Lo bautizaron con los nombres Fuad Jorge, Jury, el apellido. Los argentinos mal informados dirían “turco hasta la médula”. Fue en Las Catitas, allá por mayo de 1938. Las Catitas era un poblado pequeño donde los nacimientos se notaban varios meses antes de ocurrir
Por Jorge Sosa / Mendocinos Famosos
Nadie de los que vio la panza prominente de Laura, su madre, hubiera imaginado que allí adentro latía quien iba a ser uno de los grandes nombres de la cultura nacional, ni Fuad, ni Jorge, ni Jury, el prefirió llamarse como lo conocemos: Leonardo Favio. En Luján de Cuyo fue niño de pueblo, andador de calles y de fincas, conocedor de pájaros y canales, amigo de muchos amigos, fumador de Fontanares y peleador de ocasión, estudiante remolón, a veces, necesitadas veces ladronzuelo de pocas monedas. Lo hicieron preso por niñez humilde en algunos centros de albergue de infancia díscola. A veces apuntó para cura, pero era demasiado silvestre para eso, por ahí tuvo veleidades de marino. Se enroló y un día vestido de marino le dijo adiós a sus veleidades y se puso a pedir limosnas en la estación Retiro de Buenos Aires con uniforme y todo.
Su padre se la “cafishió” a la vida y lo dejó colgado de su madre. Laura escribía radioteatros, cuando el género era lo bueno de todas las radios. Ella conseguía diminutas actuaciones, que entonces llamaban “bolos”, para Leonardo. Fueron sus primeros pasos en el mundo de la ficción de quien, con el tiempo sería, uno de sus mejores abanderados.
Los contactos de Laura lo acercaron al cine. De los bolos de radioteatro pasó a ser extra de películas. Su primer intento: “El Ángel de España” del cineasta peruano Enrique Carreras. Basby Torre Nilsson era, entonces, el más reconocido director de cine argentino, ganador de premios internacionales y admirado en cada entrega. Torre Nilsson vio con premonición: “ese flaquito puede dar mucho”, y ¡Vaya si dio! Leonardo empieza a llenar su currículum de actor con “El secuestrador” en 1958 y una de las más grandes de Basby: “Fin de Fiesta” de 1960. Nilsson lo empuja, lo anima, lo prueba, le enseña: -Poné la cámara vos, Leonardo. ¿Cómo harías esta toma? Tratá de darle luz de encanto a la escena.-Leonardo aprende, registra, se nutre hasta que un día se anima. “El señor Fernández” se llama su opera prima nunca terminada.
Pero termina “El amigo” en 1960. Ya el cine estaba adentro de él como el radioteatro adentro de su madre. Ya integraba una familia de artistas. Cinco años después con Luis Destéfano en la producción y Torres Nilsson en el padrinazgo, estrena “Crónica de un niño solo”, comenzaba una nueva época para Favio y para todo el cine argentino. Había llegado un innovador de paisaje, no de los de afuera, que esos están bien diseñados por Dios, sino de los de adentro en donde Dios es socio de la creación. Ni se imaginaba el Leonardo de aquellos tiempos que estaba creando un cine de culto, que su película sería proyectada miles de veces, ya no para ser admirada, sino para ser discutida, entendida, contagiada, casi como una religión. Leonardo siente el impulso y también siente que le sobran ganas y coraje. Entonces, en 1967, realiza la que tal vez es su película más famosa, la más admirada: “Romance del Aniceto y la Francisca”. Ya tenía calibre de director. Su llamado era escuchado. Lo escucharon y lo atendieron Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner que ya eran nombres consagrados de la escena nacional. Muchos, me cuento entre ellos, consideran a “El romance del Aniceto y la Francisca” como la mejor película argentina de todos los tiempos. Ya no sólo era reconocido, era un consagrado. Llegan premios de acá nomás, acá a la vuelta, pero otros con olor a mar y otros continentes. Los cinéfilos lo incluyen en la pequeña lista de los directores que renovaron el cine argentino. Entonces sube al podio con Torre Nilsson y Fernando Ayala.
