esos llamados grandes: Gimnasia y Esgrima. “Allá en Las Heras hay un pibe que la rompe”.

“A Gimnasia me lleva el Mona García, un tipo excepcional. Si Gimnasia roncaba fuerte en ese tiempo un ochenta por ciento era por el Mona García. Pasé del campito a la primera de ‘Los Pitucos’. Fue en el año 56, tenía 16 años. Todos los domingos, para no pagar entrada, le llevaba el bolso a uno de los grandes jugadores de la época: el Chupino Cardone. Ese domingo jugaba Gimnasia contra Gutiérrez. El Mona me ve con el bolso y me dice:

– ¿Qué hacés con eso?

– Vengo a acompañarlo al Chupino.

– ¿No te animás a entrar?

Imaginate, me quedé duro con la propuesta. Entré como suplente. Entonces no había banco. Andábamos por ahí, afuera de la línea de cal, desparramados. A los veinte minutos se lesiona Viera, uno de los delanteros. Me mandan a la cancha. Hicimos seis goles y dos fueron míos. Desde entonces jamás dejé de jugar en primera”.

Los de la casa se conmueven. El barrio comenta, se asombra y se alegra. “Mirálo vos al culillito ese, aún le chorrean los mocos y ya juega en primera”. Sin embargo, en la familia Victoriosa, las opiniones están divididas.

“Mis tíos tenían puesta la camiseta de Independiente, mi viejo también. La que era de Gimnasia era la Micaela, mi madre. Yo ya me había pintado el corazón a franjas verticales, negras y blancas. Mi vieja, me seguía, mi viejo se perdía. No lo encontrábamos. La gallega era extraordinaria para todo. ¡Qué bueno es que la familia que la familia te apoye! Lo nuestro comenzó a ser una pasión familiar”.

¿Cambió el fútbol? No, cambió el entorno. Ahora es más importante un dirigente que un jugador. El fútbol es un gran negocio que deja en el banco de suplentes a la habilidad. Los técnicos te enseñan a correr mucho, a meter mucho, y te dicen, en el colmo del antijuego: no gambetee, no haga caños, nada de taquitos ni de chilenas. Perdón, maestro, pero usted está prohibiendo el fútbol.

“Veo a los técnicos de hoy marcándole a sus dirigidos jugadas en un pizarrón. El pizarrón es de los colegios, no de la cancha. Nosotros, con los Compadres, no nos fijábamos en tácticas ni estrategia, salíamos a divertirnos y eso nos acercaba al triunfo. Yo tuve dirigentes de lujo y tuve hinchas de lujo. Me invitaban a comer al barrio San Martín, su pobreza de puchero, y allí iba y me sentía entre los míos. Todos saben que Independiente Rivadavia y mi Gimnasia eran los grandes rivales. Nunca tuve un problema con la hinchada de Independiente. Nos respetábamos. A ver si nos organizamos para volver a ser”.

Entonces los partidos de la Liga Mendocina de Fútbol llenaban las canchas. Cada domingo era una fiesta. Se cobraba entrada, cierto, pero los que iban sabían que lo que iba a ocurrir adentro de la cancha valía mucho más que la entrada.

“El fervor se perdió. Eran canchas donde no cabía un alma. Ahora las ligas regionales están agonizando y se organizan torneos nacionales, A, B, C…, para poder dirigir estoy haciéndome un abecedario.

En el fútbol es indispensable un apodo, no hubiera sido lo mismo Menotti, sin el “Flaco”, Pelé sin “O rei”, Fisher sin “El lobo”, Gatti sin “El loco”, Ortega sin “El burrito”. El DNI de los ídolos debería tener un lugar para el apodo.

“A mí me decían ‘El Patón’ porque calzaba el 44, que no es un número espantoso de botines, pero con mi cuerpo menudo se notaba mucho. Después me pusieron ‘Calzoncillo’, porque yo nunca usé calzoncillo y menos debajo del pantalón de fútbol, me molestaba, me sentía ceñido, atado”.

