El ex delantero y campeón del Mundo con Argentina en 1978 Leopoldo Jacinto Luque falleció hoy a los 71 años en Mendoza con coronavirus, tras estar más de un mes internado en la clínica de Cuyo, cuyas autoridades confirmaron el deceso del ex futbolista de River Plate y Unión de Santa Fe
Leopoldo Jacinto Luque de 71 años se encontraba internado en terapia intensiva con diagnóstico positivo de COVID-19 en la Clínica de Cuyo desde los primeros días de enero.
Leopoldo Jacinto Luque, ex futbolista y campeón del mundo en 1978, fue diagnosticado con el virus SarsCOV-2 el 25 de diciembre y al no presentar mayores síntomas se le recomendó la internación domiciliaria.
Pero el lunes 4 de enero su cuadro comenzó a presentar una complicación respiratoria. Se realizó una tomografía que detectó una neumonía bilateral lo que motivó su inmediata internación en Terapia Intensiva con asistencia respiratoria y pronóstico reservado.
Luque con 71 años lo convertía en una persona de riesgo para el coronavirus.
Luque surgió en Unión de Santa Fe, pasó por Rosario Central y River, para luego volver al “tatengue”, Deportivo Tampico (México), Racing, Santos de Brasil, Boca Unidos de Corrientes, Chacarita Juniors y Deportivo Maipú de Mendoza, en donde se retiró.
El atacante jugó el Mundial de Argentina 1978 y se consagró campeón con el equipo conducido por César Luis Menotti: en el certamen marcó cuatro goles en los cinco cotejos que disputó.
Al terminar su carrera como jugador, fue entrenador y pasó por los banquillos de Unión de Santa Fe, Central Córdoba de Santiago del Estero, Belgrano de Córdoba, Deportivo Maipú, Gimnasia y Esgrima, Independiente Rivadavia y Argentino, estos cuatro últimos todos de Mendoza, donde estaba radicado desde hacía años.
La imagen de la vida de Leopoldo Jacinto Luque es para muchos aquella del festejo del gol ante Perú en el recordado y polémico 6-0 de la Selección a Perú en aquel certamen, cuando abrió los brazos como el ex presidente Juan Domingo Perón en lo que significaba el pase a la final que ganaría días más tarde ante Holanda en el Monumental. Para otros, aquel vendaje en el brazo, el ojo negro después de un codazo del brasileño Oscar en la semifinal de Rosario, la camiseta ensangrentada de la final luego de un golpe del “mellizo” Van de Kerkhof y el regreso a la concentración después de perderse los partidos ante Italia y Polonia para acompañar a su familia por la muerte de su hermano en un accidente de ruta en pleno Mundial.
Lo cierto es que la historia de Luque es la de un futbolista que pudo sobreponerse a dos rechazos de un entrenador cuando se ilusionaba por jugar profesionalmente en Unión de Santa Fe, que soñó con jugar un Mundial cuando veía por televisión el de Alemania 1974 mientras jugaba en la Primera B y que pudo alcanzar la gloria y levantar la Copa más preciada además de ganar torneos en el más alto nivel. “Yo no era muy rebotero. Tengo pocos goles de esos de abajo del arco. A mí me tocaba más, y me gustaba más, hacer otro tipo de goles. (Carlos) Bianchi le puso a (Martín) Palermo ‘el optimista del gol’, porque donde se paraba, iba la pelota, y así metió muchos goles de rebote. A mí no me pasaba. La mayoría de mis goles fueron elaborados, un reflejo de mi vida. Todo me costó muchísimo. Recién llegué a River con 26 años, de grande”, llegó a afirmar. “Toda mi vida fue dura. Mi carrera fue difícil. Tuve que ir a jugar a Jujuy y a Salta por los torneos regionales porque un tipo en Unión me dijo ‘no le hagas perder el tiempo a tu vieja. Conseguí un laburo o seguí estudiando’ y esas cosas me fueron endureciendo la coraza y lo pude aprovechar en el Mundial”, describió sobre su propia carrera.
Luque nació en Santa Fe el 3 de mayo de 1949. Su madre era ama de casa y su padre compartía su trabajo de zapatero con su pasión por el ciclismo de pista y de ruta. “Llegó a estar federado y compitió hasta los 45 años haciendo la Rosario-Santa Fe y era capaz de armar cualquier bicicleta en su taller, que era el garaje y el punto de encuentro con otros ciclistas”, recordó, y también se refirió más de una vez a los nombres, Leopoldo Jacinto.
