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Chile de los errores de Boric al desafio para Kast

Ya han corrido las noticias de lo sucedido en la reciente elección del “Consejo Constituyente” de Chile, es decir la notable elección hecha por la derecha y la centro derecha, en particular por el Partido Republicano de José Antonio Kast, protagonista de un “sorpasso” en palabras del socialista y ex embajador José Viera Gallo, al superar a las demás agrupaciones cuando en un principio solo constituía una minoría.

Redacción
04/06/2023 20:54
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Por Mario Alejandro Scholz
Abogado, experto en relaciones internacionales.

 

En efecto, el Partido Republicano obtuvo 22 de los 51 escaños en disputa, mientras que la tradicional derecha moderada logró otros 11 asegurando al conjunto de la derecha el poder de veto de cualquier resolución del consejo, que es responsable de presentar la propuesta de nuevo texto constitucional chileno para su referéndum (voto por sí o por no) en diciembre próximo.

Siendo la propuesta de nueva constitución el tema central en debate, el vuelco del electorado que hace un año otorgara la mayoría en segunda vuelta al candidato de izquierda y hoy Presidente Gabriel Boric, y ahora concede el triunfo al Partido de Kast, pone en el tapete también el futuro político chileno de modo general. La realidad es que ahora la elección constituyente abre interrogantes por un lado sobre qué perspectivas tiene el actual gobierno liderado por el Frente Amplio y si podrá mantener su programa y la gobernanza; por otro lado, si el hoy opositor Kast derrotado hace un año en segunda vuelta presidencial será ungido finalmente en las elecciones de 2026.

 

EL NAUFRAGIO

Las protestas de octubre de 2019 en tiempos del Presidente Sebastián Piñera abrieron las puertas a la nueva izquierda como canalizador del descontento social de un sistema que no dio respuestas a las demandas en temas sensibles, tales como salud y educación o servicios públicos accesibles, y con ello surgió el liderazgo de un joven profesional sin lazos con la “vieja política”, Gabriel Boric.

Proclamado Presidente a fines de 2021 el joven abogado de la región sureña de Magallanes demostró vocación de diálogo y logró el apoyo -entre otros- de una de las asociaciones políticas tradicionales de la centro izquierda, la antigua “Concertación”, con presencia protagónica del Partido Socialista chileno que gobernó durante varios períodos en la apertura democrática post dictadura pinochetista iniciada en los 90s de la mano de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

Pero también, una vez en el poder Boric no dejó de exhibir cierto nivel de precipitación y vacilación en sus actos. Como dijera el crítico liberal Gerardo Varela Alfonso una cosa es ser bueno en la oposición y otra muy distinta ser bueno para gobernar. Su colega el prestigioso escritor y académico Carlos Peña habla -para mayor dramatismo- del “naufragio” del Frente Amplio rescatado del ahogo por el salvavidas de los socialistas, flotador que consiste en la capacidad y experiencia para orientar las acciones de gobierno.     

Sin mayoría consolidada en el Parlamento y más aún con minoría en el Senado, Boric había propuesto sabiamente “pequeños pasos” en su plan de reformas, pero no pudo finalmente avanzar con sus propuestas en materia previsional y de salud, entre otras. Y en cambio su voluntad de diálogo para encaminar las protestas de los pueblos originarios (que constituyen casi una rebelión contra el orden general) no encontró eco en quiénes teóricamente hubieran debido estar de su lado, es decir los grupos indígenas. Más todavía, acrecentaron sus violentas protestas en los días previos al reciente comicio.

Y para mayor descontento general, su posicionamiento inicialmente laxo en materia de mantenimiento del orden público debió ser revisado ante el avance de la inseguridad, tanto por la irrupción del narcotráfico que alcanza niveles dramáticos al estilo de algunas ciudades mexicanas o de la Rosario argentina, como de la delincuencia común. Pero el cambio de actitud de Boric, luego de varias víctimas entre los carabineros (la fuerza de seguridad chilena) producto de la violencia en las calles, pareció llegar demasiado tarde y resultar muy débil, como suelen decir los norteamericanos “too late, too little”.

Sin nuevas respuestas concretas para el proceso de reformas prometido, con el estigma de una inseguridad que no construyó pero que pareció ignorar al principio y con mayor inflación, en parte por el impacto mundial del aumento de precios de alimentos, combustibles y otras materias primas, Boric enfrenta una nueva forma de descontento popular, muy diferente en sus bases a aquellas que lideró como opositor, pero de consecuencias similares.

