Carlos Washington Lencinas nace el 13 de noviembre de 1888. Hijo de José Néstor Lencinas, quien había sido gobernador de la provincia. Trascendió en el conocimiento popular con el apodo de “El Gauchito”
Por Jorge Sosa / Mendoza te cuenta
Padre e hijo fundan “El Lencinismo”, corriente interna de la UCR enfrentada con el presidente Hipólito Yrigoyen. El movimiento, de amplia raigambre popular, fue el que promulgó leyes para beneficiar a los de abajo. El sueldo mínimo, la jornada laboral de ocho horas, las pensiones para la vejez y la invalidez, fueron algunas de las conquistas sociales que hicieron crecer en popularidad al lencinismo.
De hecho Carlos Washington fue elegido gobernador en 1922 y la provincia intervenida por el Gobierno de Marcelo T. de Alvear en 1924. Pero “El Gauchito” sigue ganando elecciones en Mendoza y hace de la alpargata su símbolo. El humilde calzado de los sectores populares enfrentado al buen vestir de las clases elitistas que hasta entonces habían mandado en la provincia.
En 1929 Yrigoyen arrasa en las elecciones nacionales y Lencinas es elegido senador por Mendoza, pero el Senado de la Nación (aliados los conservadores y los radicales de “El Peludo”) rechaza el pliego del legislador electo. Lencinas va a Buenos Aires a hacer valer sus derechos pero sin éxito. Antes de volver a Mendoza lo advierten que se está preparando un atentado contra su vida. Lencinas envía un telegrama a Yrigoyen pidiéndole garantías y haciéndolo responsable de los posibles sucesos, y regresa a su provincia, una provincia convulsionada políticamente por los acontecimientos. Al pasar el tren “El Internacional” por San Luis le ofrecen un aeroplano para evitar cualquier peligro en el tramo final. Carlos rechaza la propuesta.
Lo recibe una multitud en la estación de trenes de la calle Villalonga. La gente se abalanza sobre su líder, sobre su querido “gauchito”. Lencinas abraza, estrecha manos y prácticamente transita en andas la calle Villalonga hasta Las Heras, Las Heras hasta Perú, Perú hasta Necochea y de ahí al Círculo de Armas, en la calle España frente a la Plaza San Martín. El Círculo de Armas se encontraba donde ahora está la sucursal mendocina del Banco Francés y a su costado sur, se enseñoreaba el estupendo edificio del Teatro Municipal. Estaba previsto un discurso del caudillo.
Desde uno de los balcones del Círculo hablan los señores Alberto Saá Zarandón y Carlos Gallego Moyano. Cuando lo estaba haciendo Antonio García Pintos, un periodista uruguayo radicado en nuestra ciudad, se escuchó un grito: “¡Viva Yrigoyen!” El grito provoca un tumulto entre el público. Lencinas da un paso al frente y pide calma a la gente. En ese momento suena la detonación. Aquí comienza la certeza de una muerte y la incertidumbre de sus autores.
El caudillo se desplomó y fue atendido sobre una mesa de billar. No había nada que hacer, la bala le había atravesado el pecho en diagonal, dañando su aorta y saliendo por el costado izquierdo de su cuerpo. El proyectil quedó entre su piel y su camiseta, empapadas en sangre. El velatorio se realizó en la casa paterna, 25 de Mayo 750 de la ciudad de Mendoza. Miles de personas acompañaron el adiós del caudillo. Sobre el cementerio de la Capital dos aviones le dieron la despedida desde el aire. Hoy, a casi 92 años del suceso, no hay claridad sobre lo ocurrido.
Algunas versiones dicen que quien gritó fue Cáceres y que él fue quien disparó. Inmediatamente se produce un tiroteo represivo y Cáceres cae herido. Hay otros muertos y heridos, el desbande del público es caótico. Otros aseguran que un señor de estricto traje a rayas subido a un árbol cercano a la ventana del Círculo fue quien efectuó el disparo y aprovechó el tumulto posterior para escabullirse en él. Incluso hay una versión que afirma que el tiro no vino de afuera sino de uno de los guardaespaldas de “El Gauchito”.
No hay claridad porque Cáceres, baleado en el mismo momento, murió poco después y porque las diligencias de la justicia para discernir el asesinato nunca estuvieron claras. Todavía se tienen dudas sobre cuál fue el arma utilizada para cometer el magnicidio. Algunos murmullos involucraron a los gansos; se dijo también que Cáceres había actuado porque Lencinas había deshonrado a su familia, que fue una cuestión personal; y hasta algunos atrevidos de la historia llegaron a involucrar a dos personajes que después serían figuras en el quehacer político de la Nación: Ricardo Balbín y Arturo Jauretche, quienes estaban en Mendoza trabajando junto al interventor, Carlos A. Borzani.
Ocurrió el domingo 10 de noviembre de 1929. Allí terminó la dinastía de Los Lencinas. El pueblo, el pueblo puro, lloró su muerte como el de un familiar muy querido. Mendoza había perdido a un auténtico caudillo, quien había demostrado con claridad de concepto y de mando, que sus preocupaciones y ocupaciones siempre iban a estar del lado de la gente que usaba alpargatas.
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