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Chile y el avance de la izquierda en latino américa: se abre una esperanza

Por Mario Scholz (Abogado, analista internacional para la América Latina)

Redacción
27/12/2021 10:24
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En las elecciones presidenciales que tuvieron lugar en Latino América desde el fin de la década pasada y con muy contadas excepciones han sido partidos, grupos o coaliciones de izquierda las que han resultado triunfadoras. Podría ser el resultado del clásico “péndulo” que sucede a las victorias de la derecha o el centro derecha en el período inmediato anterior, con Mauricio Macri en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, Sebastián Piñera en Chile y Pablo Kuczynski en Perú (y sus sucesores electos por el parlamento). Otra explicación sencilla sería el efecto del descontento general producto de la pandemia del Covid-19 que sumió a las economías en recesión, amén de todos los efectos negativos del aislamiento social en la economía y en el ánimo de la población.   

Pero como ya hemos señalado en notas anteriores, en líneas generales pesa el “malestar de la política”, la decepción con la falta de respuestas de los partidos tradicionales a los problemas cotidianos, comenzando por los magros o nulos logros en materia de desarrollo y aumento del empleo, y siguiendo por el aumento de la desigualdad social y la crisis del “estado de bienestar”, que en la región parece más una pretensión que una realidad posible.

Es en ese contexto en el que se unen el movimiento pendular entre extremos, como una búsqueda ansiosa de salidas, con la decepción con el sistema de partidos políticos. Y Chile constituye a su vez un caso muy particular, porque a pesar de sus treinta años de crecimiento ininterrumpido, con base en una economía de libre mercado, abierta y competitiva, no redujo sensiblemente la desigualdad, o al menos no lo hizo al nivel de las expectativas de sus habitantes, ni pudo hacer crecer el “estado de bienestar” en la magnitud de las aspiraciones populares.

Y el descontento con las carencias del “estado de bienestar” se expresó primeramente con los movimientos estudiantiles de 2011, bajo el gobierno de Michelle Bachelet, liderados por un joven dirigente, Gabriel Boric. Ya en tiempos de Piñera en 2019 la rebeldía popular se expresó con protestas por las tarifas del transporte público, que se extendieron a un conjunto de problemas sociales, nuevamente la educación y la salud públicas, que no alcanzan a todos, y hasta un reclamo en contra de los fondos de pensión.

Piñera, en acuerdo con los principales sectores políticos que lo aprobaron en el Congreso,  canalizó las demandas a través de un llamado a convención constituyente para dar lugar a la discusión de la organización chilena. Y la elección de sus representantes señaló la crisis de los partidos tradicionales de todas las tendencias y su reemplazo por nuevas corrientes, algunas sin una definición explícita o más bien de corte transversal, otras como expresión de actitudes más radicales en el espectro político. Esta descomposición de la votación entre muchas agrupaciones parecía augurar un futuro muy complejo al no existir liderazgos ni posiciones dominantes que pudieran orientar los reclamos generales y ordenar el rumbo, tanto en lo económico como en lo social y hasta en lo institucional.

Creció entonces el riesgo de una nueva constitución que se convirtiera en un “pastiche” de aspiraciones, como la garantía de acceso universal a la educación, a la salud y la  vivienda, objetivos de los que algunos pueden ser de imposible cumplimiento en el corto plazo, más allá de las proclamas. Y a ello se sumaron otros problemas autóctonos propios de la conformación cultural chilena, como es el caso de los reclamos casi autonomistas de los pueblos originarios, el llamado estado “plurinacional”, en más las demandas propias de la modernidad en materia de igualdad de género y de lo que se denominan los “nuevos derechos”.

Pero sorprendentemente en las elecciones presidenciales del 19 de diciembre último, es decir en la etapa del ballotage entre los dos primeros candidatos más votados, surgió un liderazgo claro de Gabriel Boric de la izquierda que obtuvo el 56% de los apoyos, en el marco de  una elección con mayor participación que las anteriores. Más aún, el panorama resultaba incierto tras la primera vuelta, en la que ninguno de los postulantes llegó a superar el 30% de las adhesiones y los votos se repartieron otra vez en amplio espectro.