Del lado de afuera de la cancha pueden existir sociedades anónimas interesadas en el negocio. Del lado de adentro de la cancha las sociedades son de amigos, las que hicieron trascendentes a los equipos que consiguieron esos trofeos enormes a los que les quedan chicas las vitrinas. Digo: Muñoz, Moreno, Pedernera; recuerdo: Marzolini, Rattín, Gonzalito, no me olvido de Bochini y Bertoni ni de Gerson, Rivelino, Pelé y Tostao de aquella belleza que fue la selección de Brasil, en México 70.

“Éramos compadres adentro y afuera de la cancha. Amigos del alma. Acá en Mendoza ser compadre es una categoría superior a la amistad. El Polaco, el Bolita, Aceituno, Guayama y yo. Nos hablábamos en los partidos, nos dábamos ánimo, nos felicitábamos, gozábamos cada pase y ni que decir cada gol. Después se nos sumó ‘El Documento’ Ibáñez. Se lo merecía. Sentía el fútbol como nosotros”.

Compadres adentro y afuera de la cancha, compadres también en el dolor. Porque no puede haber dolor más grande que se te vaya un hijo. Fueron tres los pibes que construyeron con la Lucha: Víctor Omar (Cocó), Carina y Olga. Cocó estaba en el piso donde cayó la desgracia. Víctor no podía explicarse ese golpe de la vida. Un día se subió a lo alto del Cerro de la Gloria. Estuvo a punto de tirarse. Cocó, ahí cerquita, en el cielo de los pibes, lo retó. Víctor era del equipo de la alegría, no podía perder por goleada. Desde entonces un pantaloncito de Cocó lo acompañó en cada partido, siempre. “Los compadres” la tocaban antes de salir de la cancha. Uno es compadre también para compartir el llanto. Vinieron otros dolores.

“Me golpeó mucho el adiós del Gringo Mémoli. Nos respetábamos mucho. Porque el Hugo era pasión total, ponía todo cuando jugaba, ponía los güevos como si tuviera cuatro. Pero un poco más arriba de eso era una persona excelente. Mirá que nos hemos enfrentado en partidos a muerte, mirá que me daba con todo, sin perdón, sin dar ni pedir tregua, pero nunca fue mi rival, fue mi amigo. Cuando se fue yo lo despedí, se me quedó vacío el abrazo”.

Buenos Aires y sus aledaños han dado grandes futbolistas, pero no menos dio el interior. Fundamentemos la afirmación: Kempes, de Córdoba; Carlovich, de Rosario, Batistuta de Reconquista; Ortega de Jujuy; Bernabé Ferreyra de Rufino, y los mendocinos Pancho Lombardo, Roque Avallay, Pedro Waldemar Manfredini; Luis Artime; Roberto Rogel, entre otros. Los clubes grandes de la Argentina siempre tuvieron “los avisadores”, los que llamaban a la Capital y decían: “Che, vengan a ver a este pibe que la rompe”.

Vinieron a buscarme los dirigentes de Chacharita, los de acá no querían que me fuera. Pero me convencieron. Salimos campeones con Los Funebreros. Jugué un año. Fui tapa de El Gráfico. Ser la portada de esa revista era todo un reconocimiento, te transformaba en famoso. Al finalizar la temporada me dicen los del club que el 10 de enero había que volver a las prácticas. Yo contesté: “Perdone, jefe, pero el 8 de enero me caso con el amor de toda mi vida. Me voy a casar y me voy a quedar a disfrutar en mi tierra. No cuente conmigo. Así que rompí el contrato y volví a Mendoza”.

Claro que no fue la única oferta. Había ojos con miradas extranjeras que lo estaban siguiendo.

“Tuve un paso fugaz por River y me hicieron ofertas el Real Madrid, el Inter, el Cosmos de Pelé y Beckenbahuer. Me acuerdo que estaba comiendo un asado con mis amigos y me llamaron del Real. Pero yo no quería irme. Acá me habían dado todo. ¿Cuántos millones de dólares? No importa, lo mío, lo pequeño, lo de mi provincia valía más que eso. No fui”.

