PRÓLOGO
Dos meses después de que la Selección Argentina ganara su último Mundial del siglo XX –el de México– una pareja rosarina se hizo unos arrumacos en la cama y la cosa pasó a mayores.
Fue el 21 de septiembre de 1986, día de la primavera alfonsinista. Jorge Messi y Celia Cuccittini estaban con ganas.
Es importante que nos detengamos en ese acto amoroso, porque ocurrió dos meses después del gol agónico de Burruchaga a los alemanes.
Jorge y Celia tuvieron que haber gritado mucho aquél gol. Y dos meses después, sin duda, no habían olvidado que el equipo argentino era campeón del mundo.
Así ocurrió la concepción del segundo hijo de la familia Messi, al que llamarían Lionel Andrés. Fue un día caluroso del año 1986, cuando el eco del Mundial de México aún no se había apagado. Como la Selección Argentina había ganado una Copa deel Mundo ocho años antes, en 1978, Jorge y Celia creían que el éxito deportivo sería habitual. No sabían, ni tenían porqué saberlo que la racha había sido corta, y que empezaba a crecer un maleficio.
Nueve meses después, Jorge y Celia tuvieron un hijo en Rosario. Cuando la partera les entregó la criatura, en ese mismo instante, un dios maligno susurró al oído de todo un país: «Los maldigo con 36 años sin campeonatos del mundo, pero a mismo tiempo los bendigo con este bebé zurdo».
En medio de esas dos fechas, un chico tímido llamado Lionel crece, sufre, sueña, emigra, vence, se frustra, renace y cada postal de ese abanico se convierte en una imagen.
Ese día, 24 de junio de 1987, de algún modo también Miguel rep empieza a dibujar este libro, que marca la vida extraordinaria de un hombre corriente.
Hernán Casciari
Este libro está dedicado a vos, que estás llegando para felicear el mundo.
UNO
Pulga
¡Cuando me pusieron en tus manitos, me reí tanto! ¿Sabés por qué? Porque yo parecía más grande que vos y pensé que jamás tendrías tanta fuerza para patearme. Maradonita, Pulga, te llamaban, y me fui acostrumbrando a tus patadas. ¡Cómo me dolía cuando me hacías rebotar contra la pared de enfrente! Como cuando te caías y te raspabas la rodilla, y ni ay decías… te levantabas y gambeteabas a los grandotes de la cuadre. ¡Acá Piqui! ¡Acá, Piqui!, y me llevabas atada a tu zapatilla izquierda con toquecitos cortos, esos que dolían poco, y llegabas a la esquina y me hacías rodar locamente entre una piedra y un atado de ropa.
A veces me lavabas y tu boquita de nene sonreía cuando nos quedábamos frente a frente, y no me prestabas a nadie y eso que yo era una redonda bola sin gracia que no hacía más que rodar, ¡Preferías regalar tu alfajor antes de verme en otras manos! Y por la noche me escondías lejos de los demás, adentro del ropero, entre el camioncito naranja y el juego de la Oca… Ahí estoy todavía, en ese lugar seguimos estando.
¿Te acordás cuando después de comer ibas a buscarme a tu escondite secreto y me llevabas a dormir con vos? Yo ronroneaba y cuidaba tu sueño de jugador de una cancha grande de pasto verde con miles de personas que gritaban tus goles. A veces, por la madrugada despertaba y sentía que me abrazabas bien fuerte: “Dormí, Leo, que ya vas a crecer”.
Al otro día me volvías a patear contra la pared, sobre el asfalto y la vereda y me hacías resoplar y el sol partía la calle en dos. Ustedes los chicos, los amigos, los hermanitos y los primos corrían detrás de mí hasta la hora de las milanesas.
Eras incansable, y seguías corriendo y corriendo en las noches de verano, cuando los bichitos volaban alrededor de los faroles y el viento traía el olor del río. ¿Te acordás?
Yo acá sigo peleando con el camioncito y el juego de la Oca, que me dan codazos. ¿Sabés por qué? Porque siempre, siempre, estuvieron celosos de mí, pero no me enoja, me da gracia. Ellos también preguntan dónde estás.
El tiempo pasó, creciste y jugaste con otras pelotas más lindas y brillantes y bien infladas. No seré una de esas porque mi piel está gastada, pero tengo en la panza el mismo aire de cuando pateaste un balón por primera vez… Te extraño, Leo, no seas malo, venite a Rosario a jugar un poco conmigo. Hagamos goles, y después me vuelvo al ropero, hasta una próxima vez.
DOS
Lionel
Leo, Leo, querido, soy la abuela… despertate que te quiro decir algo. ¿Tu papá duerme? Dejalo tranquilo. Mirá por la ventanilla que está saliendo el sol y eso verde allá abajo es el mar, y allá está África, ¿la ves? Todavía falta mucho para que lleguen, ¿Qué cómo se todo esto? Es que desde acá arriba puedo verlo todo.