La cuestión quedó a  definir entre un extremo en la derecha, José A. Kast, que arrancaba con una porcentaje algo superior en la primera vuelta y en el otro en la izquierda el Partido Apruebo Dignidad (ex Frente Amplio), del citado Boric, finalmente ganador.

Con un triunfo importante en las cifras en más el apoyo previo del socialismo de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y el de la Democracia Cristiana de Yasna Provoste, sumado al de los demás partidos de la Concertación como el radical y varios sectores independientes del mundo intelectual y artístico, Boric logra una inesperada legitimidad, que comenzó a  disipar las dudas de un resultado “a la peruana”, caso donde el ganador queda envuelto en un clima de inestabilidad permanente.

 

¿Fracasan las Izquierdas o fracasan los hombres?

 

Hasta ahora los triunfos de las izquierdas en Latinoamérica abrían grandes dudas acerca de su capacidad de gestión. Por supuesto que no siempre el gestor es el responsable de todos los problemas, menos aún de los pasados y heredados, pero al no cubrir las expectativas de cambio cunde la sensación de fracaso. Por supuesto que también bajo el manto “progresista” o izquierdista se esconden otras veces gobiernos regionales meramente “populistas”, que ocultan detrás de acciones de corto plazo su falta de visión de una estrategia real para enfrentar los problemas del subdesarrollo, y en otros casos una manera deshonesta de administrar.

Esta suma de frustraciones ha hecho crecer la desconfianza en que el progresismo y hasta la defensa del “estado de bienestar” sean realistas en América Latina, lo cual ya hemos debatido y respondido en una publicación anterior. Pero a nivel masivo esos fracasos promovieron tanto el desencanto con la política como el movimiento pendular, seguido a su vez de una desilusión con las derechas. Por supuesto, cuando estas situaciones complejas son acompañadas de restricciones a la vida democrática, de intolerancia hacia la oposición, de ausencia de consensos, de elecciones amañadas, del uso partidario o corrupto de fondos públicos, tanto más aumenta el escepticismo de la ciudadanía con todo el sistema político.     

Pero a poco de reflexionar sobre los distintos casos, cosa que no hacemos ahora en detalle, apreciamos que no ha habido un fracaso del progresismo como tal y mucho menos del “estado de bienestar”. El desorden en las cuentas públicas por ejemplo, con sus secuelas de crisis económica ampliada, ha sido propio del populismo antes que de la izquierda.

Y en ese aspecto mientras la ultra ortodoxia conservadora anticipa la inviabilidad económica de las propuestas de la izquierda, en el caso chileno por la ampliación del gasto y de los impuestos, la centro izquierda como es el caso de varios partidos de la Concertación chilena, advierte que es posible una tercera vía y que Boric bien puede encarnarla. 

 

Boric un joven con experiencia y capacidad de diálogo
 

Formado en las luchas estudiantiles en su calidad de presidente de la Federación Universitaria de Chile, Gabriel Boric, continuó su accionar político pero por fuera de los partidos tradicionales y participó activamente  en la conformación del Frente Amplio (una sigla tomada de la izquierda de Uruguay), transformado más adelante en el Partido Apruebo Dignidad.

A este hombre nacido en el sur, en Magallanes (Punta Arenas), criado en un colegio británico y llegado a Santiago, la capital chilena, para estudiar leyes, se le reconoce capacidad de escuchar, de dialogar, de receptar nuevas ideas, de buscar consensos y para ello y de ser necesario, de moderar posiciones. Y algo de ello se vio poco después de su primer discurso al celebrar el resultado electoral, en el que reconoció los apoyos dados por otras fuerzas políticas, su respeto por todas ellas, en particular las de la Concertación, e incluso la aceptación de la oferta de cooperación del derrotado Kast, quien para resguardo de la democracia chilena reconoció prontamente su derrota, haciendo con ello una movida en favor de cerrar una potencial brecha política en su país y colaborar así para evitar el riesgo de confrontación, máxime luego de lo vivido en las protestas de 2019 y su represión. 

