Una semana atrás, exactamente, aquel 18 de diciembre comenzó a dejar secuelas cuyas consecuencias estarán lejos de una vuelta de página. Tras la tensión altísima que significó el desarrollo de la finalísima en el Lusail Stadium, con un suplementario reforzado en emociones más la definición por penales en estado de pureza adrenalítica, la seguridad y autoconfianza que demostró Montiel en la ejecución del lanzamiento -a la postre decisivo- derivó en una de las celebraciones en modo premium de proyección al infinito que se siguen retroalimentando sin punto final a la vista.
El fútbol es pródigo en la producción de hechos en los cuales las emociones se ubican en el centro de la escena. Y lo es cada etapa de la vida, desde la infancia hasta la adultez. Se trata de un fenómeno que excede claramente lo solamente deportivo. Encasillarlo en categorías de comportamiento específicas es fallar en el método de rastreo acerca de cómo, cuándo y por qué se manifiesta sin límite que demarque su alcance. Por algo, a nivel global, este vector socializante se expande por todas las clases sociales y sin fronteras que lo contenga.
Dos situaciones colaterales, surgidas desde la exuberancia de las celebraciones ubicaron a Emiliano Martínez como en un lugar incómodo de la reprobación masiva de la prensa europea, sobre todo la francesa y la madrileña – vale aclararlo porque la catalana obró de manera diferente -. “Dibu”, con su particular estilo antes, durante y después de la ejecución de un tiro penal, gesticuló e hizo ademanes para amedrentar al futbolista rival que estaba por lanzar el disparo desde los doce pasos. De hecho, un especialista como Kylian Mbappé jamás se desconcentró y convirtió en goles a sus tres remates; le sumó un cuarto tanto, pero tal golazo, tras una brillante torsión del cuerpo y potencia más dirección en el envío, fue durante la fase de juego.
“Son cosas del fútbol” es una frase que ha recorrido a cada generación futbolísticamente implicada: jugadores, entrenadores, simpatizantes, dirigentes y también periodistas. Se trata de un lenguaje de códigos que utiliza lo simbólico en un plano cercano a lo real. La presión psicológica que se le transfiere a quien fue designado como ejecutante transcurre entre la ironía, el cinismo y la ridiculización. En esos segundos previos quedan uno frente a otro con una terna arbitral que controla cada movimiento. No hay término medio en una transmisión televisiva que se expande a escala planetaria. La moneda cae del lado de la victoria o de la derrota. Y punto.
El propio Lionel Messi, de a poco, fue modificando su modo de expresarse en público y también de no auto reprimir sus sensaciones emotivas. Ese proceso se desató durante la Copa América 2019, en Brasil, donde Leo hizo críticas públicas a la dirigencia de la Conmebol y asimismo se quejó por lo que creía un favoritismo arbitral para la verde amarela. Este punto de quiebre se potenció en la Copa América 2021, sobre todo durante la definición por penales contra Colombia en las semifinales. No solamente el capitán argentino, sino también el arquero – clave ante los cafeteros – se convirtieron en las caras visibles de estos cambios tan graduales como persistentes.
El poco usual “¿Qué mirá, bobo? Andá pa’llá” se transformó en un clásico que entró en modo leyenda a través de quien generalmente era visto como una figura que encajaba en el cánon de lo políticamente correcto. Y este tipo de actitudes surgidas desde el ámbito de la emotividad empezaron a amigar la imagen pública de la nave insignia de La Selección. Messi, lenta pero notoriamente, se fue metiendo en el corazón argentino, quizás sin haberlo planeado como estrategia.
Francia, muy llamativamente, activó en contra del seleccionado albiceleste en una clara actitud de anti deportivismo al no reconocer la derrota como cosa juzgada. Argentina sí lo hizo frente a los alemanes en Brasil 2014 y eso que los germanos celebraron en sus espacios públicos de encuentro con una ridiculización de los movimientos corporales del estereotipo de “gaucho argentino”.
Sin dudas, “Les Bleus” cuentan con un gran potencial futbolístico en su plantel y no en vano disputaron su segunda final consecutiva, ya que en Rusia 2018 vencieron a Croacia en Moscú. Y lo hicieron con el control del partido por parte de una terna argentina, en la que Néstor Pitana resultó el árbitro principal.
“No llores por mí, Argentina” resultó el título repetido en varias Copa del Mundo por medios europeos cada vez que nuestra presentación quedaba eliminada o caía en la definición del certamen. Nunca hubo una reacción descomedida de la prensa nacional ante tal expresión, que remite a la celebérrima Ópera Rock “Evita”.
Parafraseando una frase del himno nacional galo, “La Marsellesa”, esta vez “les jours de gloire” (los días de gloria) se celebran efusiva y alborozadamente en cada rincón de la Argentina.