- Previo a su exilio en los 70s, Ud. desarrolló estudios académicos en Mendoza y además diversificó su formación integrando corrientes de pensamiento que marcaron tendencia de época. ¿Cómo evoca esa etapa formativa y de qué manera la caracteriza?
- Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras de Mendoza, que por ese entonces quedaba en calle Las Heras 430. En esa época, la Ciudad Universitaria no había sido construida. Tuve buenos profesores dentro de lo que se puede esperar, salvo que, a partir del ´66, con el gobierno de Onganía, las universidades comienzan a ser filtros para personas indeseables.
- ¿Padeció esos filtros a los que alude, en ese momento?
- A mí no me tocó estrictamente, porque era ayudante de investigación, era alumno, y trabajé con un gran profesor como Juan Adolfo Vázquez. Encima, yo, que venía de un pasado en que me había declarado no creyente, descubrí con él cosas como Mircea Eliade, el gran teórico rumano, y empecé a ver la religión, lo sagrado, desde otro punto de vista. Como una conducta humana que tiene su propia lógica y que no es la lógica de la ciencia y de la filosofía, sino una lógica que tiene que ver con dos cosas: el cuerpo y la muerte. Precisamente, la muerte es el gran problema de la filosofía. Todos los filósofos, de una forma u otra, se han referido a la muerte.
¿Qué otras influencias recibió en aquellas épocas?
- Hubo otros profesores que influyeron en mí como Adolfo Ruiz Díaz, quien me invitaba a hacer un poco de peripatetismo emulando a los peripatéticos de Aristóteles…caminar por la ciudad. Y ahí aprendí más de lo que se puede aprender en clase. Es decir que, cuando un profesor te abre su vida, con respeto, te está abriendo también el mundo en el que él ha crecido. Y él había crecido en Buenos Aires y había traído a Borges en el ’56, a quien se le otorgó el título de Doctor Honoris Causa.
- ¿Cómo prosiguió su carrera?
- Trabajé también en el Instituto de Sociología, ya egresado. Como ayudante de investigación hicimos una sobre la educación en Mendoza, que salió muy bien…está perdido ese texto. Corregía Luis Campoy, quien en ese momento era un sociólogo formado con la escuela de Chicago, pero que luego pasó a posiciones extremadamente terribles cuando yo ya no estaba acá.
- ¿Y entonces, qué hizo usted?
- Me fui a Alemania, viajé en barco y fue una experiencia extraordinaria. Y aprendí ahí que la vida te enseña mucho. Llegar a Alemania y decir ¿qué hago? Me inscribí en la Universidad de Freiburg (Friburgo, como dicen en español). Estuve dos años y, un día, ante el profesor que estaba exponiendo, quise exponer un tema, pero me respondió “no, no, no…, al final hay cinco minutos para preguntas”. Esa clase fue clave para mí porque dije “¿qué hago yo aquí? ¿quiero ser como este hombre en el futuro?”. Él enfocaba la Academia como separada del mundo. Y aprendí mucho con amigos, con la aventura, con viajar a dedo…es más, hice Friburgo-Madrid a dedo. Hoy, si un hijo mío me dice que va a hacer eso, le digo “no, ni loco”.-
- ¿Un cambio de vida extremo, quizás?
- No lo sé, pero sí sé de su importancia en mi vida. Ahí opté por la libertad. Estaba en Friburgo Juan Ramón Cepich, quien había sido un profesor nuestro acá. Un hombre muy conservador. Un jesuita con una oratoria muy atractiva, sí...pero en esa oratoria había un contenido muy autoritario, muy de una sociedad divida en estamentos, etc.
- ¿Qué actitud tomó frente a ese contexto?
- Volví a Mendoza y comencé a dar clases en Bellas Artes, debido a que Anita Villalba fue quien me invitó y también esa fue una gran experiencia con Pupi Agüero. Estaba Hernán Abal como director y él transmitía esa sensación de libertad, lo cual le trajo problemas porque hicimos un audiovisual y me dice: “Hugo, ¿por qué no das un discurso el 25 de Mayo?”. “¿Un discurso el 25 de Mayo? No, hagamos un audiovisual con los chicos”. Y bueno, la Pupi era la cabeza y en ese audiovisual usamos material como “La cantata de Iquique”, de Quilapayún. Después me enteré que un funcionario de Educación le había dicho a Abal que nos vigilara porque “ese profesor está contaminando a los chicos”.
- ¿De qué manera continuó en ese clima efervescente bien propio de los 70s?
- Me llaman de la facultad de Antropología escolar, donde también di clases. Yo había egresado con el título de Licenciado y profesor en Filosofía, que era casi una maestría en esa época. Me faltaba el doctorado y me dije “el doctorado puede esperar”. La facultad de Antropología era un hervidero de ideas nuevas. Un poco fue en esa primavera del ´73 y del ’74 cuando se empieza con la pudrición de las cosas. Teníamos muchísimos alumnos y nos atrevimos a cambiar los planes de estudio. Le tocamos los intereses a la Facultad del Aconcagua, ya que todos los muchachos y muchachas de allí se vinieron a nuestra Facultad.
- ¿Una transformación que apuntaba a no parar, quizás?
