Por Alé Julián Sosa
Gracias a las observaciones de mi hermano, haré esta columna un poco más sucinta. Ocurre que no quisiera cansarlos y que, en la mayoría de los casos, no merece la pena extenderse demasiado. Así con esta película que me ha dejado sin palabras (y no precisamente por una buena impresión).
Es preciso que sepan que he ahondado un poco en diversos análisis y en entrevistas hechas a los realizadores porque he procurado —cosa que siempre procuro, por otra parte— ser lo más objetivo posible. La calificación que ustedes ven más arriba responde, ante todo, a un hecho ineludible: se ha pretendido, y es cosa que puede oírse por boca de Carnevale y Francella, que esta película esté «a la altura del resto del mundo» en cuanto cine catástrofe, pero en rigor ocurre que… mejor dicho: no ocurre. Esta película plomiza es, como bien he leído por ahí, televisiva, costumbrista, —y agrego yo— inane, con un nivel de ejecución paupérrimo, inverosímil, buenista y asombrosamente larga.
Aproximaciones argumentales
Miguel Flores, un encumbrado climatólogo que jamás ha errado un pronóstico, tendrá un programa sobre el clima en el horario central de la televisión argentina. Precisamente, su primer error le acarreará el repudio social y lo llevará a reencontrarse con su pasado: su hija (Romina Fernandes).
En fin, no mucho más. La trama se desenvuelve como un vago paseo que no lleva a ningún sitio. El rompecabezas nunca acaba de encajar, y, a fin de cuentas, no parece importarle a nadie.
Una comedia inestable con fuerte descenso del ingenio
Lo primero a destacar en este film es su lavadísima fotografía; todo semeja un set —y eso que se ha trabajado mucho en exteriores—. Esto es algo verdaderamente negativo, ya que se pierde por mucho el tono realista que tanto se intenta conseguir (incluso sin haberlo conseguido antes). Próximo a esto, hemos de notar el montaje (que es lentísimo). Cada toma podría durar varios segundos menos; la mayoría de las veces vemos cómo la cámara se detiene en un plano que inspira en nosotros más de una pregunta (y son ese tipo de preguntas las que deberían haber intentado ahorrarnos, porque no llevan a respuestas alentadoras).
La película empieza con un Francella divertido que, a los poquísimos minutos, se nos muestra como el hartante Pepe Argento (Casados con hijos). Según he visto, Carnevale sugirió que algo de ese registro se encontrara presente en el papel que encarnó Guillermo, ¡pero que se le ha ido la mano! Uno siente que le toman el pelo, y siente también —lo que es peor— que es una película on demand, que… bueno, lo es.
No obstante, como he dicho hace unas cuantas líneas, es un paseo vago. Vago por dos motivos: primero, porque uno nunca sabe muy bien hacia dónde se dirige, y segundo, porque lleva un ritmo atontado que demuestra cierto desgano. Los personajes son acartonados y nunca, pero nunca llegamos a creerles o a quererlos, y, fundamentalmente, porque no los conocemos. ¡Todo es adventicio! Y todo parece una excusa: la excusa de un simple negocio.
Resta decir que el sonido y los efectos visuales son hórridos. Vamos por orden. Primero, los efectos sonoros son extrañísimos —aunque deba decir que quizá se trate de un error personal por haber visto la película con auriculares de muy buena fidelidad—. Aquí dos ejemplos: cuando uno de los personajes arroja su celular por la ventana del auto escuchamos, como en una grabación casera, un celular que cae al piso, ignorando cualquier coincidencia necesaria; pero dichos efectos son todavía peores en las escenas de tormentas: el sonido que hace el granizo al caer es de chiste, ¡y qué decir de las voces de los extras! Por último, los efectos especiales son verdaderamente amateurs; son de una plasticidad muy rústica, y son más bien pocos. La escena final de la tormenta, la supuesta apoteosis final es… de segunda.
Del ridículo personaje misterioso, ¿mezcla de nativo y gaucho?, no diré nada a fuerza de no spoilear (aunque quizá les haría un favor salvaguardando su tiempo).
Implicancias
Esta crítica comienza con un seco 1, con una calificación de Muy Mala, porque he utilizado la vara de medir del cine internacional. Si el señor Carnevale pretende acercarnos una película de categoría mundial, debo decirle humildemente que todavía se encuentra muy por debajo de la posibilidad de clasificar… Siempre he creído que existe una presunción muy contradictoria en Argentina en lo que atañe a casi todo. Nos honra sentirnos parte del colectivo del mundo en el deporte, en las artes, en la política, etcétera, pero —y para nombrar lo único de lo que hubiéramos podido ufanarnos— es preciso decir que, antes de la Copa América, ¡nuestra selección nacional de fútbol no había ganado nada en 28 años! De alguna manera sabemos que no estamos a la altura, por eso nos alegramos cuando nos aplauden desde afuera. Somos —sea dicho— advenedizos. Los argentinos, herederos de una nostalgia malsana, no hacemos más que vivir del pasado. Pero el pasado, mis queridos lectores, al menos en lo que respecta al cine, ha sido digno, ¡muy digno! Aunque hoy adolezca duramente de una terrible y vacía demagogia. ¡¿Qué importa eso de «Industria Nacional» si el producto es defectuoso?! Si debemos colocar esta película a la altura incluso de cualquier megabsurda producción norteamericana, quedamos en absoluto ridículo.
¿Y por qué esa inclinación a filmarnos el ombligo? ¡Ese ombliguismo portuario! ¡¿Qué necesidad real había de añadir a la cinta la burda farándula actual y contratar a una actriz de Buenos Aires para hacer de cordobesa?! ¡¿Y por qué exaltar los más torpes comportamientos locales; es que acaso nuestras pedestres costumbres son fuente de orgullo?! ¡¿Acaso el mundo desea ver argentinos puteadores y presuntuosos, y a su farándula lamentable?! Si pretendemos lanzarnos hacia el escenario mundial, ¡¿es esto lo que tenemos para ofrecer?! ¡Casi parece mentira que Giacobone, ganador de un Óscar, escriba semejante paparruchada! Aunque los Premios Óscar…
Para terminar: de más está decir que esta obra se ha diagramado para que sea vista en banda. Los más sabemos que existen innumerables bromas que no nos harían gracia si no se riera nuestro compañero de asiento. Está todo tan calculado para conseguir la risa tonta y burlona que casi parece que es el director y su equipo quienes se burlan de nosotros. ¡Pero cuidado! También estoy al tanto de que hoy existe una perspectiva bien millennial que considera como haters («odiadores») a todos aquellos que se expresan en contra de uno, sin que se pondere nunca la validez de sus argumentos. Carnevale mismo ha dicho en una entrevista que «Hay críticos no diplomados que hacen crítica de todas las películas, y dicen cualquier cosa» —donde hay incluso una falacia en eso de «no diplomados»—, y que no sabe «cuántos de esos tienen el coraje de plantarse frente a los que denostan»; pero tal cosa nos habla, en verdad, de que se defiende anticipadamente. Yo creo que en algún resquicio de su interior sabe que merece críticas, y sabe que no serán favorables.
Aquí, sin ambages, yo he hecho la mía.