Capitulo XVIII. Exclusivo Jornada
Varios mendocinos quisieron triunfar en Estados Unidos. Entre ellos Carlos Novotni, quien aún sigue vinculado a Mendoza desde allá y publicando una revista de boxeo. También se fue al país del norte un gran pegador de Villa Hipódromo, Roberto Sosa, “El Manopla”, quien supo brillar en el Pascual Pérez. Pero el púgil local que mejor carrera hizo allí fue sin dudas Jorge “Aconcagua” Ahumada, quien peleó tres veces por el título del mundo.
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En junio de 1974, en Albuquerque, Nuevo México, enfrentó al local, el legendario sheriff de la ciudad Bob Foster, uno de los más grandes campeones mundiales de la historia. Ahumada, dirigido por Angelo Dunde, hizo viajar a su viejo maestro y hacedor, Paco Bermúdez, para que también estuviera en el rincón. Ganó la pelea con claridad, y nos traía el tercer título del mundo para Mendoza. Pero se produjo el gran robo. Los jurados estadounidenses fallaron empate y el título quedó para Foster.
El maduro Bob se retiró y se programó a Jorge Ahumada contra el inglés John Conteh, por la corona vacante, en Wembley. Ganó por puntos el local.
Llegó la tercera posibilidad en la histórica noche del 30 de junio de 1975, en el Madison Square Garden de Nueva York, en que dos campeones del mundo argentinos defendieron sus coronas en la misma velada. Carlos Monzón retuvo el título de los medianos por nocaut técnico en el 10º round, frente al local Tony Licata, y Víctor Galíndez, titular ecuménico de los medio pesados, superó por puntos en fallo unánime en 15 rounds a “Aconcagua” Ahumada, que tenía en su rincón a don Paco y controlado por televisión y teléfono desde Malasia por Angelo Dunde, que estaba con Muhammad Alí, quien venció al inglés Joe Bugner, pelea que se veía por pantalla en el Madison.
Con Galíndez se enfrentó en cinco ocasiones, una ganó por puntos el mendocino (pelea que pude presenciar en el Pascual Pérez), tres por nocaut y una por puntos Galíndez. Se decía que Galíndez se imponía por la mandíbula de cristal de “Aconcagua”, quien para mí era superior técnicamente al bonaerense. Pero Galíndez tenía el fuego sagrado de los campeones. Fueron duelos inolvidables.
Ya retirado en su casa de Queens, Nueva York, Ahumada confesó sobre sus dos últimas peleas mundialistas: “Nadie se dio cuenta, pero yo ya tenía un problema en la vista. Había mucho dinero en juego y acepté. Peleé lo mismo. Perdí, consciente del riesgo que corría. Un año más tarde peleé con Galíndez en el Madison… No sé si volvería a hacerlo”. Hoy Ahumada está muy bien, sigue en Estados Unidos. Y los aficionados mendocinos lo recuerdan como uno de los más grandes por su estampa, su estilo ortodoxo y la pureza de sus golpes.
A otro mendocino que le robaron la oportunidad de ser campeón fue a Manuel González, el querido “Cholo”, de Rodeo del Medio. Un púgil pulcro y de línea ortodoxa, que en marzo de 1979, en Tokio, enfrentó al campeón, el local Masaski Kudo, a quien le ganó claramente por puntos, pero los jurados favorecieron al nipón. Fue unos de los robos más grandes de la historia del boxeo. Luego, ante la demanda de Lectoure a la Asociación Mundial, vino la revancha y esa noche pasó algo misterioso. El “Cholo” fue otro, se perdió en el ring, y Kudo se volvió a quedar con la corona en forma contundente. González fue campeón argentino y sudamericano. Lamentablemente el Cholo falleció este año.
Esa fue una época que podríamos catalogar como de oro del boxeo mendocino. Teníamos cuatro campeones argentinos y sudamericanos, que eran la máxima atracción, ya sea en el glorioso Pascual Pérez o en el poderoso Luna Park. Mario Ortiz, Manuel González, Hugo Corro y Ramón Soria. Y ahí nomás venían otros grandes: José Rufino Narváez, Gustavo Ballas, Roberto Alfaro, Alfredo Sosa.
El que también fue un boxeador exquisito y de una técnica incomparable fue Ramón Soria. Un señor arriba y abajo del ring, como lo demuestra hoy en su vida privada.
Ramón perdió la posibilidad de ser campeón mundial en Caracas, Venezuela, en 1979, ante Rafael Oronó, el campeón del mundo. Me tocó acompañarlo a Soria en esa pelea. Estuvo muy cerca de lograr la corona, pero afuera hay que ganar por paliza, para que los jurados vuelquen el triunfo al visitante. El mejor recuerdo para Balbino, como todos lo conocen. Un espejo donde los nuevos boxeadores deben mirar para no equivocarse en la vida.
