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Un viaje increíble

Se aproximaba enero  de 1817, el mes que San Martín consideraba ideal para el cruce, pero aún faltaban víveres, pólvora, armas y otros enceres que le había prometido Pueyrredón,  Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Había que viajar con alas a Buenos Aires a buscarlos y volver volando.

Redacción
03/05/2023 19:14
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En aquella época  el viaje, sobre todos los viajes con cargas, requerían noventa días de andar soportando a campo traviesa las contingencias de vientos violentos, aguaceros y crecidas, guadales y desiertos y los ataques de bandidos como así de los nativos que asechaban en cada kilómetro. San Martín reunió a los que habitualmente hacían el viaje, todos comerciantes de esos tiempos que frecuentaban el puerto de Buenos Aires para volver con las carretas cargadas de vestidos, adornos, muebles, utensilios y otros enseres, por encargo o porque iban a comerciarlos buenamente a su regreso a Mendoza. San Martín les dijo que era preciso ir a buscar lo que el ejército necesitaba en la mitad del tiempo. Casi todos calcularon como imposible el tiempo impuesto, salvo uno, Pedro Sosa, quien le dijo al general que podía hacer el viaje en la mitad del tiempo. La historia no refleja con exactitud las penurias de un viaje de 1040 kilómetros en carretas tiradas por bueyes. Pedro Sosa empleó 41 días en ir y volver. Todo un record, una hazaña. San Martín podía estar tranquilo, no sólo soldados tenía, también estaban a su lado los heroicos paisanos de la Patria.

Tropero

El que guía o conduce tropas de ganado a distintos destinos. Conocedor del terreno, los caminos y las pasturas el tropero debía ser, por su propio oficio, buen baqueano. Por extensión se le llama tropa a un conjunto de carretas o vehículos.

Se lo habían anunciado a su regreso soldados de reconocimiento que habían llegado desde la Posta de la Dormida. San Martín miró el calendario de su escritorio y sonrió - - ¡Qué hombre este Pedro Sosa! Va a cumplir lo dicho, nomás – Tomó las precauciones del caso: - Que salga un batallón del octavo a custodiar las carretas – La sonrisa del General se hizo más grande. Ahora sí el cruce estaba más cerda, ahora sí podía decidir. Sabía que faltaban varios días para que las carretas llegaran, pero en cada despertar volvía a calcular la distancia – Ahora deben estar por la posta de Palmira, ahora deben andar por Rodeo – Una mañana lo despertó su ayudante cuando el sol mañereaba para salir. ¡Ya llegan, señor!. San Martín se levantó con ropa de paisano, era entre paisanos el asunto. La polvareda que levantaban las carretas ocultaba el caserío de la ciudad. Lo adivinó en la primera, no era el mismo hombre que él vio partir. Ese que veía era un hombre de tierra, camino, sol y sudor. Los bueyes detuvieron su andar a pocos pasos, el General se acercó. Dos ojales pardos eran los ojos de Pedro Sosa, un ojal más grande, blanco, su sonrisa. Bajó y se cuadró frente a San Martín , como un soldado.

_ Aquí tiene su carga, señor.

_ ¡Amigo Sosa! ¡Cuarenta y un días, mi amigo! Usted sí que sabe cumplir promesas

Después charlaron los dos bajo el alero de un rancho precario, entre mate y mate, con esa yerba que todavía tenía olores de puerto. Al final San Martín trató de poner las cosas en orden.

_ ¿Qué se le debe, amigo?

Don Sosa lo miró con lentitud de buey, con sonrisa de regreso. Lentamente contestó

_¿Qué le parece un abrazo, general?

Entonces el sol salió con ganas, sin dudas, era un nuevo día.

 

 

¡Vamos buey!

¡Vamos buey, vamos buey!

Que no nos gane la pena

que allá en la tierra del vino

la libertad nos espera.

¡Vamos buey, vamos buey!

Que hay que hacer de la distancia

la mitad de lo que fuera.

 

Traigo sable y fusiles,

traigo pólvora y harina,

traigo mi piel hecha surcos

y las dos manos partidas.

Traigo apuro, que la Patria,

prepara la bienvenida.

 

¡Vamos buey, no se detenga!

¡Carreta aguante el repecho!

Que entre los yuyos del campo

Hay ranqueles al acecho.

¡Vamos buey , vamos buey!

Que el reloj me está poniendo

dos puñales en el pecho.

 

Traigo sables y tacuaras,

traigo clavos y madera,

traigo apuro y el apuro

hace más larga la espera

Partan el tiempo en mitades

Y denme la más ligera.

 

Yo le dije al General

Pedro Sosa habrá de hacerlo

si no me fallan los bueyes

en la mitad de ese tiempo.

Estoy llegando a Mendoza,

siento el olor de viñedos

¡Vamos buey, no se me manque

que este es el fin y el comienzo!

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