Pero quisiera recordar aspectos de aquella Pascua histórica que mantuvo en vilo al país debido a un grupo de esperpentos que se arrogaban la representación de las Fuerzas Armadas y la Verdad y la Solución. Más vulgarmente buscaban cargarse al último estadista de la Argentina -lo que resulta unánime-, desde 1983 a estos días.
Alfonsín irá a Campo de Mayo a obtener la “rendición de los sediciosos”, 1987
Aquello sucedió en abril de 1987 y los incidentes marcaron a fuego el temple de estadista del entonces presidente. Todo terminó ante una multitud en Plaza de Mayo, con el recordado discurso que dejó una línea histórica para la Argentina. "Felices Pascuas, la casa está en orden".
Antes de comenzar su discurso, el presidente Alfonsín recibió una ovación espontánea, fuera de cualquier cálculo ideológico. Estuvo frente a la multitud, desde el balcón de la Casa Rosada, en silencio, durante 40 segundos.
Luego dijo "compatriotas" un par de veces, pero el gentío estaba desbordado. Y ese orador impecable, al frente de la República de flamante trato democrático, aportaba su dramaturgia con liderazgo para honrar la movilización popular.
La foto más significativa para la Historia debiera ser, además de una panorámica explosiva de Plaza de Mayo, otra, la que muestra ese instante del discurso. Alfonsín, en primer plano, a su lado el jefe de la oposición, Ítalo Luder, y atrás de ellos el vicepresidente y jefe del Senado, Víctor Martínez. Y más atrás los que eran sus ministros. También estuvo en primera línea Antonio Cafiero.
¿Radicales y peronistas compartiendo el balcón? Así funcionaba la cosa pública, pibes. Era mejor que las guerritas tan masturbatorias de hoy.
Alfonsín restauró lo más importante para vivir en una sociedad republicana y moderna. No era la salud ni la economía ni la AUH. Su mayor logro fue resistir la rabia antidemocrática, el fervor fascista y totalitario, la demagogia. Y pudo trasladarlo a la sociedad, incluso después de su muerte. Legó cultura, civilidad, tolerancia, disenso, diálogo. Un crack.
Desde su presidencia se impulsó la integración regional, la democratización de los sindicatos, el rol de la Iglesia en el Estado. Innovó poniendo en agenda lo que llamaba la "ética de la solidaridad". Hoy el concepto sigue vigente.
Fue el propio Antonio Cafiero, durante el entierro de Alfonsín, tan masivo y respetuoso como el de su correligionario Hipólito Yrigoyen, quien lo puso como uno de sus dos maestros en el arte de la política. El otro fue Perón.
Dijo Cafiero en la despedida del estadista: "Aprendí, en una relación que se hizo cada vez más amistosa y generosa, muchas cosas que ignoraba. La verdadera historia del radicalismo, sus valores. Advertí que Alfonsín tenía sueños. Y soñaba con otros. Con la juventud. Y con los otros partidos. Alfonsín soñaba que el consenso y la reflexión, lo que los sociólogos llaman la bioética, debía imperar alguna vez en la vida argentina".
También fue profeta de otra tierra, de otro tiempo.
Alfonsín gobernó para las mayorías. Pero a diferencia de antecesores y sucesores, promovió medidas de largo alcance, incomprendidas en su hora o a contramano de las demandas inmediatas.
¿Cómo se le respondió? Recién el día de su muerte, al envolverse el país en un luto suave, nada histriónico ni histérico: sobrio, sentido, respetuoso, más profundo que cualquier discurso agitado.
Fue el último de los políticos valientes, tanto que, al sentir el aire subiendo desde el precipicio, entregó el mandato presidencial antes de tiempo. Había gobernado casi con todo en contra. Lidió con las fuerzas económicas y sociales más importantes que nunca quisieron ceder terreno. E, incluso, se sopapeó con militares, al impulsar la CONADEP y el Nunca Más. Y no reparó en la ausencia del peronismo en esta hazaña.
En el gobierno, el político no siempre debe hacer lo que se pide, sino apenas lo que se debe hacer para que no se pida siempre lo mismo. Alfonsín era de esos.
Lo agradecemos tanto como añoramos su visión y praxis de estadista, en especial a la luz de lo que continuó como historia.