Como señala el politólogo y académico David Altman, el voto directo expresa a veces lo que se vota pero en otras ocasiones manifiesta una cuestión de “segundo orden”, es decir una respuesta a lo que se pide utilizada como forma de protesta frente a otra situación.

Boric se había comprometido a lograr un resultado positivo de la convención constituyente que tuvo lugar durante sus primeros meses de gobierno, en la cual la derecha no tenía prácticamente poder de veto por lo que una alegre conjunción de grupos de variadas corrientes ideológicas y sin pertenencias partidarias firmes alcanzó acuerdos demasiado aislados del sentimiento general.

La reforma de la constitución parecía una necesidad aún sin olvidar los cambios ya logrados en tiempos del Presidente Lagos, en virtud de aquellas bases establecidas por la dictadura de Pinochet. Por otro lado, el avance de las ideas imponía la incorporación de los así llamados “nuevos derechos” o derechos de tercera generación (igualdad de género como caso emblemático), así como el paso de Chile del sistema hoy unitario a uno federal y a la inclusión de algún tiempo de propuesta de solución ”blanda” al problema planteado por los pueblos originarios que reclaman tierras, entre otras reivindicaciones.

Pero la cuestión pareció desmadrarse y así amén de los nuevos derechos en el texto propuesto apareció la incorporación de cuestiones aspiracionales, tales como la vivienda para todos y el acceso garantido a servicios de agua corriente, que no parecen propias de una carta magna. Otro tanto puede decirse en cuanto a lo exagerado de las concesiones de autonomía territorial que se otorgaba a los pueblos indígenas como mapuches y araucanos, con el agregado de un régimen de justicia propio fuera del sistema general.

Y sobre llovido, mojado. Boric decidió apoyar ese texto como una forma de exhibir un primer éxito de su gestión, el logro de una nueva constitución y sostuvo el Sí en el referéndum de mediados de 2022 que culminó en una severa derrota, nuevamente liderada ya por entonces por el opositor Kast.

La derecha había extraído una importante concesión, como señalan acertadamente politólogos como Altman, que es la obligatoriedad del voto cuando hasta entonces era en Chile una facultad optativa. En efecto, la concurrencia a votar librada a la voluntad individual tiene mayor repercusión en los sectores urbanos más informados y activos, que generan su propio escenario de mayorías y minorías.

Pero quiérase que no, existe una “mayoría silenciosa” (usando el término acuñado hace décadas por Richard Nixon) y deja de ser silenciosa en todo caso con el voto obligatorio. Y esa mayoría silenciosa no estaba de acuerdo con un país dividido en territorios cuasi independientes para los aborígenes o en las propuestas de orden genérico que obligarían a políticas redistributivas no explicitadas, por ejemplo. Y así esta vez, con la obligación de votar en esta última elección se alcanzó una participación del 82% frente al 60% que votó presidente en las urnas.

No fue solo el jugarse por el Sí en el anterior referéndum el único error de principiante de Boric, que debía en cambio haberse mantenido neutral para ofrecerse como una especie de paraguas que contuviera a todos los votantes. Cierto impulso que puede calificarse de juvenil (por su condición de inexperto) lo llevó a proponer rápidamente una nueva votación, esta vez para la conformación de un consejo y no ya una asamblea, que deberá discutir con base en una propuesta que le entregará un “comité de expertos”, elegidos ad-hoc con una mayoría que no es de derecha.

Boric deseaba con ello borrar de su horizonte un tema capital irresuelto, pero lo hizo con las heridas todavía no cicatrizadas y en un contexto social de descontento por otros temas (como se dijo inseguridad en primera línea) y además sin avances visibles en las reformas prometidas, por lo que no era aconsejable para nada poner otra vez su figura a prueba, aunque fuera en una cuestión específica. Se estaba tomando un riesgo en el tema constitucional, riesgo que alcanza ahora a su gestión de gobierno.