Lo dijimos: familia de Artistas. Resultó que su hermano Zuhair Jury, se le anima a la escritura. Más tarde se le animaría también a la actuación y a la dirección. Zuhair escribe un cuento y Leonardo se mete en él con cariño de hermano y admiración de colega. Resulta “El dependiente”, que cosecha las primeras manifestaciones hostiles de una argentina que poco a poco iba cayendo en manos de las charreteras.
Pero, minga de achicarse. Leonardo no tiene plata para filmar, debe buscar otros recursos. Encuentra uno en la pared de su casa: su guitarra. Canta, se muestra, sorprende, graba y se transforma en un éxito de Latinoamérica. ¿Quién no guarda en su memoria algún pasaje de “Fuiste mía un verano” o “Ella ya me olvidó”. Favio compositor, autor e intérprete. De la pantalla al micrófono y las grandes multitudes sin butaca de los recitales. Éxito, siempre éxito… Su debut como cantante le llevó a La Botica del Ángel, a manos de Eduardo Bergara Leumann. Ese mismo día un ejecutivo de la CBS le propuso grabar un disco, resultando el primer sencillo de Favio Quiero la libertad, un gran fracaso. La productora entonces le aconsejó grabar Fuiste mía un verano y O quizás simplemente le regale una rosa; íconos de su primer álbum, también titulado Fuiste mía un verano (1968). El disco resultó emblemático, constituyendo el más clásico de sus repertorios. Tras su participación en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, en Chile, Leonardo consolidó su fama internacional.
La plata que cosecha de las canciones va a ser sembrada en el campo del cine. Por eso en 1973 nace una de las películas cumbres dentro de sus cumbres: “Juan Moreyra”, la que tal vez le venía picando desde la época del radioteatro que le enseñó a amar su madre. Como reiteración del modo y los contenidos populares lanza en 1975 “Nazareno Cruz y el Lobo”, basada en los guiones radiales de un grande del teatro radiofónico: Juan Carlos Schiappe. El pueblo sabe que se trata del pueblo, las dos películas resultan las más vistas del cine Argentino.
En el año 2000, el Museo Nacional de Cine Argentino realizó una encuesta entre cien críticos, historiadores e investigadores de cine de todo el país. La consigna era «Cuáles son los 100 mejores films del cine sonoro argentino», dando como resultado Crónica de un niño solo el mejor film (con más del 75 % de los votos). En 1998 la revista Tres Puntos (Argentina) hizo una encuesta a cien personalidades del ambiente cinematográfico (desde directores y actores hasta reflectoristas y escenógrafos) con la consigna «Elija las cinco mejores películas argentinas de la historia y el mejor director cinematográfico». La película ganadora resultó ser El Romance del Aniceto y la Francisca y Favio el elegido como mejor director, ambas distinciones por amplia mayoría.
Leonardo siempre fue peronista, aún antes de nacer. Sabía que iba a nacer pobre y desamparado. Coherente con su pensamiento, el tiempo no le rebajó ni una feta a su peronismo, lo llevó siempre con orgullo y lo defendió con su obra. “Yo no soy un director peronista, pero soy un peronista que hago cine y eso en algún momento se nota. En ningún momento yo planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”.
Lo habitaba una concepción popular de la religiosidad católica y del culto a la Virgen María sosteniendo que para él «Dios está al centro de todo; a la izquierda suelo llevar a la gente y a la derecha la estética».
Participó de hechos trascendentales de la vida de ese partido de pensamiento y sangre: viajó junto a Perón en el avión que lo trajo de regreso al país, y condujo la fallida y trágica bienvenida de Ezeiza, cuando Perón retornaba del todo. Favio desde el escenario fue el espectador de uno de los días más tristes del movimiento peronista. Trató de apaciguar los ánimos pero hablaron más fuerte las balas.
María Vaner fue su amor de entonces. María era una notable actriz con ideas de izquierda. Tuvieron dos hijos. Se separaron en 1973. Un año después María fue expulsada del país a puras amenazas de la espantosa Triple a (es justo en todo caso escribir “a” con minúscula). España la recibe como a tantos. Leonardo comenzaba a sentir el olor a la distancia.
