En una sucesión de días consecutivos, la fuerza emotiva que produjo el 25 de noviembre, tras los dos años de la partida de Diego Maradona, tuvo su correlato al día siguiente en un Lusail Stadium enfervorizado y cuya concurrencia atravesó estados de ánimo opuestos. La ausencia física, a dos años de su partida, se transformó en un dinamizador del peso referencial maradoneano que impregna de sentimientos profundos a quienes ya lo han valorizado como una leyenda viviente e imperecedera.
Para Lionel Messi, la carga emocional que se cargó en su psiquis previa al partido frente a los mexicanos se fue liberando a partir de la toma de decisiones en instancias que se convirtieron en clave conforme al desarrollo del juego. Leo es un imán que atrae desde polos positivos, pero también negativos – valga la expresión metafórica – tanto cuando entra en contacto con el balón como al momento de que el esférico ruede lejos de él.
En circunstancias límite, la figura referente irrumpe sin que nada ni nadie se lo pida o detenga. Produce una reacción en cadena que contagia a la fuerza propia y le genera una preocupación extrema a quienes deben obstaculizarlo con el objetivo de bloquear su participación en hechos que marcan tendencia. Y así lo hizo Leo. En el momento justo y lugar indicado.
En los días posteriores al golpe post Arabia Saudita era común escuchar la expresión “where is Messi?” en tono irónico y expresado en simpatizantes de los “halcones verdes” pero también en fans de otras nacionalidades, inclusive la mexicana.
Y bien, hoy queda claro dónde estuvo, está y estará el capitán de La Selección. Lo volvieron a tomar en una marcación zonal, con un rival cercano que lo hostigaba en el arranque y otro que aguardaba para complementar desde atrás. La marca mixta entre volantes y defensores terminó quebrada en esos “momento Leo” en los cuales el Diez rompe esquemas y define dándose la mejor de las opciones en cuanto a cómo resolverlo.
El desahogo que representó su gol, en momentos en los cuales el equipo seguía mostrándose ineficaz para armar circuitos de desequilibrio, no solamente produjo lágrimas de emoción en Lionel Scaloni y Pablo Aimar en el banco de relevos, sino que provocó una sensación similar en quienes apoyan al seleccionado argentino en cualquier circunstancia que fuere, donde y cuándo sea. Fue un grito visceral, de alta intensidad y liberador de la angustia que presuponía quedar prácticamente eliminados en la fase de grupos.
Este paso gigante que se dio contra México necesita su correlato en el determinante duelo a afrontar frente a Polonia, el cual definirá la permanencia en la Copa del Mundo o la tant temida como temible eliminación antes del paso a octavos. Argentina supo reinventarse a sí misma cuando ya no tenía margen error. El halo maradoneano sobrevuela desde el pasado viernes y a quien mejor lo acompaña le sirve para alimentar un sueño esperanzado con vistas al 18 de diciembre en el Lusail Stadium, el mismo escenario de la ya mítica resurrección.