Fue una de las grandes noches de boxeo que se han vivido en Mendoza, con la asistencia de mucho público, como cuando Nicolino Locche, Cirujano Ortiz, o más recientemente Pablo Chacón.
Era un sábado con un espectáculo internacional con toda la parafernalia que tiene el boxeo hoy. Sorprendía el majestuoso estadio con un marco multitudinario, frente a las pobres imágenes que se ven en el país, de otros combates en gimnasios o salones pequeños con muy poco público. Además, era una pelea eliminatoria mundialista entre un púgil ruso Zaur Abdullaev y un argentino, para mas mendocino, Juan Carrasco.
Gano el ruso, en un gran combate, se impuso por nokaut. La inadecuada preparación y la mala suerte de recibir un golpe es su ojo izquierdo cuando promediaba el 4 round, (hasta ahí, para mí llevaba 2 puntos arriba), le impidió a Carrasco poder lograr un triunfo en su tierra. Lo físico y el fuerte hematoma, hicieron que con su gran técnica el europeo del este, lograra una victoria contundente, en el 12 round, cuando faltando un minuto y medio, el árbitro parara la pelea y su rincón Pablo Chacón arrojara acertadamente la toalla.
Fue el final de la ilusión
Y de esto quiero escribir, no comentar la pelea, eso ya lo han hecho muy bien mis colegas y la televisión lo mostro todo, si no ocuparme del antes y el después de la derrota.
Juan Carrasco, es una víctima más de haber nacido en una tapera. Y su destino fue el boxeo, que tiene su raíz en la supervivencia, en la búsqueda de no perder la batalla o la vida. Quienes se dedican a boxear son el más fiel reflejo de los seres humanos que nacen en la pobreza que agobia al mundo. Que creo es uno de los flagelos más importantes de la humanidad.
Es por ello que el pugilismo sigue siendo un deporte marginal, de los olvidados. Un reflejo de la sociedad en la que han vivido y en donde han construido sus aspiraciones y límites. Es verdad que quien busca triunfar en cualquier área de la vida necesita tener capacidades y cualidades, pero en el boxeo hay un plus: es la lucha constante por no sucumbir, por no morir, tal vez la primera regla de supervivencia del ser humano.
El boxeo es una actividad deportiva cruenta y difícil, a diferencia de otras disciplinas que protegen al ejecutante. En el pugilismo se expone el cuerpo y se juega con la muerte. La pobreza hace lo mismo con aquellos que la viven en carne propia. El pugilismo no morirá nunca mientras existan los pobres en el mundo. La realidad es que, la mayoría de los boxeadores viven en vecindarios segregados y degradados en donde la violencia es un hecho común de todos los días y en donde la inseguridad física infesta todas las esferas de existencia. Contra un telón de fondo de un ambiente urbano tan duro, el boxeo puede apenas parecer violento. Recuerdo que Floyd Mayweather dijo: “El boxeo es realmente fácil. La vida es mucho más dura”.
Y Juan Carrasco es protagonista principal de esa historia. Desde hace muchos años esta acusado y procesado por un crimen que el manifiesta no haber cometido. Lleva un largo proceso, estando entre la prisión y la libertad.
Acusado de asesinar a su cuñado, Daniel Ahumada, en 2011, fue condenado a 10 años y 8 meses de prisión. Estuvo dos años efectivos en prisión, entre 2013 y 2015. Y en la actualidad se le impuso prisión domiciliaria y un estricto monitoreo con pulsera electrónica y GPS.
Por supuestas fallas en la geolocalización, aparecieron decenas de llamadas a todo horario desde el penal, le marcaban reiteradamente y le cortaban a la noche.. También debía reportarse a cada hora mientras entrenaba. En ese estado de situación, entrenando encerrado en su casa sin poder salir a correr por las mañanas, llego a subir al ring para enfrentar una eliminatoria mundialista.