1976, ya todos sabemos de qué se trata. La mano autoritaria de los “salvadores de la patria” no podía permitir que ese señor, peronista, comprometido, querido y famoso, viviera en el país que ellos planeaban. El exilio lo convocó junto con otros notables artistas y pensadores argentinos. La ciudad de Pereyra en Colombia lo albergó con gusto. Desde ahí Leonardo, otra vez envuelto en canciones, realizó giras por numerosos países.
Pero el cine no había muerto en él. Lo dejaba para el regreso y el regreso se produjo. Argentina en democracia, lo soñado de lejos había que trabajarlo de cerca. Filma entonces, en 1987, “Gatica, el mono”. Tres años demoró en terminar el documental “Perón, sinfonía del sentimiento” donde relata en cinco horas y cuarenta y cinco minutos los acontecimientos ocurridos entre la Primera Guerra Mundial y la muerte de Perón.
Favio fue peronista sin internas, sin caminos interiores, peronista entero. Sus simpatías más fuertes pueden encontrarse en la dedicatoria de la película “Perón, sinfonía del sentimiento”, en ella menciona a Héctor J. Cámpora, Hugo del Carril, Ricardo Carpani, Rodolfo Walsh, los trabajadores, los estudiantes y el Grupo de Cine Liberación que integraban Fernando Pino Solanas, Gerardo Vallejo y Octavio Getino
El Aniceto y la Francisca seguían latiendo en su interior. Procura un segundo intento que tituló “Aniceto”. Favio canta al final del film una obra de su hijo, el músico y compositor Nico Favio. Lo dicho: familia de artistas.
La muerte se disfrazó de neumonía para llevárselo, en una clínica de Buenos Aires, el 5 de noviembre de 2012.
“Te lo juro. A la muerte la veo como una hermana que ya va a venir. Sólo le temo a la humillación de la decrepitud. No pido ni un minuto más ni un minuto menos, que venga. Eso sí, con dignidad quiero irme”.
Cumplido está, maestro.
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Favierías
Una entrevista que Jorge Sosa nunca realizó
Cuando uno analiza tu obra se encuentra con un artista casi total. Te ha faltado sobresalir en la pintura, pero lo hiciste en todo lo demás. ¿Tu paz es el arte?
Trato de estar en paz conmigo y con la gente que quiero. Mi vida no pasa por filmar ni pasa por cantar, pasa por estar contento.
En tus películas, además de la imagen, obvia, de los diálogos, del movimiento, hay una valoración especial del silencio. ¿Trabajaste mucho con el silencio?
Trabajé mucho, sí, y es que los silencios por lo general están llenos de música. Al menos los silencios de mi provincia. El de Buenos Aires está tamizado por ruidos que te impiden detectarlo; está lleno de ruidos que te impiden escuchar el viento, el aire suave, la brisa, el vuelo de un pájaro. Todas esas cosas yo no las perdí o intento no hacerlo. Por eso es que acá, en este lugar donde vivo, no se oye ruido. Elijo lo que quiero recibir y oír, y cuando quiero oír más lindo todavía, me voy a mi cuarto de descanso y me quedo ahí. Hago meditación y me voy, me voy. De pronto, estoy allá al lado de un río, escuchando lo que quiero… Los otros días me puse a recordar cómo era la flor de los durazneros, allá en Mendoza. ¡Llegué a sentir hasta el aroma! Era una maravilla, una cosa de locos. De eso está poblado el silencio. Y es una sinfonía impresionante.
Debe ser muy bello poder filmar.
Yo sigo filmando “porque me gusta el aire de aquí”, como decía Atahualpa. Filmo porque me gusta hacer cine, y no creo haberle quitado las ganas de vivir a nadie ¿No?… Soy un trabajador de la cultura, una persona que eligió un estilo de vida, una militancia. Soy un director normal. He ido a ver otras filmaciones y soy igualito, en serio, no me siento un marginal.