Por lo pronto Boric sin desviarse de sus objetivos centrados en la instauración del “estado de bienestar” o si se prefiere de reducir la desigualdad y extender los beneficios sociales a toda la población, ya anunció que ese ambicioso objetivo se logrará mediante “pasos cortos pero firmes”.

No podemos decir anticipadamente que Boric vaya a tener un resultado exitoso, eso sería adivinación y no prospección política, pero sí que el diálogo y el consenso son el camino a seguir y si en él persevera podrá timonear el barco en aguas turbulentas.  

 

Los grandes desafíos del programa progresista

 

Era de esperar que los mercados financieros reaccionaran negativamente frente al triunfo electoral de un programa reformista, aún dentro de formas capitalistas. El tiempo dirá si esta desconfianza persiste, lo cual no sería nada bueno o si es posible disiparla.

Las reformas programadas son varias, por lo pronto la previsional donde se prevé reemplazar el sistema actual de fondos de retiro con aportes que son ahorros para el futuro, por uno de reparto estatal, en favor de un ingreso de retiro universal garantido, lo que restará una fuente crítica de financiación a la economía privada. Y allí no hay al momento sustitutos visibles, excepto operase un mayor ingreso de capitales del exterior que pueda aprovechar las oportunidades que el bajo valor de los activos puede ofrecer hoy en Chile.

Otras reformas son la extensión de la gratuidad de la educación al nivel secundario y terciario, así como la ampliación del sistema de salud pública y planes de vivienda populares. Todo ello será más gasto público, por más que sea con pasos cortos.

Pero el plan Boric prevé aumentar los ingresos fiscales en un 5% del PBI en cuatro años, mediante cuatro mecanismos, a saber: reducción de la evasión, nuevo impuesto a la riqueza, un gravamen especial (impuesto “verde”) sobre los combustibles y otras sustancias contaminantes y un cobro de regalías sobre la explotación minera. Ese aumento de los recursos tributarios debería llegar a un 8% de PBI en 8 años. Si esto último se lograra en el marco de prudencia en el gasto, los “pasos cortos” podrían dar resultado.

Lo difícil claro será convencer a los inversores privados,  lo cual constituye una tarea permanente del día a día, comenzando por designar un gabinete económico confiable, experto y serio en sus conductas, más aún cuando en el orden internacional el viento a favor puede cambiar de rumbo, a partir del aumento de los tipos de interés ante los temores inflacionarios extendidos.

La otra cuestión que debe enfrentar Boric es la puramente política: gobernar con minoría parlamentaria, ya que el voto se ha repartido entre diversas fuerzas partidarias. Aunque con algunas de ellas ya haya puentes tendidos, en cualquier caso ese contexto le exigirá la mayor capacidad de diálogo de la que sea capaz.

La conclusión más o menos exitosa de la convención constituyente será otro de los desafíos, tanto para alcanzar un resultado razonable (lo que no depende de él de modo directo) como para satisfacer mediante aquellos “pasos cortos” anunciados, la expectativa general sobre los nuevos derechos que serían incorporados a esa carta magna.

Varios de los temas que tendrán procesamiento en esa nueva constitución son parte del programa de gobierno, concretamente la reducción del poder presidencial, la descentralización de la administración dando autonomía a las provincias (departamentos) y la cuestión indígena, en la que se promete el respeto a los pueblos originarios, a las distintas nacionalidades, pero sin por ello desgajar el estado único que reúna a todos. Este es posiblemente el objetivo más difícil de concretar, no tanto porque no existan soluciones creativas, sino por la existencia de sectores maximalistas que han llegado a plantear un estado independiente en el sur, con extensión incluso sobre el territorio de la vecina patagonia argentina.

Boric entonces encarna por ahora una esperanza, por supuesto de una izquierda cierta, previsible y exitosa en la medida en que se proponga objetivos viables (los “pasos cortos”), en un marco de gestión honesta y transparente. Puede parecer poco para un revolucionario pero es bastante para un reformista que se propone algo tan sencillo y difícil a la vez, como instaurar un “estado de bienestar” sustentable en democracia en un país latinoamericano.  

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