Lo que nos da nuestra tierra a veces vale más que cualquier tesoro. Fíjese en esta Mendoza, ¿en qué otra parte del mundo va a encontrar la historia de un pueblo que se jugó la vida por la libertad de América, que le ganó varios partidos al desierto, aunque el campeonato aún no se termina? ¿En qué otro lugar va a encontrar un monstruo de piedra como el Aconcagua? ¿En qué otro lado el vino de trago noble, las sopaipillas de los días con lágrimas de cielo, las tonadas que salen a tutearse con las estrellas? Dicen que a la bohemia la inventaron los franceses, puede ser, pero se ejerce en todos lados.

“Mi mujer se preocupaba porque yo salía mucho de noche. Es que en la noche te piden documentos y yo no tenía. El único que tenía a mano era el ‘Documento’ Ibáñez. Siempre me gustó la noche porque en la tarde había mucho sol. Se me ponía la cara roja. En la noche se te abren las puertas para pensar”.

Todos los domingos en los que juega Gimnasia hay una bandera que lo recuerda, así ha de ser mientras el pueblo mantenga el recuerdo por aquellos que lo hicieron feliz. Ojalá que siempre. ¿Cuántos hinchas del Lobo se hicieron hinchas por el Víctor? El estadio “Mensana”lleva su nombre. El talento no se cuantifica, no se es talentoso ocho, o talentoso diez, simplemente se es talentoso. Pero por las dudas hay números.

“Hice once goles olímpicos, 66 goles de tiros libres, y creo que más de 350 goles, por ahí debo andar. ¿Caños? Eso no se puede calcular”.

Es entonces cuando uno se pregunta, con semejantes antecedentes ¿Por qué no la selección?

No fue un anhelo la selección nacional. Me hubiera gustado estar, pero no me buscaron.

Me hubiera gustado verlo con la celeste y blanca. Me gustaría volver a verlo con la rayada negra y blanca, porque yo, al menos, nunca vi nada igual y no creo que lo vea en el futuro. Lloraba y aplaudía, me reía a las carcajadas y abría la boca de la admiración hasta que se me viera el píloro. Muchos le dicen “El Maestro” y es justo, por aquello de “el que se destaca por su perfección y valor dentro de su clase”, pero también por “experto, persona que ha alcanzado alto grado en su oficio”, pero también por “aquel que dirige una orquesta”. Eso me gustó, maestro, porque el fútbol puede ser la mejor sinfonía para los ojos y para la emoción y usted, maestro, tocaba el mismo “Himno a la alegría” mejor que Beethoven.

Wimpi tenía razón. Son estos gusanos locos lo que hacen que la vida no sea tan monótona y que la especie se vaya superando. ¡Loor al gusano loco del deporte más bello!

Te voy a decir una cosa, Sosa, y vos que sos periodista, repetílo. Que entiendan los pibes de lo que se trata: el fútbol es una cuestión de amigos.

Patonerías

(Anécdotas de arco a arco)

Jugamos contra el Santos de Pelé. Perdimos 3 a 2, pero hicimos un partidazo, a tal punto que cuando terminó el partido Pelé me vino a saludar a mí.

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Partido contra Rosario Central, en Arroyito. Me habían puesto un jugador de marca, Aimar, me seguía a todos lados. Decí que no se me dio por ir al baño porque seguro que me seguía. Entonces nuestro director técnico era Pedro Sará. La marca de Aimar era muy pegajosa. En un momento le digo: – ya que me seguís a todos lados, vení que te voy a presentar a un amigo – me voy al banco y le digo a Pedro: –Pedro, te presento a Aimar – El vago seguía atrás mío.

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Jugábamos en Tucumán contra San Martín. Estábamos inspirados, era un baile con selectas grabaciones. Ganábamos tres a cero y el partido se interrumpió. La gente, desconforme con su equipo, empezó a tirar naranjas a la cancha. En pocos minutos el terreno pasó de verde a anaranjado. De pronto veo que una naranja viene hacia mí, la paro con el pecho y empieza a hacer jueguitos. La tribuna comenzó a aplaudirme. Viene otra, la paro, juego y la devuelvo a la tribuna. Viene otra, hago lo mismo. Ya la tribuna deliraba. Se reanuda el partido y hacemos dos goles más. Los hinchas de San Martín festejaban los goles nuestros. Nos ovacionaron en el final. Después del partido los tucumanos no nos dejaba salir del vestuario, querían algo de recuerdo. Le dimos lo que teníamos.

