Santiago de Chile no se parece a ninguna ciudad en crisis sanitaria ni con cuarentena decretada. El gobierno de Sebastián Piñera decretó el confinamiento el viernes 15 de mayo para la totalidad de la Región Metropolitana. En marzo, cuando se desató la crisis sanitaria, comenzaron a experimentar con cuarentenas parciales, que se iban “moviendo” hacia las comunas que registraban mayores tasas de contagios. Pocos confían en Piñera y sus medidas. Pocos confían en el sistema sanitario inaccesible. Pocos confían en los medios tradicionales. Y nadie confía en las fuerzas de seguridad, con si propia historia a cuestas.
Una información, manejada en secreto fue filtrada, por un sitio de noticias generó indignación no sólo en el gobierno sino también en redes sociales que aseguraban que tener un mapa de la covid-19 podía alentar a las personas a atacar a quienes residían en las zonas marcadas que indicaban una alta tasa de contagios.
Mientras que en el resto del país hay zonas aún libres de cuarentena, en Santiago es prácticamente imposible acatarla. Esto debido a que existe un “vacío” que permite a los llamados servicios esenciales a seguir funcionando. Y esto incluye supermercados, instituciones bancarias, reparto de comida, empresas o inmobiliarias que siguen construyendo edificios, lo que implica un alto movimiento en calles, colectivos y subterráneos. Una escena que contradice los numerosos llamados del gobierno de “quedarse en casa”, llegando incluso a organizar aparatosos repartos de cajas con alimentos en las comunas más pobres, sin respetar la distancia social, todo sea por la estrategia comunicacional de un gobierno en permanente trabajo. El Indice Mensual de Actividad Económica (IMACEC) de abril alcanzó un inédito -14,1% lo que decreta oficialmente el desplome de la economía. El ministro de Hacienda, Ignacio Briones dijo con voz compungida en el punto de prensa: “Es la caída más alta desde que se tienen registros mensuales”.
Santiago de Chile vive en una crisis informativa donde los canales de TV muestran a un gobierno yendo heroicamente a buscar respiradores artificiales a China en avión al mismo tiempo exhiben a inmigrantes venezolanos, bolivianos y peruanos que han perdido trabajo esperando afuera de las embajadas de sus respectivos países alguna solución para regresar a sus lugares de origen.
Piñera intenta mostrar que tiene el control pero por las redes sociales circulan testimonios verosímiles de personas que han perdido familiares acompañados de fotos cuyos certificados médicos señalan que fue por “problemas respiratorios” —nunca por covid-19— o se ven videos de ambulancias detenidas frente a hospitales con pacientes adentro que no tienen espacio para ser atendidos.
La Ministra de Trabajo, Claudia Zaldivar trasmite un mensaje de homenaje al líder sindical Clotario Blest (1899-1990), y siguen las colas para intentar recibir el seguro de cesantía en un país donde los sindicatos, tras la dictadura y como se bromea de vez en cuando, sólo sirven para administrar bonos de navidad y cumpleaños.
También hay memes musicalizando frases de Piñera y al ministro de salud, Jaime Mañalich, quien dijo a principios de la crisis que no eran necesarias las cuarentenas, luego teorizó sobre lo poco que sabemos del virus (“puede volverse buena persona”, aseguró), después reconoció que se dejó “seducir” por las formulas de proyección epidemológica y finalmente, que nunca imaginó la situación extrema que vivían muchos chilenos que tras perder el trabajo, simplemente no tenían qué comer.
El ministro —que en 2015 fue expulsado del Colegio Médico por supuestas faltas a la ética, aunque él había renunciado antes a la asociación— es una perfecta metáfora de la desconexión del gobierno con la situación que se vive en el país. Con una estrategia errática y confusa, la primera acción de proporciones de Piñera fue “proteger el empleo”. ¿Cómo? Permitiendo a las empresas —de cualquier tamaño en la práctica— a suspender los contratos durante lo que dure la pandemia, sin necesidad de pagar indemnizaciones. Luego, se estableció un bono de emergencia, cercano a los 60 dólares, promocionando por el Ministro de Desarrollo Social Sebastián Sichel, con el mismo tono con que te ofrecen un plan de celular. Y finalmente, ante las primeras protestas debido a la crisis económica y la vuelta a las ollas comunes, ejemplo de autorganización de la sociedad civil ante la falta de alternativas que otros países ofrecen para meses sin dinero para pagar cuentas ni comida, se comenzaron a repartir cajas con comida de forma desordenada, pero con un apoyo mediático suficiente como para evitar más imágenes de protestas y represión policial.
A diferencia también de otros países donde los vecinos cantan o juegan en los balcones y cuyas imágenes terminan viralizadas en todo el mundo, el ambiente en Santiago está marcado por las clases sociales aún delimitadas por la Plaza Italia, epicentro de las protestas que comenzaron en octubre de 2019 y terminaron en un plebiscito para cambiar la constitución movido al 25 de octubre de 2020. Allí está un edificio con forma de celular pasado de moda conocido aún como “Edificio Telefónica” donde el colectivo Delihgt Lab proyectó la palabra “HAMBRE”. Un acto que fue bloqueado por otro grupo, pro-gobierno, lanzó una proyección blanca que tapó la palabra. De “Plaza Italia para arriba”, se han visto escenas de empresarios aprovechando fines de semana largo para movilizarse en helicóptero a la Región de Valparaíso, copando las carreteras, a pesar de las “barreras sanitarias” controladas por la policía que impiden el desplazamiento. “De Plaza Italia para abajo” la mano es relativamente dura con quienes osan circular sin el salvoconducto emitido por carabineros —cuya web varias veces se ha caído o se queda pegada en una “lista de espera” para dictar los datos y la razón por la que se va a salir de casa. Sobre todo cuando hay cámaras de TV, vemos una rudeza que con los empresarios de helicópteros es casi inexistente. Esto no significa que todos sean conscientes de la situación extrema que se está viviendo.
El centro de Santiago es inquietante: gente que se saca la mascarilla para hablar por celular, colas afuera de los bancos, estornudos fuertes sin la suficiente distancia social, decenas de motos de aplicaciones de comida esperando pedidos.
En conversaciones telefónicas, whatsapp y redes sociales circula la idea de que hay muchos muertos, más del millar que el gobierno reconoce. Las sospechas son apoyadas por la periodista Alejandra Matus, célebre por haber publicado en plena transición El libro negro de la justicia chilena (1999) y verse obligada a refugiarse en EE.UU. por una temporada ante la posibilidad real de cárcel por investigar lo que no se debía en esa época. Ella publicó información dura que demuestra que la cantidad de muertos por enfermedades respiratorios en un mismo periodo este año superarían a las de años anteriores. También ha informado sobre el explosivo aumento en cementerios con protocolo covid-19, informaciones que la han enfrascado en debates con el propio ministro sobre procedimientos, cifras o enfermedades.