La infancia, tu infancia, es recurrente en tus películas, charlas, las canciones que cantás, recordemos nomás a “Chiquillada” del Yorugua Carabajal.
Todos atesoramos la infancia. El pibe que vive en la ciudad recordará a su perro más querido, a su abuela… Claro que de vez en cuando tenés que llevarlo al campo para que vea que ¡Las gallinas existen! ¡Yo fui tan feliz! Feliz como pueden serlo los pibes que viven en el campo o casi todos ellos porque los ves ahí… El hambre duele, pero no es como se ve en esos documentales, donde ves a los niñitos sucios, los mocos y todo eso… ¡Si supieran que ese chiquillo es feliz! Que corre descalzo, va y viene, va… viene… Feliz, de una manera que quizá desconozca el otro chiquito que va a la plaza. Para ese pibe, la mayor aventura tal vez haya sido ver mear a un perro contra un árbol. Esos chicos no ven nada. Viven en un contrafrente toda la vida. Por eso es muy importante llevarlos a la plaza, al campo, al parque, y contarles lo que es. A ellos a veces les cuesta descubrirlo.
La ideología que tenemos nos marca. Actuamos en función de esa ideología, no podemos desprendernos de ella, porque por ella somos. Tal vez sea cierta la afirmación de Luppi en el Aniceto cuando dice “Al final de cuentas, todo es ideología”.
Eso salió de la vida real. En Luján de Cuyo, en Mendoza, había un tipo al que le decíamos el doctor Morales. No sabía leer ni escribir pero siempre andaba con un diario, El caudillo, y vaya a saber dónde carajo escuchó la frase esa, pero la usaba para cualquier cosa. Le parecía una expresión política importante y la repetía, pero de ideología no tenía la más puta idea.
Sé que sos religioso, que creés en Dios sin convenciones ni imposiciones, ni dogma. Alguna vez dijiste que a tus películas te las dictaba Dios.
Bueno, no es que venga y me diga: “Tomá, ésta ponela en 28”. No es eso. Es que cuando él está ausente de mí, es cómo si no pudiera arrancar. Entonces prefiero alejarme, pensar, y de pronto viene eso, algo que no sé cómo explicar. En fin, cuando viene el clic. ¿Vos escribís? ¿No sentís por ahí que de golpe parás y es cómo si alguien te tocara? Yo a eso lo llamo Dios, vos lo llamás una vibración nerviosa, otro lo llama otra cosa, todo es válido… Pero hay algo, porque todos quisiéramos ser Akira Kurosawa, pero Dios es el que determina qué vas a ser. Lo he dicho muchas veces: es lindo conocer a una persona que tiene talento, pero más lindo es ver y charlar con una persona que eligió un camino para ir acompañando la vida. Lo otro te lo regala Dios. Por eso no me gusta hablar del cine de mis colegas; cada uno vuela hasta donde le dan las alas. También están los petardos, que eligieron mal su vocación, y encima son obstinados. Eso es jodidísimo, ¿no? No hay nada más jodido que un tipo obstinado que eligió mal su vocación.
Es curioso, a veces uno encuentra a Dios, siente que Dios está con uno pero no deja de buscarlo. El arte es tal vez la forma más cercana a Dios, porque es creación, cuando es pura. Sentís esto de tu arte.
Es como un misterio; como buscar a Dios; como si estuviera en todos lados, en cada lugar, y no se diferenciara en nada una cosa de la otra. Yo busco esa totalidad y sé que voy a morir buscándola porque a eso no llegás nunca. Hablo de buscar a Dios con la razón, pero podés perderla antes de encontrarlo…. Ahora veo las cosas desde otro lado. A veces voy en auto y veo todo ese cardumen de pibas y pibes que van a un baile, y cada vez son más niños para mí. Claro, voy envejeciendo y los veo más chiquitos. Ahora es un placer distinto. Digo: “Qué lindos son, gritan como los cachorros”. Entre ellos hay un fuego, ¿no?
¿Hablás con Dios, le pedís algo?