Los primeros en lamentarse son sus aliados, en particular los del socialismo que sabían de la necesidad de las reformas sociales, por lo que aceptaron cargos de peso en un Gabinete reconstruido hace solo dos meses ocupando las carteras de Interior (que asume la presidencia en caso de ausencia) en la persona de Carolina Toha ex Ministra de Lagos y ex alcaldesa de Santiago y la Secretaría General, puesta en manos de Álvaro Elizalde ex presidente del Senado y del propio Partido Socialista. Seguramente imaginaron una mayor gradualidad en los movimientos presidenciales, recordando aquellos de los “pequeños pasos”, pero no pudieron contener un impulso desmedido o si se prefiere inapropiado en virtud del contexto general.

Y resolver “en caliente” no pudo resultar peor. Siguiendo a Altman el voto por el consejo de 51 miembros (uno por los pueblos originarios, los otros 50 por los partidos políticos que se presentaron a la votación) permitió antes que elegir esos representantes expresar el fuerte inconformismo con los tiempos que se viven, donde la inflación y más todavía la inseguridad son el caldo de cultivo del descontento mayoritario, pero no ya bullanguero y con violencia en las calles como aquél de octubre de 2019.

 

LA CUESTIÓN CONSTITUYENTE Y EL DESAFIO PARA KAST

Como decimos el Consejo resolverá con base en lo que le hará llegar el comité de expertos, propuesta sobre la cual ese consejo podrá introducir los cambios que considere necesarios, teniendo a partir de allí el comité de expertos solo voz pero no voto.

Ahora bien, al contar con mayoría dentro del consejo y por ende poder de veto cuasi propio al sumar la derecha tradicional o moderada, Kast como líder opositor de una constituyente debe lograr algún resultado, aunque fuera una reforma leve y centrada en cuestiones ajenas a las del conflicto motivado por la propuesta anterior, si bien no podrá eludir todas ellas para lograr una mayoría calificada que la apruebe antes de someterla a referéndum.

Y si así fuera ese plebiscito pondrá a prueba su liderazgo como el anterior lo hizo con el actual presidente Boric. En suma, Kast deberá pasar del discurso opositor, que tanto hincapié hizo y con razón en la inseguridad pública y en el ataque institucional que representan algunas facciones radicalizadas del movimiento indigenista, al diálogo y la búsqueda de consenso para preservar en el texto constitucional aquello que el conservadorismo considere sus principios básicos.     

El logro de tales consensos y la aprobación de “su” constitución consolidaría la figura de Kast y por el contrario una nueva frustración, ahora desde el otro polo, la debilitaría.

Una pregunta surge también sobre esta nueva aparición y el comentado “sorpasso” de la nueva derecha ultraliberal; ¿se trata de un fenómeno regional -continental al sur del Río Grande- o solo de un caso autóctono en Chile?

En principio y aún reconociendo la fortaleza que adquiere la derecha latinoamericana, para enfrentar la “marea rosa” que cubrió América Latina desde México a Chile y Argentina, pasando por Colombia y Brasil entre otros países de mayor peso, sin olvidar a aquéllos que hace años están bajo regímenes catalogados como de izquierda, caso de Venezuela por ejemplo, el caso chileno adquiere sus propias particularidades.

Chile no fue ajeno al clásico “péndulo” gubernamental, luego de un primer período de consolidación de la Concertación inicialmente de centro y en su evolución de centro izquierda. Esta oscilación de la voluntad popular entre uno y otro tipo de propuestas, de izquierda a derecha y viceversa, es en parte el resultado permanente del inconformismo de las sociedades en desarrollo con la dificultad para satisfacer las expectativas del conjunto de la población; siempre hay cosas para hacer, respuestas a dar, avances escasos. Y más todavía, en Chile donde sí hubo avances en cuestiones económicas, en el desarrollo, pero el derrame resultó más que insuficiente para un amplio sector, no necesariamente mayoritario pero sí con capacidad de expresión política o social.

Así que el péndulo no estaba fuera de la visión normal del caso chileno. Distinto es en cambio el fenómeno más reciente de un clima reformista caldeado que omitió cuestiones críticas, como lo es la prestación de seguridad. Y esa prestación, esa prioridad del orden público, parece una cuestión de derechas cuando en rigor no debería estar tan ideologizada, puesto que se trata de un reclamo real al que todo gobierno debiera atender con eficiencia.

