El entrenamiento estaba programado para las nueve y media de la mañana, y todo parecía marchar dentro de la rutina. Los jugadores de San Lorenzo ya habían pasado por el vestuario y estaban en la cancha auxiliar, listos para comenzar la práctica. Sin embargo, las caras empezaron a cambiar cuando, de manera repentina, por los tres accesos a la zona comenzaron a ingresar integrantes de la barra brava. Primero fueron diez, luego otros veinte, hasta que el número superó los 60. Era La Butteler, que finalmente concretaba lo que venía anunciando desde el sábado, tras el empate ante Godoy Cruz en el partido suspendido por el penal fallado por el Polaco Fydriszewski.
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El clima de insatisfacción no se debía solo al empate o al polémico penal, sino a dos factores que encendieron aún más los ánimos de la barra. Por un lado, el comportamiento del plantel en el vuelo de regreso desde Mendoza, que según los barras mostraba una falta de preocupación ante la crítica situación del equipo. Por el otro, la reciente renuncia de Leandro “Pipi” Romagnoli como director técnico, una decisión que, en su opinión, confirmaba la desconexión del equipo con la realidad que vive el club.
Con Francisco Recchia al mando, la barra decidió presentarse en Boedo. Entraron sin que nadie los detuviera, y tampoco hubo señales de que alguien alertara a la Policía o a la Subsecretaría de Seguridad Deportiva de la Ciudad. Aunque algunos miembros estaban visiblemente exaltados, la barra se manejó con una coordinación que, por su mera presencia, resultaba intimidante. Una vez en la cancha, exigieron que los jugadores se acercaran al centro, donde, sin violencia física pero en un ambiente de máxima tensión, dejaron en claro sus expectativas: ya no había margen para otra cosa que no fuera ganar. Según ellos, empatar debía ser visto como una tragedia, y exigían ver en el campo una actitud que reflejara el sentir del hincha.
Los futbolistas, encabezados por el capitán Gastón Campi, respondieron con la cabeza baja. Se disculparon por el momento que atravesaba el equipo y aclararon que, a pesar de los rumores, no había conflictos internos. Reafirmaron su compromiso con el club, prometiendo dejar todo en la cancha, aunque reconocieron las tensiones existentes con la dirigencia por temas económicos.
Luego de unos tensos diez minutos, la situación comenzó a calmarse. Después de media hora de intercambio, los barras se retiraron de la misma manera en que habían llegado: sin resistencia ni cuestionamientos. Volvieron a atravesar los portones del club, que hoy parece más un territorio sin control que una institución deportiva, con una barra que actúa a sus anchas y en medio de una crisis tanto futbolística como institucional.