Si hay algo que le pido a Dios, es amar todavía más a la gente. A los que no tienen posibilidades de ser escuchados. Estar con ellos. Caminar con ellos. No hay ningún misterio. Todo es cuestión de amor.
Y sin embargo, a veces, a veces muchas veces, cuesta tanto el amor.
Sí, a mí siempre el amor siempre me costó muchas lágrimas. Muchas.
¿También la muerte es una cuestión de amor? Si así lo fuera ¿por qué le tenemos miedo a la muerte?
Yo no sé cómo piensan los árboles. Y tienen vida, y tienen inteligencia, se mueren de tristeza. Todo eso es parte de la vida. En la historia de la humanidad y de la Tierra hay más muertos que vivos. Entonces, a mí no me asusta para nada la muerte. Para mí es un gran interrogante, nada más. Lo que sí le temo, porque soy muy cobarde con el dolor, es a la humillación del dolor. En eso sí soy asustadizo. Los dolores me joden mucho. Mucho, mucho. Uno puede llegar a la traición por el dolor. Pero es jodidísimo. Pero bendito sea el que logra comprender todo eso.
“Uno puede llegar a la traición por el dolor”. También podemos llegar a la traición por la tentación…
Según cómo sobrelleves en tu conciencia un hecho, eso te pone en el regazo de Dios o lejos de Dios. Todos tenemos tentaciones. Si después sentís un dolor en el corazón muy hondo y te quedás mirando el techo, eso te hace ser un hombre bueno. El hombre no es bueno ni malo, es hombre. No somos ángeles.
Por lo que decís tu Dios tiene ángeles.
-Pertenecen al misterio. Yo no veo lo invisible pero existe. Sé que voy empujando materia a cada paso. Hay algo en que reflexiono mucho, y es que verdaderamente Dios amó, porque sin eso no habría sido posible semejante obra. Sí, Dios es un misterio, pero más misterioso es el amor. A veces pienso: ¿Primero el amor y después Dios?
¿Cuál es el mandamiento más difícil de cumplir?
No desearás la mujer de tu prójimo.
No hay dudas de que los Jury o los Favio constituyen una familia de artistas talentosos. Vos, tus pibes, tu madre, tu hermano. ¿De dónde les llegó ese don?
Si tengo algo de talento, lo heredé de mi madre. Ella escribía y dirigía radioteatro y todo lo que se del manejo de actores lo aprendí a su lado. Cuando dicen: Uh, ese tipo es talentoso. Bueno, maravilloso, pero humanamente ¿Qué es? Porque eso es lo importante, el talento te lo da Dios.
Al parecer tu madre tuvo mucha influencia en tu arte.
-Acordate, mi mamá, Laura Favio, escribía radioteatro, era brillante. Y ella empezó: “-Leéme esto que escribí-. -No, me da vergüenza.-” Pero ella insistía. Al final: “-Te lo leo pero atrás de la puerta-“. Así hasta que me llevó a su compañía. Yo tendría 17. Después me lleva a San Juan y se arma la compañía Liliana Dávila-Leonardo Jury. Largamos con La fiera acorralada, de mi mamá. Liliana era grande, tenía como 25 años; yo era muy lindo, le empecé a gustar a la gente. Después gira de tres meses y mi mamá me dice: “Nos vamos a Buenos Aires”. Mi tía Elcira Olivera Garcés ya estaba aquí. Me dejé arrastrar. Haciendo bolos en El Mundo, me ve Raúl Rossi y entro en Todo el año es Navidad. Ahí Salvador Salías me lleva para actuar en El secuestrador, con Torre Nilsson. Antes yo había hecho un papelito en El ángel de España, de Enrique Carreras, con Pedrito Rico. Veinte veces la vi para verme. Después hice películas, canciones, y ahora estoy aquí, con vos. Todo muy rápido, un vértigo.
Es lógico que el creador invente a sus personajes. La ficción exige personajes que a lo mejor no son reales, pero se transforman en reales apenas uno los comparte.
