“No puede estar aquí. Tiene que retirarse” fue la orden tajante de uno de los mozos que atendían en el lugar.
“Tengo dinero” respondió el hombre. “No señor, igual tiene que salir de aquí” refutó una mujer que se apersonó a reafirmar lo que segundos antes había dicho su compañero de tareas.
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El local de comidas estaba colmado en horas del mediodía. El hombre viejo sintió vergüenza y como un perrito vagabundo dio la media vuelta y se marchó, triste, humillado.
Una jovencita que se encontraba en el lugar observó la deshumanizada escena mientras comía un abundante completo. Tardó en reaccionar, pero lo hizo. Dejó el bocado en su plato y junto a su padre fueron en búsqueda del hombre viejo que tras esos minutos que pasaron se encontraba caminando por una hermosa plaza.
Eran las últimas horas del viejo año. ¿Cómo se llama? preguntó la jovencita. “Silvestre” respondió el viejo hombre con vos amable.
Silvestre dijo estar de cumpleaños aquel día. Dijo que se ganaba la vida haciendo masajes en los pies en un banco de esa plaza por la cual caminaba, abatido, amargado, dolido.
¿Tenés hambre? volvió a preguntar la bella joven. “Sí” afirmó el viejo hombre. Bueno, te invito un completo, ¿te gustaría? “Sí” volvió a afirmar Silvestre y juntos volvieron al local.
Una vez de vuelta en la casa de comidas la nena pidió un sabroso completo con una helada y refrescante bebida para el viejo hombre que esperaba sentado ser atendido por los mismos que un par de minutos antes lo habían sacado del lugar.
El semblante era otro. En su cara se le dibujó una enorme y bella sonrisa y los ojitos parecieron cobrar luz. El simple acto de comer lo regocijaba, pero más aún el ser reconocido y respetado, sobre todo eso, respetado, como viejo hombre maltratado por la vida.
Nunca le pusieron una mesa al viejo hombre, pero al menos contó con dos sillas a disposición. En una se sentó y en la otra puso sus alimentos. Era un cambio importante.
La joven cumplió su cometido. De alguna manera equilibró la balanza, hizo justicia e hizo sentir bien al anciano que mostró su agradecimiento para con la chica.
Parece una larga novela, pero es tan sólo una sencilla historia que duró un par de minutos. Una historia que comenzó con indiferencia, falta de empatía y maldad para un ser que sólo buscaba comer. Las apariencias no lo son todo en la vida, pero algunos sólo se fijan en ello sin mirar más allá, allá donde esta joven miró y encontró a un ser de bien, necesitado, ávido de afectos, humilde, agradecido y respetuoso, cualidades que hoy mucha gente no utiliza, sobre todo aquella que está detrás del mostrador de esa casa de comidas ubicada frente a la hermosa plaza que habita el hombre viejo.