No hay nadie que respete más a la justicia que este cronista, y además por el gran conocimiento de las trayectoria intachables de dos de los jueces de la Suprema Corte que confirmaron la condena impuesta a Carrasco hace 10 años, con los que compartí la lucha por el restablecimiento de la democracia y estado de derecho en nuestro país, cuando me tocó ser jefe de prensa, en 1983, del primer gobernador de la rescatada democracia Felipe LLaver.
Pero me gustaría que al Pobre Juan, le den la posibilidad de que su caso tenga una revisión, se le facilite probar su inocencia, se trate de encontrar una salida constitucional de excepcionalidad. Porque es injusto que la demora del poder judicial caiga sobre él.
Entiendo que el fin que tiene toda pena, Carrasco, lo cumplió en absoluta soledad sin acompañamiento de ningún órgano estatal.
No me gusta pensar que los rugbiers francesas tuvieron una rápida libertad, al ser defendido por el hermano del ministro de justicia de la nación, Cuneo Libarona. Y Juan Carrasco, boxeador, sufra un proceso porque no pudo pagar un abogado de ese costo.
No puede el estado, que se equivocó, en seguir su caso, mandar a una persona a la cárcel, cuando ya está totalmente socializado y reintegrado a la sociedad. En todo estos años de largo proceso, no ha tenido ninguna denuncia de haber cometido algún delito, tuvo un buen comportamiento, una conducta ejemplar, una peregrinación por la vida a puro sacrificio y prepotencia de trabajo. No retrocedió, todo lo contrario avanzó junto a su familia, su mujer, sus hijos. Perdió a su madre en ese interín y ahora apoya al hombre que lo acompaño estoicamente en el calvario de su vida, su padre.
Luego de la derrota del sábado el gobernador de la Provincia, Alfredo Cornejo, publicó un mensaje rescatando todo esto: “ En el Arena Aconcagua disfrutamos del gran duelo entre el mendocino Juan Carrasco y el ruso Abdullaev, en la eliminatoria por el título mundial de peso ligero de la Federación Internacional de Boxeo. Es un orgullo que Mendoza sea elegida nuevamente sede de competencias internacionales, con dos grandes exponentes del boxeo.
Además quiero destacar la notable mejora que ha demostrado Carrasco en su vida personal y deportiva, luego de su proceso de reintegración con prisión domiciliaria, aspiramos a que más personas tengan esta evolución y puedan reinsertarse en la sociedad”.
He acompañado, en 53 años de periodista, la caída y el ocaso de muchas boxeadores.
Escribí primero el libro “Crónicas de Guantes”, sobre la historia de muchos púgiles, y luego publiqué “Cicatrices de la Vida”, dedicado a otro drama del boxeo, la vida de Jesica Marcos.
Pero, la noche del sábado me va a quedar en el alma.
Entre al vestuario del derrotado, y me encontré con una imagen desoladora. Pablo Chacón parado, ante Carrasco sentado en un banquito, y con la cabeza sumergida en un balde con hielo y agua llorando y a su lado hincada su mujer y su hija. Cuando pudo levantar en un momento su mínima y quebrada mirada, lo salude diciendo que lo íbamos acompañar, que había hecho una gran pelea y su respuesta fue dolorosa, cruel: “ Todos me dicen que me van a ayudar. Pero no pude entrenar bien, la pulsera me saltaba a cada rato y me hacían detener la preparación, el martes estuve con anginas y colocándome remedios, no tendría que haber peleado, lo hice por la plata, y afuera del estadio me están esperando los penintenciarios”.
Le di una abrazo a Pablo, felicitándolo por haber arrojado la toalla y decidir llevarlo al hospital Central, para hacerle todos los estudios necesarios. (Que gracias a Dios salieron bien).
Luego me fui por el solitario pasillo del estadio, que se había quedado en silencio, conmovido en lo más profundo y pensando que los boxeadores son protagonistas de los dos callejones de lo disparatado: la gloria y la decadencia.
En lo agridulce de sus parábolas asoman las dos carátulas del teatro y la vida. Esas vidas miserables y amoratadas de tantos púgiles queridos, como este Juancito Carrasco, sobre todo.