El largometraje de Jeff Nichols –director de Shotgun Stories y Midnight Express director del cine actual de los Estados Unidos– se mete de lleno en la subcultura motoquera de los años 60 y comienzos de los 70. El club de los Vándalos, retoma la investigación documental de un libro de fotografías de Danny Lyon, The Bikeriders, y cuenta el triángulo de amor motorizado entre el líder de la banda, el joven novato y rebelde, y la chica que está a punto de dejarlo todo por él. Una película que indaga con idealización romántica en las conexiones entre la libertad individual, el peligro y la violencia.
“La obscenidad y las motocicletas van juntas de la mano. Al menos eso es lo que piensa todo el mundo”. El fotoperiodista escucha las palabras del motoquero y se queda pensando, antes de preguntar las razones. “Supongo que todos necesitan alguien con quien agarrársela. Pero, ¿te imaginás alguien mejor que nosotros?”. Ebreve intercambio ocurre en cierto momento de El club de los Vándalos, la nueva película del realizador estadounidense Jeff Nichols, una de las voces creativas más interesantes que ha dado el cine de ese país durante los últimos tres lustros. El sexto largometraje del director de Shotgun Stories, Atomentado y Midnight Express transcurre entre mediados de los años 60 y el comienzo de la década siguiente, cuando diferentes bandas de motociclistas recorrían las rutas de los Estados Unidos llevando las banderas de la libertad individual y al mismo tiempo, a los ojos de una parte de la sociedad, las del peligro de la violencia y, sí, también la obscenidad. El cine ya se había hecho eco del reluciente fenómeno en películas como El salvaje (1953), con el icónico papel interpretado por Marlon Brando, y una década más tarde producciones independientes englobadas en el subgénero popular de los biker films llenaba las pantallas sin prestigio de dobles programas, con películas de títulos tan floridos como Hells Angels on Wheels, Wild Rebels y Motorpsycho, y la biblia del desencanto rutero norteamericano, Busco mi destino.
Desde la afrenta a las buenas costumbres en tiempos de profundos cambios sociales a la violencia criminal, Nichols reconstruye esa historia a partir de la mirada de la joven esposa de uno de los Vándalos, a su vez registrada por la versión cinematográfica de Lyon. Una historia de amistades masculinas inoxidable, orgullos y pactos y traiciones organizadas alrededor del bronce de los manubrios y el ruido de los caños de escape.
“Descubrí el libro de Danny Lyon hace varias décadas, tirado en el piso del cuarto de mi hermano mayor”, declaró el realizador en una entrevista reciente con la revista británica Total Film. “Es la mirada más completa sobre una subcultura que haya visto jamás, y honestamente se siente como una lista de ingredientes o instrucciones para hacer una película”. Relato coral, en el cual múltiples personajes interaccionan a lo largo de casi diez años, El club de los Vándalos tiene sin embargo tres personajes de relevancia mayor. Por un lado, Kathy (Jodie Comer), la chica que una noche que parece igual a cualquier otra conoce casualmente a Benny (Austin Butler, el Elvis de Baz Luhrmann), un miembro de The Vandals joven y atractivo que atrapa la mirada y que parece la antítesis de su novio, a quien abandona al día siguiente antes de subirse nuevamente a esa moto reluciente y ruidosa. Benny es el miembro de menos edad en la pandilla, pero su negativa a quitarse la chaqueta de cuero customizada (los “colores” de la banda) cuando se encuentra recorriendo carreteras en soledad, a riesgo de ser violentado por algún redneck, y la fidelidad para con el grupo lo transforman en un socio activo y respetado. Finalmente, Johnny (Tom Hardy), el veterano líder de la manada, un hombre de familia, camionero de profesión, que sale de casa a juntarse con los muchachos despidiéndose de la esposa con un beso, como si saliera a la rutina diaria de trabajo.
En una entrevista reciente realizada por el sitio web Roger Ebert, Nichols detalló que “al abrir el libro de Lyon pueden verse todas las variantes de la cultura de motociclistas. Los mecánicos, la gente que rearma las motos, pero también esa mujer, Kathy, parada en la bañera. Al leer el texto que acompaña las fotografías, que en más de un sentido romantizan el universo que describen, las palabras completan un punto de vista tridimensional de una subcultura. Las fotos siempre fueron una inspiración para mis películas. En gran medida, Mud fue inspirada por The Last River: Life Along Arkansas’s Lower White, de Turner Browne, otro libro de fotografías. Pero más allá de lo cool que puedan ser las imágenes de Lyon, uno comienza a pensar que se trata de seres interesantes, complejos y también frustrantes. Todo lo que uno puede desear como eje de un estudio de la humanidad”.