No pellizques a tu padre y pedí un café con leche, aunque no sea como los que yo se preparaba. Tomalo y comé algo rico que tengo que contarte algunas cositas. ¿Me escuchás? Bueno, así me gusta, quiero que me digas si estás nervioso y esto queda entre nosotros.
¿Estás despabilado? Te cuento que vas a sentir que las calles tienen otro olor, y que la gente te va a parecer extraña… Vos, tranquilito, como siempre. Hacé lo que te digan, que te va a venir bien, te lo digo yo, que llegué a vieja. Jugá, pateála como sabés y después, aprovechá para conocer esa ciudad que es tan linda. Al principio te van a mirar raro, pero vos seguí adelante, yo sé que me vas a hacer caso.
Te van a estar mirando unos señores con saco y corbata. No les prestes atención y jugá igual que en campito de Grandoli. Acordate: te va a ir fantástico, vas a ganar todo y comprarte una gran casa y después, vendrán los periodistas y los que filman para hacer libros y películas.
¡Cómo te molestaba perder!, aunque casi siempre tu equipo ganaba y nos volíamos a casa y salías a patear en la calle.
¿Qué hacés? ¡Dejá esa mano tranquila, ni se te ocurra despertar a papi! ¿Sabés que un día te llevé de la mano a la canchita y a los nenes les faltaba uno para el partido? ¡Cómo jodí para que te dejaran jugar! Les debo haber dado tanto miedo que al final te hicieron entrar y te aseguro que nunca se les va a olvidar lo que hiciste. Después, metiste millones de goles hasta que te llamaron de Ñuls. ¡Seis añitos tenías!
Mostrales cómo gambeteás y dejás a todos parados. Los catalanes te van a prometer regalos por cada gol, pero hacerlos cumplir, ¡guarda que son medio amarretes! Yo sé que vas a ganar muchos campeonatos y ser muy feliz.
No te asustes que no pasa nada, es el avión que comenzó a bajar. Mirá cómo se ven las rutas, las casitas ¿y las canchitas? Portate bien que voy a estar para protegerte. Una sola cosa te pido… Que cada vez que metas un gol en el arco mires hacia arriba y me saludes, pero también, que me digas algo que solo vos y yo sabemos para siempre. La frese que quiero que me dediques es…….
TRES
Leo Messi
Mamá me sirvió mucha comida ¿si la escondo debajo de la mesa se dará cuenta? Mejor no, porque si me pescan se van a enojar. Siempre igual, a mí me dan más porque dicen que tengo que crecer y todo eso. Falta poco, dos o tres bocados y listo, a jugar a la calle, que ayer no me dejaron hacer goles. ¿Quién falta A ver, está Rodrigo… Matías… ¿Vendrán Maxi y Emanuel? ¿Y Bruno? ¡Bien! Terminé primero y limpié el plato! ¿Podemos ir a jugar?
La abu me llevó a la canchita y era cierto que tenía tribunas como las que se ven en la tele, y también un Kiosquito. Todo es grande, hay luces para jugar a la noche y se ven las redes de los arcos y entonces, nadie me puede discutir si la pelota entró o no. Si me va bien, va a venir a verme y se va a poner contento. Ojalá pueda hacer como dos mil goles.
Es más roja y negra de lo que pensaba. ¡Cómo brilla la camiseta! Cuando termine el partido la guardo en el bolso y la muestro en el barrio. Ojalá venga Antonela y me pregunte algo porque yo ni me anime a preguntarle.
¿Si me hubiera gustado quedarme en Rosario? Claro que sí, y se lo dije al peiordista, pero ahora que estoy acá ni loco me muevo. En el Barça me tratan bien, en la cancha me puedo mover como quiero y encima, tengo un nuevo amigo que es un jugadorazo de Brasil y me aconseja, aunque a veces no le entiendo como habla. El técnico está seguro que vamos a ganar todos los campeonatos del mundo y mañana se la haremos redifícil a los de Madrid. Hace un poco de frío y desde acá se ve el mar. Anoche soñé que levantábamos una copa plateada y de día sueño que voy a buscar a Antonela y que me llaman para la Selección.
Se la tiré bajito y entró. Allí están Lautaro y Nicolás. Y por las dudas me voy a parar entre los dos. No quiero ni mirar ¿cuántas finales perdimos? Menos mal que me dijeron que siguiera, que no me bajara de acá, menos mal. ¿Cómo estarán papá, mamá y los demás? Andá, Dybala, te toca a vos. Pensar que la primera vez que vestí estos colores se echaron enseguida de la cancha, abuela querida, hacé que ellos sigan errando, por favor te pido que el corazón me va rápido. ¿Qué haré cuando tenga canas y no me den más las piernas…? No importa ahora, falta poco, ¡qué tortura! Dale Gonzalo, terminalo, pateáselo a la derecha que estamos de racha… abuelita, ¿será el momento?
Ya está, ya está, después de esto… ¿Qué sigue?
Por Emilio Vera Da Souza, Redacción Jornada