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Contra San Lorenzo, en el viejo Gasódromo. Ellos eran “Los matadores”. Les dije a mis compañeros: Los matadores somos nosotros. Vamos a divertirnos. Les hicimos cinco, el toquerío era infernal. En un momento del segundo tiempo el árbitro, Goycochea, me llama y me dice: –Muchachos. Esto puede terminar mal. Están goleando y ustedes siguen con el toquerío. Por favor les pido que no sigan jugando de esa manera – Yo le contesté: – Perdón, jefe, no sabemos jugar de otra – También nos ovacionó la tribuna “santa”, cuando llegamos a Mendoza había gente en el aeropuerto y en las calles. Nos estaban esperando. Parecía el carrusel de la Vendimia.

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Nos hablan de Independiente para estar con el Tucho Méndez y otras figuras en un partido especial. Lo fuimos a buscar a Carlovich a Rosario. Cuando veníamos la nafta se nos terminó por Sampacho. No teníamos un mango ni para combustible. Al lado de la estación de servicio había unos pibes jugando al fútbol. La pelota cae cerca de mí y mandé un puntazo para arriba, el rey Carlovich y el Tucho se prendieron. La gente que nos vio se quedó tan maravillada que nos cargaron nafta gratis y nos dieron guita para seguir.

Preguntas con nombres

Maradona: No sé.

Kempes: Extraordinario.

Pelé: Negro sin vergüenza, pero fantástico. Me encanta el fútbol brasileño.

Messi: Se da el lujo de hacer todas las que quiere. Es una persona de bien. Logró el objetivo de ser el mejor.

Nicolino: Genio. Salíamos juntos y yo era segundo, todos lo saludaban a él y eso a mí me hacía feliz.

Ernesto Contreras: Lo máximo. ¡Qué tipazo! El subió la cordillera, llegó más alto, por eso entiende más que nosotros.

Evita: Inigualable. (Canta) “A Evita le debemos nuestro club / por eso le debemos gratitud / ganamos, perdemos / a Evita la queremos”.

Menem: Compadre, mi amigo.

Cristina: Soy peronista, la respeto.

La charla fue en el bar Vía Véneto. Víctor estaba con dos de sus grandes amigos: el Tucho Méndez y el Negro Benítez, dos jugadorazos. Ellos escucharon la charla con paciencia e hicieron sus aportes. Yo los miraba y me decía, bajito: pensar que estos tres me hicieron llorar de alegría cuando yo era uno más detrás del alambre.

La Vida es redonda

(Letra del tango que Jorge Sosa, con la música de Fredy Vidal, hicieron para el Víctor)

Si la vida es redonda

pisala a la vida.

Si la vida es redonda

pasala a la vida.

No le busques aristas,

ni lados, ni esquinas,

amasala a la vida

que la vida es redonda.

Yo te vi en una tarde rayada

en un campo de sol fantasía

repartiendo alegría amasada

con compadres de igual picardía.

Y le diste un motivo de asombro

a mi grito de pobre tribuna,

loco lindo de pies como manos

gambeteando a la vieja locura.

¡Que redonda, que inflada fortuna

en la gente de flacos bolsillos!

Los que sufren la vida desnuda

se conforman con un “calzoncillo”.

Su teatro de malabarismos

inventaba un potrero inefable

cuando el Víctor Victoria nos daba

la función del domingo a la tarde.

(Relato de un partido)

La pisa el Víctor, la amasa el Víctor…

Pará un cachito que me atraganto.

Prestenmé un par de ojos

que no puedo ver tanto.

La pide el Víctor, la mide el Víctor

y el arte pide casi rezando:

a este cuadro, a esta pintura

ponele un marco.

Tome compadre, deme compadre

que la vida es redonda.

Vaya compadre, venga compadre,

que la vida es redonda.

Pise compadre, hágale un caño

al dolor y al olvido

y no se olvide de los abajo

que la vida es redonda.

Emocionante entrevista de Víctor Legrotaglie



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