En el repaso al rico historial mendocino hay dos hombres que marcaron con trazos gruesos su paso por este deporte, y a los dos los eclipsó Nicolino… Guillermo Cano, un excelente peso liviano, pero que perdió ante el “Intocable” por el título mendocino en junio de 1961. El otro gran liviano fue sin dudas Carlos Aro, quien ya a los 13 años se destacaba en un club de barrio con otro recordado púgil Juan Oviedo.
El paso de Carlitos por el amateurismo fue brillante. Lo cumplió a las órdenes de Miguel Rivera. Ganó como aficionado todos los títulos: campeón mendocino tres veces; cuyano tres veces; argentino tres veces; de la Vendimia; Latinoamericano de Lima; Panamericano de Chicago; de las Fuerzas Armadas, y fue, además, representante olímpico en Roma 1960. Es el pugilista que más se aproxima en títulos amateurs a la hazaña de Pascual Pérez. Y como profesional fue campeón argentino y sudamericano.
De un exquisito manejo de la mano izquierda, nadie lo puede olvidar… Le tocó reinar junto a Locche. No le gustaba mucho el gimnasio, al tiempo se destacó como poeta, guitarrero y cantor.
Otro extraordinario pugilista formado en el Mocoroa fue si dudas –siempre lo he citado en mis crónicas– Miguel García. Impecable en su defensa, combinaba golpes con una velocidad y precisión increíbles. Su gancho a la zona hepática era tremendo, mejor dicho el undercut, y que luego utilizaron brillantemente Mario Ortiz y Pablo Chacón.
Cuantos grandes en el recuerdo de mendocinos gloriosos… De Dorrego, Guaymallén, salieron unos valores increíbles. En la década del 40, Antonio Lucero fue una gloria, más conocido por “Kid Cachetada”, y para otros “el Brujo Zanjonero”, porque en sus peleas en el zanjón embrujaba a sus rivales. Comenzó su carrera en el Club Sportivo San José, de la mano de Pedro Dellarole, y deslumbró en el Luna Park. Su gran amigo era Valeriano Mesa, quien llegó a enfrentarse con José María Gatica y también con Alfredo Prada.
Otro fue el “Tapirón” Ramírez, un fuerte pegador, peso pesado, que se hizo su lugar en la historia del boxeo local. Me tocó encontrarlo en sus últimos días en Chilecito, San Carlos. Y qué decir del otro nacido cerca del zanjón, del gran maestro Mario Díaz, a quien ya hemos mencionado en estas páginas. Fue el primer mendocino que mostró el estilo diferente de nuestra escuela en el Luna Park.
Después vino el gran Cirilo Gil, pupilo de Paco Bermúdez, el antecesor de Nicolino. Pulcro, tiempista, visteador… Aprendió allí en el gimnasio Mocoroa con el “Corchito” Domínguez, el mismo que le enseñó a Nicolino. Cirilo hizo casi 200 peleas como aficionado, conquistó el Luna Park, y fueron gloriosos sus enfrentamientos con Pita, el maravilloso negro Luis Federico Thompson, Martiniano Pereyra, y con Mario Díaz fueron rivales de ese fenómeno del boxeo mundial que en esa época visitaba la Argentina, el cubano Kid Gavilán.
Es muy difícil hacer esta recordación; no hay mucho archivo como para desglosar y darle un orden a los grandes boxeadores y la época en que reinaron. Estoy escribiendo de acuerdo a lo que me trae la memoria, y quizá sea injusto y al final me olvide de alguno.
Uno de los más guapos boxeadores que dio Mendoza, pero además con técnica, fue Juan “Mendoza” Aguilar… Brilló en la misma época que Jorge Ahumada. Combatió en peso mediano y mediopesado. Se enfrentó nueve veces con Víctor Galíndez, le ganó en dos ocasiones, empató en dos, perdió en cuatro y hubo un combate sin decisión. Con Carlos Monzón se enfrentó en tres peleas. La primera fue un histórico empate en el Pascual Pérez (Monzón dijo después de la pelea: “Es durísimo, una roca, me aguantó todas las manos”), y luego perdió en las restantes en Buenos Aires por puntos y en Rosario por KOT. Aguilar fue campeón argentino al ganarle el título a Avenamar Peralta, y sparring acompañando a su gran amigo Nicolino a Tokio, cuando el “Intocable” se consagró campeón del mundo.
Otro grande que tuvo Mendoza y que perdió con Monzón, ya veterano, fue Francisco Gelabert, otro digno exponente de la ortodoxia de la escuela mendocina. Según decía Paco Bermúdez, fue el mejor de sus pupilos.
