Por Robrto Follari
No sólo en la Argentina: tiempos violentos. En Ecuador, acribillan a un candidato a la presidencia, a diez días de los comicios. No tenía chance de ganar: tiene amplia ventaja la candidata del correísmo. Como el asesinado había enfrentado a Correa, la prensa intenta asociar al correísmo con el crimen. Rara asociación: la inseguridad en la presidencia de Correa fue la menor en toda la historia cercana del Ecuador, y no existía presencia narco: los narcos llegaron con Lenin Moreno. Lo cierto es que el crimen fue en sitio público, en medio de la gente, al terminar un acto: el candidato había denunciado que lo amenazaba una banda narco de la costa ecuatoriana.
En Africa, Europa se prepara para iniciar una segunda guerra, que disfraza como lucha por la restauración democrática en Níger. Demasiado pierde Francia con la asonada militar: sigue siendo potencia neocolonial en Africa y se le corta el oro pero sobre todo el uranio, que opera en gran proporción de la energía que usa el país galo. Los países del Noroeste africano, liderados por Nigeria, se preparan para invadir, mientras simulan preferir la vía diplomática. La situación está encubierta: Francia interviene, pero por mano de países africanos. Y se espera así doblegar el peso económico que China tiene en el continente negro, así como la presencia del grupo Wagner en diferentes países de la región. Una nación empobrecida, con más de la mitad de su población analfabeta como es Níger, queda en medio de una guerra entre las grandes potencias que puede sumarse a la de Ucrania.
En Ucrania crece la destrucción, pues los ataques con drones, difíciles de detectar, siguen llegando a Moscú: la respuesta es un recrudecimiento de bombardeos, incluso hacia Kiev. La contraofensiva ucraniana ha fracasado, y empieza el cansancio contra Zelenski en Occidente: la destitución de jefes de centros de reclutamiento ucranianos por corrupción, muestra la necesidad de relegitimación de un líder que ha sabido pedir y pedir, pero no muestra saber guerrear.
En Argentina, el final de la campaña ha sido un filme de terror. Comenzó con la muerte de la niña Morena, a manos de motochorros en Lanús. Allí gobierna Grindetti, el candidato de Bullrich para provincia de Buenos Aires.
El intendente interino Kravetz lanzó que el autor del robo con muerte era un menor de 14 años, y metió el tema de la edad de imputabilidad en el ruedo. Resulta que no: los dos autores son personas mayores (24 años el más joven), de modo que eso fue un globo de ensayo. Igual, mucha gente sigue creyendo que la muerte la produjo un menor. Como la provincia y el país son gobernados por el peronismo, desde la oposición y gran parte de la telvisión, se le achacó la responsabilidad.
Lo cierto es que el tema copó las pantallas, acongojó los ánimos, y encendió todo tipo de estériles disputas mediáticas en medio del dolor de la familia y allegados, que debieron soportar el uso electoral que los grandes medios hicieron.
No terminábamos de recuperarnos cuando sobrevino, el día jueves, un inesperado piquete sobre las vías del ferrocarril Roca en Buenos Aires. Todo, por cierto, huele a operaciones político-electorales. Los usuarios perdieron la paciencia, la policía acordonó la estación de Constitución, llovieron piedras sobre el personal policial.
Casi a la misma hora, una mínima agrupación que en la 9 de julio manifestaba contra las elecciones, fue desmedidamente reprimida por la policía de la ciudad. No se estaba interrumpiendo el tránsito, y la acción era pacífica. No importa: la policía del gobierno de Larreta apretó contra el suelo la cabeza de varios manifestantes. Uno de ellos murió como fruto de esa posición, según mostró luego un video. Hubo apresuramiento de Larreta en decir que se trató de un paro cardiorrrespiratorio.
Lo fue: pero no porque el militante Molares estuviera paseando o tomando sol, sino porque estaba siendo hostigado brutalmente por la policía. No se ha asumido responsabilidad por lo sucedido, ni siquiera se ha identificado al policía que puso su rodilla sobre la cabeza de quien murió. Obvio, va a quedar memoria y consecuencias de esta muerte producida, y si no se la esclarece, se contribuye al conflicto y el revanchismo.
Por ello, no fue raro que el viernes hubiera manifestaciones para protestar por la muerte producida a Molares, que allí hubiera sindicados como infiltrados que tiraron piedras, que hubiera nuevamente represión. Y que, en consecuencia, se lograra dar la idea de una especie de situación de caos, esa que asusta a diversos sectores sociales, y que promueve la idea de “mano dura” y autoritarismo: esa que sirve a aumentar los enfrentamientos -vaya si la Argentina lo sabe-, pero que suele creerse que los apaga.
La completó el juez Lleral, que sobreseyó a todos los gendarmes y a sus jefaturas políticas de la muerte de Santiago Maldonado. Otro caso de quien “se ahogó” como si hubiera estado en un picnic y que -casualmente- se tiró al agua sin saber nadar, perseguido por Gendarmería. Está todo bien, ha plasmado ese juez de obvio alineamiento político, que lo ha hecho saber tres días antes de las elecciones para lograr efecto en votos.
Llegamos así, en medio de toda clase de anomalías y operaciones, al momento de las PASO. No recordamos igual situación electoral en tiempos post-dictatoriales. Por supuesto, del susto y el desorden se benefician las derechas. Pero todo es confuso en tanta apelación a la violencia, e incluso los efectos favorables inmediatos, pueden volverse como boomerang en tiempos no tan lejanos.-