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Murió el actor francés Jean-Paul Belmondo a los 88 años

06/09/2021 08:39
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La leyenda del cine francés Jean-Paul Belmondo murió este unes a los 88 años

El actor francés, Jean-Paul Belmondo, falleció a los 88 años, comunica la agencia AFP citando al abogado del actor.Jean-Paul Belmondo, también conocido como ‘El magnífico’ y ‘El profesional’, se convirtió en la imagen de una generación entera, caracterizado por su cautivadora sonrisa

Belmondo, quien saltó a la fama como parte del movimiento cinematográfico de la Nueva Ola francesa con películas como À bout de souffle (“Sin aliento”) de Jean-Luc Godard, se convirtió en una leyenda con más de 80 películas de muchos géneros, incluidas comedias y thrillers.

En 2016 ganó el León de Oro a toda su trayectoria en el Festival Internacional de Cine de Venecia.

Nacido el 9 de abril de 1933 en Neuilly-sur-Seine, un suburbio acomodado de París, Belmondo se crió en una familia de artistas. Su padre de origen italiano era un reconocido escultor.

La combinación de un físico imponente – Belmondo inventó la fascinación por los abdominales cincelados décadas antes del advenimiento de Marky Mark– con una voz suave de dicción algo ceceante, unos rasgos toscos e irregulares con un encanto típicamente francés, hicieron de él el hombre más deseado de Europa durante tres décadas. En 2018 su figura ilustró el cartel del Festival de Cannes, y continúa interesándonos desgranar el fenómeno Belmondo para descubrir cómo puede alguien convertirse en un mito erótico masculino siguiendo unos pocos pasos.

Nacido en 1933 el muy burgués barrio parisino de Neully-sur-Seine en una familia de artistas, por sus venas corre sangre siciliana y piamontesa. Como toda familia decente, la suya deseaba que se aplicara en los estudios, pero ya desde niño prefirió darle al punching ball: el ciclismo, el fútbol y sobre todo el boxeo le interesaban bastante más que las clases en el Liceo. Hasta que con dieciséis años sufrió una crisis existencial promovida por un brote de tuberculosis y decidió convertirse en actor. Comenzó en el teatro, y estuvo a punto de abandonar su carrera cuando fue rechazado en las audiciones a la Comédie-Française: como por entonces aún debía conservar los modales agresivos del ring, su respuesta al jurado fue un corte de manga, lo que no fue del todo mal recibido entre sus primeros fans: “El profesor no lo aprueba, pero el hombre dice bravo”, le dijo uno de sus instructores en el Conservatorio.


Debutó en el cine a mediados de los 50 con una serie de películas irrelevantes, hasta que el inquieto ojo de la nouvelle vague se fijó en él con Chabrol, que lo eligió para su thriller con aspiraciones comerciales Una doble vida. Belmondo consideraba que esta película sería el gran éxito que estaba buscando, y aceptó trabajar inmediatamente después con Jean-Luc Godard en una producción de ínfimo presupuesto llamada Al final de la escapada como simple entremés mientras esperaba la llegada de su gran momento.

Lo sucedido a continuación desbarató todas las previsiones: a la película de Chabrol no le hicieron mucho caso entonces y hoy nadie la recuerda, y en cambio la de Godard es historia del cine. Con Al final de la escapada Godard ponía en pie una astuta operación consistente en adoptar las premisas del cine americano de serie B –blanco y negro; dinamismo formal; policiaco, romance y tragedia; una chica, un chico y un coche– para insuflarle el hálito novedoso que reclamaba una joven generación que engrosaba la línea de salida para liarla parda en el mayo del 68. Bajo su original apariencia, en realidad casi todo en ella era historia conocida. Lo más novedoso que contenía llegaba de la mano de Belmondo. Su magnetismo era tal que, si no supiéramos de qué pie cojea Godard, pensaríamos que había realizado una película feminista por hacer del hombre el objeto sexual (frente a él la bella Jean Seberg queda prácticamente anulada en ese plano) en plena era de las femmes fatales. El gesto de Belmondo al deslizar el dedo pulgar por los labios sería homenajeado en un conocido anuncio de Martini de los años 90.

Otro cineasta, Claude Lelouch, ha asegurado recientemente que fue Jean-Paul Belmondo quien inventó a Godard y no al revés, y la idea no nos parece tan descabellada. Actor y director volverían a trabajar juntos cinco años más tarde en Pierrot, el loco , uno de los pocos éxitos comerciales del autor suizo y también una de sus películas más vitales, potenciada por la energía arrolladora del protagonista. Esperamos que el encanto que desplegaban él y Anna Karina, recién divorciada de Godard, contagie también al Festival de Cannes de este año, que los ha elegido para su cartel.


Convertido en una estrella indiscutible, en los años 60 Belmondo –ya conocido como “Bebel” en el mundo francófono– se las arregló para compatibilizar los grandes papeles en películas de prestigio con los éxitos de taquilla sin demasiadas pretensiones. En Dos mujeres (1960) , de Vittorio De Sica,resultaba creíble como intelectual sin precisar más atrezzo que unas gafas de montura fina. Si la película pertenecía a una desgarrada Sophia Loren que se llevó el Oscar por hacer de Anna Magnani, lo que hoy realmente nos desgarra el corazón es ver a Belmondo haciendo de Arthur Miller. Del mismo modo, en La calle del vicio (La Viaccia) , de Bolognini, nos interesa bien poco el convencional tratamiento de la historia de un hombre destruido por una mala mujer, pero por reunir a dos de las personas más bellas del cine de todos los tiempos –la pérfida era Claudia Cardinale– ya merece la calificación de monumento a 24 fotogramas por segundo. La irresistible pareja volvería a coincidir en Cartouche, clásico del cine de espadachines que rompió las taquillas.

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