“A mis cinco hermanos –cuatro mujeres y un varón, menor que él- los llamaron con nombres comunes, pero mi padre me puso los mismos nombres que él, no sé qué pasó conmigo. Me suelo llamar Leopoldo, Jacinto no lo uso aunque sé que es el nombre de una flor”. Su vida transcurrió en el barrio Guadalupe Oeste y de muy joven lo apodaban “Flaco”. “Era muy flaquito, al punto de que mis amigos no me dejaban atajar por miedo a los pelotazos que podía recibir”, aunque llegó a medir 1,78 metro ya cuando comenzó a jugar oficialmente, aunque para eso, tuvo que lidiar con los deseos de su padre, que pretendía que fuera ciclista como él. “Me mandaba a entrenarme por un circuito de la costanera de Santa Fe, pero un día pasé por un seminario y estaban los curas jugando a la pelota, me preguntaron si quería jugar y aunque estaba con zapatillas de ciclismo y era más chico que ellos, me las arreglé bien y a partir de ahí siempre me invitaron. A mi viejo no me animaba a decirle nada y me veía que llegaba siempre transpirado y un día le confesé que la transpiración era por jugar al fútbol, no por el ciclismo. Seguro que le dolió que le estuviera mintiendo, pero lo aceptó y al año siguiente, ya con 12 años, me llevó a Unión. Yo ya sobresalía en la escuela. Estaba en cuarto grado pero me ponían en el equipo de quinto y sexto. Mi viejo no se compraba un par de zapatos para que yo tuviera botines, y mi mamá no se compraba un vestido para darme el abono del colectivo para ir a entrenarme”. Ya en las divisiones inferiores de Unión y con 18 años, en 1968, se fue a préstamo a Sportivo Guadalupe, también de la liga santafesina, porque no lo tenían en cuenta. “Hubo un técnico que me dijo que tuviera cuidado, que no perdiera el tiempo, que había jugadores mejores que yo, algo que me dolió mucho porque hablarle así a un pibe, no es la forma. Yo trabajo con juveniles y jamás les hablé así. Ahí, uno se da cuenta de que hay un montón de gente que está en el fútbol y por ahí no entiende mucho. O si entiende, se maneja diferente”, solía contar, con amargura.
EN EL 78, EL CAMPEON QUE MAS SUFRIO
Por razones archiconocidas, entre los grandes protagonistas de aquel primer título mundial para Argentina, en 1978, los primeros recuerdos remiten, siempre, al “Gran Capitán”, Daniel Passarella, en andas con la Copa; al “Matador” Mario Kempes gritando sus goles melena al viento; al inconmensurable “Pato” Ubaldo Fillol volando de palo a palo para efectuar atajadas imposibles. Actores principales que bien ganado tienen su lugar preponderante en la historia pero que al mismo tiempo -son las reglas del juego- opacaron a otros futbolistas del plantel igualmente importantes para aquella gran conquista.
El fútbol es un deporte de equipo en donde nadie puede salir campeón solo, sin los demás componentes del conjunto. Pues bien, a veces, la memoria suele ser selectiva y cometer ciertas pequeñas injusticias.
No porque no se lo recuerde como una pieza vital, pero sí porque no suele formar parte de esas primeras imágenes que acuden a los pensamientos cuando se evoca el ’78, acaso la más artera de esas pequeñas injusticias tenga que ver con Leopoldo Jacinto Luque.
El “Pulpo”, nacido en Santa Fe, se había hecho su fama en el inolvidable Unión del “Toto” Juan Carlos Lorenzo de la temporada 1975, notoriedad que le significó su llegada a River Plate. Jugaba en las filas del equipo de Núñez al momento del Mundial en Argentina.
Y era titular indiscutido para César Menotti en el once “albiceleste”. Dueño de una carrera exitosa, con apenas reflejar todo lo que le pasó en aquel Mundial, alcanza y sobre para escribir un libro.
Convirtió el primer gol de Argentina en esa Copa del Mundo (frente a Hungría). Y volvió a anotar otra vez -un golazo- para certificar la victoria ante Francia y la clasificación a la segunda fase. Hasta allí, el Mundial soñado para él.
Claro, las malas, llegaron todas juntas. Todavía en el partido frente a los franceses, una fuerte caída tras una infracción le provocó una luxación en el codo derecho. Con el brazo inmovilizado y anestesiado, tendría que haber salido de la cancha. Pero se negó. Argentina ya había agotado los dos cambios que se permitían en esos tiempos y no quería dejar al equipo con uno menos. Ese dolor físico insoportable que afrontó el santafesino fue nada comparado con el que sintió a la mañana siguiente. Dolor del alma, al enterarse de que, en viaje hacia Buenos Aires para verlo jugar, su hermano Oscar -de 25 años- había fallecido en un accidente en la ruta. La niebla se convirtió en una trampa mortal y así, para el Nueve que jugaba con la “14”, el Mundial perdió sentido.
Abandonó la concentración, se hizo cargo de todos los trámites de rigor para el funeral y se quedó en Santa Fe. Faltó al partido contra Italia y también contra Polonia, en la apertura de la segunda fase. Entonces, su propio padre le pidió, por la memoria de su hermano, que volviera al equipo.
Eso hizo. Volvió nada menos que contra Brasil, en un partido que prometía mucho y fue un verdadero fiasco. El cero a cero calificó a ambos, aunque todavía nos preguntamos cómo hizo Oscar Ortiz para perderse ese gol frente al arco brasileño. Eso sí, pese a que no jugó bien, Luque dio el presente. Y como “premio” se llevó un ojo en compota a raíz de un codazo artero de Oscar, un defensor central “verdeamarelo”. ¿Algo más le podía pasar?
Con la confusión de emociones a raudales a cuestas, Luque volvió a ser él mismo en ese vendaval que fue Argentina contra Perú para el 6-0 balsámico. Todavía con el ojo negro convirtió dos goles en la gélida noche rosarina que abrió las puertas a la final esperada.
Fue el héroe que más sufrió. Aún así, jugó un gran Mundial, en el cual convirtió cuatro goles, pese a que el destino no le permitió firmar en la red ninguna de las tres conquistas frente a Holanda que permitieron gritar: ¡campeones del mundo!