“Mis personajes brotan de la realidad. En mis películas no hay un solo personaje que no esté dentro de mi corazón, que no reaccione como yo hubiera reaccionado… Mis películas son siempre la misma película”.
Y transpiran pueblo. ¿Es ese tu fin? ¿Mostrar al pueblo con sus vestiduras, con sus heridas, con sus esperanzas? ¿Qué es para vos eso que llamamos “pueblo”?
La gente que yo conozco. Los intelectuales que caminan por la misma vereda de la gente. Los obreros, los trabajadores, los panaderos. La gente. Y después está lo otro, que es el mundo que yo no conozco y que nunca me animaré a contar. Porque no sabría cómo hacerles colocar los cubiertos sobre la mesa. Las familias muy poderosas. Lo popular, en cambio, es la gente, la que transita.
Decís “las familias muy poderosas”. Ellas no piensan igual que vos con respecto al “pueblo”, para ellas “pueblo” es una mala palabra.
Los otros días estábamos cenando donde vamos siempre nosotros, ahí en Montevideo y Corrientes, creo, cuando entró una nenita, que tenías que ver a esa nenita tan hermosa, y aunque hubiera sido fea, dejando unas tarjetitas y qué se yo ¿No? por las mesas. Y unas viejas que estaban allá, viejas del verbo vieja, estaban con unos pelucones, unas cosas de terror, y cuando va la nena le dicen: -No, no-.
Después, cuando yo voy saliendo, me dicen: -¡Leonardo! ¡Leonardo! Tu cine…
Y yo les digo: -Escúchenme ¿Por qué no le dio una propina a la nena? ¿Por qué no le compró una tarjeta? Pero entonces, qué me viene a pedir un autógrafo a mí, somos diametralmente opuestos ¿Qué quiere que le dé yo a Ud.? Aprenda a querer a la gente, qué me viene a pedir un autógrafo a mí.
Uno tiene que proceder así porque no estás haciendo daño, sos didáctico. Porque nunca es tarde para aprender.
Allá en tu infancia fuiste como esa niñita que pide. ¿Qué te quedó de aquello?
Tengo metido en los huesos el miedo a que me humille la pobreza. Sueño con eso. Que me quedo sin plata y estoy lejos. Que vuelvo a mi casa y no puedo entrar porque la vendieron… Sueño con mi mamá, vamos a comprar ropa y no tenemos ni para volver. ¡Angustiante, loco!… Subo a un tren, soy un pibe de 20, no tengo para el boleto y me hago el simpático para que no me agredan… Esto soñé anoche. Yo siempre tuve un gran pudor para tener miedo. Obviamente que lo he tenido; sería un pelotudo si no. Pero en ciertos casos el miedo se vuelve humillante, entonces te hacés el simpático. En la realidad y en las pesadillas me pasa eso, hermanito. Trato de escapar, las piernas no me responden, cámara lenta, ah ah ah, querés ir más rápido y no podés, huevón. Lo peor, no sabés de qué mierda te escapas.
Este cuadernillo fue titulado, hablando de vos “Crónica de un niño solo” ¿Estás de acuerdo con ese título?
Yo en este cuartucho ¡tengo un mundo fabuloso! Música, libros, fotitos. Encerradito miro y leo y vuelo. Para mí viajar es una pérdida. Yo no quiero salir, la paso bárbaro conmigo. Siempre estás solo, me dicen. No, boludo, estoy conmigo.
Te han aplaudido mucho, mucha gente, pero otra gente te ha hecho mucho daño ¿Podés perdonar?
… Hay que perdonar, pero ojo, no digo olvidar. Perdonar es recordar de otra manera.
Al fin, Leonardo, ¿qué somos?
Uno es los amigos que ha merecido.
(Esta entrevista fue construida sobre la base de entrevistas realizadas por colegas de Tiempo Argentino, y por Carolina Silvestre, Agustina Ravaini, Pablo Russo, y Rodolfo Braceli. Les pido perdón a los colegas por haberme aprovechado de sus cosechas. Ojalá haya hecho buen uso de ellas. Jorge Sosa).