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El fútbol sudamericano y la amenaza de la europeización

“Uruguay vs Brasil, qué partidazo”. Seguramente, muchos de ustedes lo habrán pensado, con toda lógica, y habrán escuchado esta frase en innumerables medios de comunicación en referencia al clásico sudamericano jugado el sábado am la noche en Las Vegas por los cuartos de final de la Copa América.

Redacción
07/07/2024 21:28
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Por Sergio Levinsky, desde Nueva York

Y no deja de ser cierto que, históricamente, ha sido siempre un gran partido, o, por lo menos, motivo de grandes expectativas. Es que animaron grandísimos partidos a lo largo del tiempo, como cuando Uruguay pudo burlar todo el dispositivo para que Brasil, con todo a favor, fuera campeón mundial por primera vez en 1950 en el Maracaná, o en el Mundial de México 1970, cuando otra vez los celestes casi amargan al, tal vez, mejor equipo de la historia del fútbol, que comandaba “O Rei” Pelé, acompañado de geniales volantes y delanteros, en la semifinal que los verdeamarillos se impusieron 3-1 luego de ir en desventaja, y en ese mismo partido, Pelé estuvo a punto de marcar ese maravilloso gol frente a Ladislao Mazurkiewicz, que dos años más tarde logró el “Beto” Norberto Alonso frente a Miguel Santoro en un River-Independiente.

Sin embargo, pese a todo lo que podía generar este partido en esta Copa América, nada de eso ocurrió. Es cierto que a Brasil le faltó nada menos que su gran figura, Vinincius Junior, suspendido, pero uno compara tiempos pasados, ya no tan atrás, pero sí los noventa con Falcao, Toninho Cerezo, Zico y Sócrates, o más aquí con Ronaldinho, Ronaldo, Rivaldo o Roberto Carlos, y la caída es tan abrupta que necesita de una explicación.

En el caso de Uruguay, si bien siempre se caracterizó por el fuerte carácter, la famosa “garra charrúa”, al mismo tiempo siempre contó con grandes jugadores, como Enzo Francéscoli, Rubén Paz o Álvaro Recoba, por poner ejemplos de no hace tanto tiempo. Hoy, no es que no los tenga, pero un jugador fino como Georgian De Arrascaeta, que no por nada juega en el Flamengo que ganó dos Copas Libertadores en cinco años, duerme aburrido en el banco de suplentes.

No es que Uruguay no tenga activos. De hecho, Federico Valverde se consolidó como carrilero derecho en el Real Madrid, Darwin Núñez es un gran goleador que juega en el Liverpool o Ronald Araujo es uno de los mejores centrales de Europa defendiendo al Barcelona.

El problema no son los jugadores sino cómo se concibe el fútbol en este tiempo y esto incluye a la Argentina y al resto de países, aunque notamos con satisfacción que, cuando puede, Colombia trata de salirse de este esquema.

Lo que sucede es que el fútbol sudamericano lleva años europeizado, y por la cada vez mayor distancia económica, esto se va profundizando. Días atrás, en su conferencia de prensa previa al clásico ante Brasil, el argentino Marcelo Bielsa, director técnico uruguayo, recordó amargamente que el chico Endrick, todavía con 17 años (en dos semanas cumple 18) ya pasará a jugar en el Real Madrid cuando comience la próxima temporada y que cada vez se llevan los jugadores a edad más joven, y de paso, comentó que muchos jugadores del San Pablo de Telé Santana, que le ganaron la final de la Copa Libertadores a su Newell’s en 1993, primero ganaron dos torneos sudamericanos antes de cruzar el Atlántico. Tres décadas más tarde, ni eso se puede esperar.

Lo que termina ocurriendo, entonces, es que la base de cada uno de los planteles de selecciones potencia que participan en la Copa América, son jugadores que se encuentran todo el año en Europa, con mentalidad europea, sistemas tácticos y de entrenamiento europeo, y entonces, pretender que un entrenador que los tiene no más allá de quince días antes para la preparación, y que los deberá dejar ir al día siguiente de que termine su participación en el torneo, pueda cambiar el sistema de juego, resulta imposible.

Por esa misma razón, si todos los entrenadores de selecciones nacionales del mundo son cada vez más seleccionadores, porque sólo tienen tiempo de hacer un seguimiento de jugadores y convocarlos, porque el fútbol va cada vez más camino a ser de clubes poderosos y no de románticos equipos nacionales, peor lo tiene Sudamérica, que tiene lejos a sus protagonistas y que, todo el año, practican un deporte distinto al que se concibe en su propio continente, más festivo, creativo, individual, con otros recursos que no sea el ya tan remanido y aburrido pase.

El pase es un muy buen recurso. Ya lo decía Nelson Rodrigues y aparece en un escrito en el túnel que da al césped del Maracaná: “en el pase, el hombre se reconoce como ser social”, pero no todo es el pase. En el fútbol está la gambeta, el recorte, la cortina, el túnel, la bicicleta, la rabona, la emboquillada, el sombrero. Todo eso se fue perdiendo en Europa en el nombre del pase y es por eso que, por momentos, la Eurocopa es capaz de hacernos dormir profundamente, salvo excepciones.

Pero Sudamérica no tiene por qué copiar ese modelo cercano a un partido de handball, cada vez más previsible, o con partidos luchados, trabados, conversados, con permanentes reclamos al árbitro y en los que, al final, se juega un tiempo neto que no pasa de media hora, un tercio del total.

Se entiende que todos quieren ganar y que cada vez se incorporan más mañas, pero Sudamérica debe replantearse qué quiere con el fútbol, si volver a ser una fiesta, o si todo será cada vez más esquematizado, controlado, aburrido.

La economía está influyendo cada vez más en todo, en este caso, de manera no del todo perceptible, pero es una realidad. Llegó el momento de buscar cómo cambiarla para no perder una hermosa tradición como la de un fútbol tan rico como el sudamericano. ¿estaremos a tiempo?

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