Situación real 1: Un profesor universitario en una universidad privada, le consulta a una alumna de 4° Año de Relaciones Públicas, qué se celebra el 25 de mayo. La alumna, que cuenta con 21 años de edad, responde con soltura: “No sé, es feriado”.
El asombro del profesor es tal, que de inmediato le hace otras preguntas. “¿Qué pasó el 20 de junio? ¿Y el 17 de agosto? ¿Cuándo es nuestra independencia?”. A esta última inquisición, la joven responde, con igual soltura: “El 25 de mayo”.
Situación real 2: El azorado profesor se dirige a un colega y le comenta el hecho previo vivido. Él le responde, también suelto de cuerpo: “Así son ahora”.
Si se hace un fugaz recorrido de la trayectoria académica de esa alumna “modelo”, podemos decir que, tras siete años de primaria, cinco de secundaria y al menos cuatro de sus estudios universitarios, la joven no aprendió ni siquiera las fechas patrias.
Situación real 3: El viernes pasado se conocieron las notas de los aspirantes a las escuelas de la UNCUYO, con sendos exámenes de Lengua y Matemáticas. De casi 3 mil estudiantes, la mitad no superó el 5 como nota promedio y nadie logró promediar un 10 entre ambas evaluaciones. Los “9” de promedio, fueron menos de 20 en total.
El hecho obtuvo gran repercusión mediática y en redes sociales. Mucha gente se mostró sorprendida. “Es increíble lo sucedido”, repitió la mayoría. Sin embargo otros más analíticos señalaron: “Es un baño de realidad”.
Pero, ¿qué tan sorpresivo pudo ser?
El tema parece ser uno de esos que la sociedad ve con gran preocupación y sin embargo poco se hace. De hecho, para muchos, la primera reacción fue decir que los exámenes fueron “muy difíciles”.
Cabe aclarar que esta modalidad se adoptó tras la fuerte polémica de 2023, cuando más de mil inscriptos para entrar a esos colegios llegaron con promedio 10 desde distintas escuelas primarias de toda la provincia. Léase bien: PROMEDIO 10, esa misma nota en todas las materias durante toda esa primera etapa de su vida escolar.
Esa controversia también provocó expresiones que marcaban lo “increíble” que resultaba que tantos chicos de 7° grado tuvieran promedio 10.
La mayor queja en esos días era que en la UNCUYO no se garantizaba igualdad de oportunidades, porque podía haber estudiantes provenientes de escuelas primarias “más exigentes” que no tuvieran 10 de promedio, pero que perdían la oportunidad a manos de quienes sí contaban con esa nota.
Pero ahora, cuando finalmente se toman cartas en el asunto, se define una forma de ingreso que garantiza igualdad de oportunidades, contando incluso con un curso de nivelación en el que todos los aspirantes participaron, resulta “increíble” la gran cantidad de aplazos.
“Podemos replantearnos si enseñamos o evaluamos en forma correcta, si los chicos no aprenden bien, si las metodologías de enseñanza y los contenidos son adecuados, si los estímulos y también el compromiso de los padres es satisfactorio”, destacó el diputado nacional Julio Cobos, justo un día después de que se conocieran esas notas.
Fue quizás el primero en lanzar la discusión. ¿Se enseña bien en las escuelas de Mendoza? ¿Se busca calidad en el saber o solo “zafar”?
Hace 9 años, Alfredo Cornejo inauguraba su primera gestión de Gobierno provincial anunciando que pondría énfasis en la educación primaria y en la enseñanza “de Lengua y Matemáticas” fundamentalmente. Lo hacía percibiendo (seguramente bien informado), lo mal que estaba la educación mendocina de entonces.
Cuando ese discurso sucedía, la alumna universitaria que hoy sorprende por no saber las fechas patrias tenía apenas 12 años y seguramente terminaba la primaria.
Días atrás, en una entrevista en radio Nihuil, Luciano Lutereau, doctor en Filosofía y Psicología, y profesor de la Universidad de Buenos Aires, hizo foco en la denominada “generación de cristal”, esa a la que no hay que hablarle de “exámenes” sino de “instancias evaluativas”, para no hacerlos sentir mal.
Según el catedrático, ese grupo de chicos de la también llamada “generación Z”, con edades de 11 a 21 años, recibió un modelo de crianza y educación “altamente gratificatorio” distinto del anterior, que ponderaba el esfuerzo, el desafío y “el rigor”.
El académico señaló que de aquel viejo sistema basado en el “rigor”, que se ubicaba “en un extremo” y no generaba beneplácito por su dureza al enseñar, se pasó “a otro extremo”, quizás demasiado permisivo que incluso podría haber librado al albedrío de los propios niños y adolescentes su formación, más ligada a sus “zonas de confort”.
“Ojalá llegue ahora el tiempo de un término medio”, se esperanzó Lutereau, buscando el equilibrio.
Con esto, tanto el estudioso como el político y quizás, buena parte de la sociedad, hayan comprendido que el momento de cambiar llegó. Y que así como cambian los paradigmas políticos de gestión, se deben replantear los sistemas educativos.
Tal vez, como ellos plantean, ese debate esté comenzando y quizás hasta implique discusiones que poco tengan que ver con los conceptos “extremistas” del pasado riguroso o del presente permisivo.
Porque desde sus respectivas consideraciones, este “baño de realidad” que tuvimos los mendocinos el viernes pasado, hace tiempo dejó de ser una sorpresa. Es la comprobación de una situación que la sociedad toda debe resolver.