De hecho, los grandes progresos en materia de seguridad urbana logrados en Colombia, bien es cierto que al amparo de una negociación con grupos guerrilleros para desarmar sus ejércitos e incorporarlos al sistema democrático, fueron obtenidos en ciudades como Medellín, Cali y Bogotá gobernadas por partidos de centro izquierda o de izquierda. En todo caso, la discrepancia entre ambos polos podría residir en aspectos metodológicos, pero no ya en la puesta en marcha de acciones concretas, comenzando por dar al ejercicio de la seguridad más presupuesto, más medios, mayor prioridad. Después se debatirá sin duda cuan dura puede ser la mano que se aplique, las penas a los delincuentes, etc. Pero dejar las calles sin amparo, eso no es de izquierda, es de inoperantes o peor ignorantes y demás calificativos críticos.

Obviamente es claro que las derechas han visto en este problema muy extendido en la región una oportunidad para plantarse delante de la sociedad ante una clara debilidad de las izquierdas, quizás por falta de formación en esas cuestiones y una visión distinta de las prioridades de aquella del conjunto social, o de la mayoría de la sociedad.

Pero no parece haber en el liberalismo chileno ahora en alza un costado polémico o de excesos cuasi ridículos, como los que pudieron advertirse en personajes icónicos como el brasileño Jair Bolsonaro, el norteamericano Donald Trump o más recientemente el argentino Javier Milei. De todos modos, éste es también uno de los desafíos que enfrenta para su futuro político el chileno Kast, mantener su compostura, una imagen acorde con un aspirante a ocupar la máxima responsabilidad ciudadana.

EL FUTURO PARA BORIC

Del otro lado, también Boric si no deseara resignar su destino político tiene sus propios desafíos a enfrentar. Importa ahora para él su gobierno mucho más que la constituyente, que debería computar como una batalla perdida al no lograr una versión progresista pero moderada que despertase consenso mayoritario para ratificarlo en las urnas. Desde ya Boric no cuenta tampoco con margen para el veto en el nuevo consejo constitucional.

Y nuevamente para la tarea gubernamental la palabra es consenso y la medicina más a mano resulta el buen consejo de los expertos, no ahora de los que escriben textos constitucionales, sino de los que cuentan con experiencia de gobierno y capacidad negociadora efectiva, que encontrará fundamentalmente dentro de la Concertación, en particular los socialistas, aunque no sólo ellos. Las reformas, no todas quizás, pero sí aquéllas relacionadas con la mayor accesibilidad a la salud y a la educación públicas, son sentidas por la sociedad y ese sentimiento es también una expresión mayoritaria. Quizás el camino para su éxito esté en plasmar de algún modo aquello de los “pequeños pasos”.

El aumento de la presión impositiva es otra cuestión donde el logro parece ser ineludible. Una mejora del estado de bienestar tiene sus costos y hay que encontrar el camino para canalizarla. Existe incluso por fuera de las posiciones maximalistas de un Thomas Piketty, un consenso internacional en que las contribuciones tradicionales no son suficientes para equilibrar el aumento de la desigualdad y esto alcanza incluso a las sociedades de los países desarrollados. Por ello la forma de resolver la cuestión tiene que ver con pensar en los gravámenes patrimoniales entre otras alternativas.

Por cierto, si había posiciones reformistas de máxima, el consenso exigirá ahora bajarlas, moderarlas, antes de tener que suprimirlas.

Como última cuestión aparece la que el gobierno de Boric ha puesto en primer plano, la reforma del sistema previsional, sistema que sin duda no da hoy suficiente respuesta a las necesidades de los pasivos actuales y futuros, al menos de su mayoría. Pero a su vez, el problema previsional es de alcance global puesto que quizás solo Noruega ostente una situación robusta en esa área. El debate antes de cualquier imposición es ineludible, sea en Chile, en Francia o en dónde se proponga reformarlo. La idea de Boric es complementar el ahorro en el período activo con alguna política distributiva, es decir apoyando los retiros con subsidios, en suma, más gasto estatal, con lo que regresamos al tema fiscal. Habrá que medir los pasos entonces, por pequeños que parezcan.

Por último, es claro que tanto Boric como Kast pueden fracasar en sus respectivos desafíos y eventualmente quien tuviera algún éxito por pequeño que fuera podrá medrar sobre el fracaso del otro. Pero ese resultado de suma de frustraciones no auguraría un horizonte interesante para los chilenos.

 

 

 

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