- Y, recuerdo que en una clase en Filosofía me invitó Arturo Roig para dar una clase de Filosofía, pero estuve nada más que un trimestre porque me designaron secretario académico en Antropología escolar. Y bueh, hubo huelgas, tomas de facultades y etc etc. El asunto es que la cosa se pone espesa y empiezan a echar gente. No en la Facultad, sino en Filosofía, en Turismo, en distintas partes. Y justo me invita Mauricio López a dar la clase de Introducción a la Filosofía en la Universidad de San Luis. Que la tenían los estudiantes de todas las carreras. Llegué a tener 700 alumnos. Daba clase con micrófono. Hice un pequeño trabajo introductorio a la Filosofía, que sí lo conservo por ahí para unificar las lecturas porque con tanto alumno, conseguir los libros, etc…
- ¿Cómo sobrellevó Ud, más otros intelectuales comprometidos, toda la reacción ante estos cambios profundos?
Y...luego vino el exilio. Empezaron los atentados. A gente como Howard Ferrari, argentino, un gran profesor y muy honesto, le pusieron tres bombas en su departamento. Y él bromeaba: “Los fachos decían 'nos sobraron bombas, ¿a quién se la ponemos? Y, vamos a Ferrari'”. Él no tenía un puesto relevante. Él era profesor de “Introducción a la filosofía” en Filosofía y Letras, y era un tipo muy progresista. Escribió un ensayo que se llamaba “Los comunistas se comen a los niños crudos”. Se exilió en Francia y creo que se murió allí. Además, a Juan Alberto Vázquez lo corrieron porque enseñaba que había otras religiones. Y terminó de ayudante en Estados Unidos. Lo que pasa con muchos intelectuales argentinos es que se van al exterior y lo reconocen más que en el propio país.
-¿Qué imágenes le vienen cuando piensa en su faceta de exiliado?
Mi vida en el exilio es muy larga…y simplemente te digo que llegué gracias a Mauricio López, el Rector de la Universidad de San Luis. Tuve ciertos contactos que me permitieron muy pronto ser profesor de la Universidad Michoacana, ubicada en la ciudad de Morelia, una ciudad colonial y muy bonita. Fue una experiencia de tres años muy linda…
- Y allí, ¿qué alcance tuvo su profesión como docente?
¿Qué materia di en la Universidad Michoacana? Nosotros cambiamos los planes de estudio e hicimos “Filosofia y Sociedad”, “Filosofía y Marxismo” - ambas asumí yo – y “Estética”. Fue desde el ’76 al ’79. Di un seminario sobre Freud en donde leímos toda “La interpretación de los sueños”. Di un seminario sobre Marx, donde leímos todo “El Capital”…los ocho volúmenes enteros. Es decir que no era una versión del pensamiento de Freud a través de otros autores, sino leer las fuentes. Lo mismo Marx.
- ¿Qué le significó esa lectura de un pensador como Marx en esos tiempos de cambios tan vertiginosos?
- Y... allí descubrí a Marx más allá de la publicidad que pueda hacerse y en la que se basó el Partido Comunista de la URSS. Yo creo que fue un error cómo se basó Lenin. Y tiene una lógica impecable. Hay un capítulo que se llama “La última hora de Senior”…y Senior era un economista que se oponía a quitarle una hora de trabajo a los trabajadores; o sea, pasar de once horas a diez horas diarias. Su argumento era que en esa hora se generaba la ganancia del capitalista. La lógica con que Marx refuta eso es impresionante.
- ¿Por qué lo señala´así? ¿Puede ejemplificarlo?
- Porque parece muy seductora, ¿no? “Si trabajan una hora menos, el capitalista gana menos”. Marx demuestra que, cada hora, el obrero le está sumando valor al producto y ese valor sirve para pagar un salario mínimo y el resto se lo queda como plusvalía el capitalista. Pero la forma sería complejo detallarlo, Marx empieza a leer y refuta punto por punto esto. Yo creo que Marx, políticamente se equivocó mucho, porque forma la Primera Internacional y lo que hace es fragmentarla; por un lado, lo corre a Lasalle, que era la versión socialdemócrata dentro de la 1ra. Internacional, por otro lado, corre a los anarquistas. Es decir: era muy sectario Marx.
- ¿Puede ahondar al respecto?
- En el ‘71, cuando se da la Comuna de París, él primero se negaba a ir y luego asiste hasta hacer el libro “La lucha de clases en Francia”, en el cual se basó Lenin para escribir “El Estado y la Revolución”. Esa Comuna, que duró tres meses y que reprimieron brutalmente, no es un país sino una ciudad que está tomada. Es decir que, con eso, Lenin formó la idea de una Rusia que iba a ser socialista, como transición al Comunismo. Y nada que ver. Hoy tenemos evidencias de que ha habido un error grave, lo cual no quita que los textos de Marx sirven para entender muchas cosas de la sociedad, pero no para formar un partido político. Creo que la cosa va por otro lado.
-¿Se sintió amenazado por expresar lo que Ud. sentía?
- Y, allí se me van cerrando mis clases porque reprobé una tesis, que era malísima, con un resumen de la lectura parcial de tres libros como tesis de licenciatura. Y hubo un grupito que dijo: “Si a este que era el más inteligente de nosotros lo reprueban, nos van a reprobar a todos nosotros”. Después me enteré que con los líos con la policía hicieron unos volantes en mi contra y que decían “el indeseable extranjero Hugo Enrique Sáez, que se opone al desarrollo de la cultura y el saber en México, ha reprobado a un compañero y pedían mi expulsión por el artículo 33. Me entrevisté con el Director de Migraciones. No sabía quién era ese tipo: Fernando Gutiérrez Barrios.
(fin de la primera parte del reportaje, hecho en la redacción de Jornada). Más adelante se informará cuándo se publicará la segunda entrega.
Producción, entrevista y edición periodística: Fabián Galdi