A muchos de ellos los vi pelear y a otros, por la edad, no los vi arriba del ring. Pero sí los pude entrevistar y conocer… Me quedan otros nombres que no me quiero olvidar: Manuel Bermúdez, Alfredo Lagay, Raúl “Pavito” Vargas, los hermanos Pedrito y Enrique Aguerón, Juan Domingo Corradi, Juan Figueroa, el Pablo Castellino, Patricio Díaz, Mario López, José Rufino Narváez, “Violín” Salgado”, Roberto Alfaro, Miguel Herrera. Más cerca en la distancia, Pablo “Manzanita” Estrella, a quien le tocó brillar en la misma época que Pablo Chacón. Le falto a “Manzanita” más pegada para alcanzar la cima, pero su enorme voluntad, su predisposición a prepararse con todo para cada combate, lo llevaron a ser unos de los grandes protagonistas de esta rica historia.
Dejo una mención final, en este capítulo, para los excelentes técnicos que ha dado Mendoza. Varios de ellos ya han sido citados en este trabajo.
Hay que comenzar con mi querido maestro, Carlos Suárez, fundador del Boxing Club Justo Suárez. Después coloco en el mismo nivel a Paco Bermúdez y Diego Corrientes. Uno tuvo su máxima expresión en Nicolino Locche y el otro en Hugo Corro. Ambos defendían la exquisita escuela mendocina. Paco, más cuidadoso de la defensa y el trabajo de apertura con el directo de izquierda. Diego más liberal, manteniendo la ortodoxia, pero más suelto el boxeador para atacar. Dos verdaderos maestros. Los dos fueron antes boxeadores. Paco llegó a realizar 50 peleas y además fue un gran jugador de fútbol, que se destacó en Jorge Newbery. Un día me contó que aprendió con el cubano Crilin Olano y con el belga Armando Schaker. Por su parte, Diego Corrientes se destacó como pugilista amateur, pupilo de Carlitos Suárez. Después fue el alma mater del gimnasio Luis Ángel Firpo, forjando a grandes boxeadores. Además fue un destacado profesor de educación física en varios institutos de la provincia.
A ellos les siguió Héctor Mora. El campeón argentino de los medianos, pupilo de Diego, se dedicó también a enseñar. Para mí fue el mejor. Ensamblaba las virtudes de Paco y Diego, y logró formar a un boxeador completo como lo fue Mario “Cirujano” Ortiz.
En el Mocoroa de Paco se destacó otro maestro, Marcelo Tejero, llegado de Córdoba. Trabajó a la par de Bermúdez, y en silencio fue creciendo hasta llegar a tener a uno de los grandes campeones del mundo que dio el país: Santos Falucho Laciar.
Y de ese gimnasio surgió uno de los mejores técnicos que hay en la Argentina en estos años, Ricardo Bracamonte. También como Tejero, con bajo perfil, modestamente, el querido gordo logró su obra perfecta con Pablo Chacón y ahora tiene otro campeón mundial, Juan Carlos Reveco.
No puedo dejar de mencionar a un joven y talentoso manager que es Osvaldo Corro, quien aprendió de Paco y Diego y de sus hermanos Hugo y Carlos, y se convirtió en un serio y prolijo conductor de boxeadores. A cargo del histórico gimnasio Luis Ángel Firpo, tiene un gran futuro como rincón. Osvaldo fue también uno de los grandes campeones argentinos y sudamericanos que dio Mendoza al boxeo nacional.
Los pasos de todos ellos los sigue ahora Pablo Chacón, tarea que le apasiona incluso más que la de boxear.
Pero fueron muchos más los técnicos y rincones que Mendoza tuvo para consolidar su prestigio como mejor escuela del boxeo nacional. Como Felipe Segura, Rivera, don Cerrito Volpe, “Canaleta” Olivares, Francisco Romero, “Tucho” Méndez, Jorge Arias… Y todos aquellos que bregan día a día por rescatar pibes de la calle para enseñarles el deporte de los puños.
En esta parte de final del repaso al boxeo mendocino debo recordar a un polémico pero gran promotor, organizador de las grandes veladas del estadio Pascual Pérez: Leonardo Paludi (que además fue árbitro, y nada menos que en la recordada pelea en que Ubaldino Escobar lo tiró a Nicolino, y Leonardo contó los ocho segundos más largos que recordemos).
Otro gran árbitro y dirigente fue sin dudas Francisco Morillas. Uno de los mejores referís internacionales que dio Argentina en el boxeo amateur. Recorrió el mundo arbitrando campeonatos mundiales y panamericanos. Y hasta presidió por muchos años la Federación Mendocina de Box, tarea que cumple desde hace un tiempo José Rasjido, con quien he compartido también momentos muy importantes de la rica historia de nuestro boxeo.
Cierro con uno de los mejores árbitros que hay en la actualidad en la Argentina, Francisco Wolfard. El querido “Pancho”. Nadie conoce de este deporte como él. Se crió en las instalaciones del estadio Pascual Pérez, vivió de cerca los mejores y casi todos los combates que se han realizado, y participó de los entrenamientos de los más grandes boxeadores de varias décadas. Ya adulto, se dedicó a ser árbitro y ha dirigido combates de jerarquía.
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