Los fanáticos de la aeronavegación de aquellos tiempos tenían la empresa como una de sus máximas aspiraciones: cruzar la cordillera de los Andes en globo. Era el año 1916, ya Jorge Newbery había pagado con su vida, aquí, en Mendoza, la riesgosa profesión
Eduardo Bradley presentó sus planes al Aero Club Argentino que ofreció dos globos para el proyecto: el nombrado “Teniente Origone”, se utilizó para inspecciones previas a la cordillera, para el cruce se eligió al más grande, el bautizado “Eduardo Newbery” (hermano de Jorge y también pionero de la aviación argentina). Bradley prefirió a un compañero joven: el mendocino Ángel María Zuloaga. Bradley y Zuloaga pusieron manos a la obra, estudiaron, consultaron, desoyeron algunos consejos. El notable y recordado señor de la aviación mundial, el brasileño Santos Dumont, les había dicho que el intento era imposible, que iban a una muerte segura. No le hicieron caso, siguieron trabajando. Todo indicaba que el cruce debía hacerse desde Chile a la Argentina, los vientos del Pacífico los llevarían hacia el este.
En su preparación tuvieron muy en cuenta la elección del material. Estudiaron los antecedentes meteorológicos y aerológicos de la zona, consultando permanentemente a científicos en la Argentina y en Chile. Se hicieron conocedores de los vientos y creyeron que si llegaban a los 8.000 metros de altura, un torrente de vientos huracanados proveniente del mar chileno los llevaría hacia la Argentina.
A mediados de junio de 1816 estaban listos para intentar la hazaña. El hidrógeno provisto para llenar el globo no alcanzó y tuvieron que completar la carga con gas de alumbrado de una fábrica chilena. A las 6 de la mañana del 24 de junio los dos aventureros estaban al pie de su globo. Desde las afueras de Santiago de Chile iniciaron el ascenso. Alcanzaron los 4.000 metros pero necesitaban más altura. Comenzaron entonces a desprender del globo las bolsas de arena que usaban como lastre. A los 6.000 metros encontraron lo buscado: fuertes corrientes de viento hacia el este. A los 7.000 metros debieron usar sus máscaras de oxígeno, el viento era más fuerte, más propicio.
Necesitaban alcanzar los 8.000 metros para estar seguros del éxito. Ya no les quedaba nada de peso de qué desprenderse, habían dejado caer víveres, armas, instrumentos. Después contaron que, de haber sido necesario, pensaron en arrojar la barquilla que los sostenía y sentarse en el aro del globo. No fue preciso. El globo llegó a los 8.100 metros de altura sin más ayuda y entonces tuvieron que soportar temperaturas de 33 grados bajo cero. Desde esa altura divisaron el Cerro Tupungato, sonrieron, estaban cerca, no podían fallar.
Al comenzar el descenso, una fuerte corriente de aire, característica de las quebradas de alta montaña, maltrató al globo. Pero ya estaban del otro lado de las altas cumbres, el río Mendoza estaba a sus pies. Aterrizaron en Cerro, muy cerquita de un precipicio. Entonces la Villa de Uspallata fue una fiesta, Mendoza también y el país todo. Un tren especial salió desde nuestra ciudad hacia Uspallata para homenajear a los héroes.
En un tren especial volvieron a Buenos Aires. En la Estación Retiro, una multitud los llevó en andas hasta el Círculo Militar y desde allí al Club Gimnasia y Esgrima.
Se había concretado una de las más grandes hazañas de la aeronavegación del mundo entero, había ocurrido en Mendoza y había sido protagonista un mendocino: Ángel María Zuloaga.
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