Diego Armando Maradona comenzó a transitar su romance eterno con Boca Juniors el 15 de agosto de 1981, cuando se consagró campeón del torneo Metropolitano como emblema de un equipo sólido y por momentos vistoso, en el que sobresalió como genio y figura
Esa formación campeona, dirigida por otra leyenda “Xeneize” que partió este año, Silvio Marzolini, significó para el astro su único título en el fútbol doméstico y lo logró un puñado de meses después de haber llegado a Boca proveniente de Argentinos Juniors, en un pase récord para la época de 10 millones de dólares.
Maradona se adueñó de la escena desde la primera vez que pisó “La Bombonera”, cuando acaparó los flashes vestido con la camiseta número ’10’ con los colores azul y oro, el 22 de febrero de 1981, y se puso al hombro un equipo del cual fue el “ancho de espadas”, y que tenía en Miguel Angel Brindisi al socio ideal para diagramar una fiesta en cada presentación, con figuras que aceptaron su rol secundario, subyugadas por su enorme figura.
La llegada de Diego puso en su máxima ebullición el ‘mundo Boca’ y cada domingo en cualquier cancha del país la feligresía Xeneize armaba una verdadera fiesta con una canción que tronaba fuerte: “Lo quería Barcelona, lo quería River Plate, pero Diego vino a Boca, porque gallina no es”.
Ese Boca tenía a Diego como estandarte (como lo sería después en cada club en el que estuvo) pese a sus jóvenes 20 años en un plantel con jugadores de la categoría del “Loco” Gatti, el “Tano” Pernía, Roberto Mouzo, Oscar Ruggeri, años después su ladero en la gesta de Argentina en México ’86, al igual que Marcelo Trobbiani, el “Chino” Benítez, el “Mono” Perotti, autor del gol más importante del campeonato, y el “Pichi” Escudero, entre otros destacados.
“Sentía que me agarraban el tobillo con una tenaza y me lo retorcían”, así sufrió Maradona con la Selección Argentina
De ese plantel, Diego conformó con Brindisi, llegado desde Huracán, una de las mejores sociedades de toda su brillante carrera.
Es que el talento de Brindisi se complementaba a la perfección con la magia de Diego y ese tándem de gambetas y goles fue un cóctel que permitió a Boca encaminarse al título no sin pasar algunos sobresaltos en el camino.
El inicio fue con un cómodo triunfo sobre Talleres por 4-1 (con los dos penales de Diego y dos excelsas definiciones de Brindisi), luego un empate con Instituto (2-2) y un éxito en Parque de los Patricios ante Huracán (2-0).
Boca se apoderó del primer puesto y lideraba casi con puntaje casi ideal de 11 unidades sobre 12 posibles, pero comenzó a sufrir cuando Diego se desgarró, se ausentó durante un par de partidos, un poco para cuidarlo y otro para que puede estar en las giras del equipo al exterior que ayudaban a recaudar dinero para poder pagar su pase a Argentinos y mantener a las demás figuras.
El romance con el pueblo de Boca se consolidó con el recordado 3-0 sobre River, en una Bombonera repleta, durante una fría y lluviosa noche de abril.
Brindisi anotó los dos primeros goles, y Diego rubricó con una genialidad, tras dejar gateando al “Pato” Fillol para luego tocar suave a la red, y desatar el delirio del público que generó una avalancha en la tribuna local, la que ocupa la “12”.
En el inicio de la segunda rueda, dos tropiezos (en Córdoba ante Talleres y en Santa Fe frente a Unión), más algunos puntos cedidos, permitieron el acercamiento de Ferro, conducido por el Maestro Carlos Timoteo Griguol, que lo acechaba sin tregua.
El dilema recién se dilucidó cuando Ferro visitó “La Bombonera” y Boca le ganó la pulseada con un gol anotado por Perotti tras un pase magistral de Diego que definió el partido del campeonato, ya que el equipo de Marzolini estiró a tres puntos su ventaja en la época en la que se otorgaban dos unidades por partido ganado.
Con tres puntos sobre cuatro en disputa, el título estaba ahí, al alcance de la mano, pero Boca tropezó en Rosario ante Central y como un designio del destino estiró la definición hasta la última fecha, en “La Bombonera”, ante Racing.
Un penal convertido por Maradona apenas comenzado el partido puso a Boca arriba en el marcador, y sobre el final empató Racing, hasta que llegó el pitazo del árbitro Abel Gnecco que desató la algarabía.
Diego festejó junto al pueblo “Xeneize” y seis meses después, luego del Mundial de España 1982, se marchó al Barcelona para seguir construyendo su camino hacia la cima del mundo.
El astro, fallecido de manera repentina a los 60 años, fue venerado cada vez que pisó La Bombonera, ya sea como futbolista en su segunda etapa en el club, o cuando acudía como hincha a su palco, o también esa última vez, el 7 de marzo pasado, cuando la pisó como DT de Gimnasia, recibió una estruendosa ovación y al final fue testigo de una vuelta olímpica más del club de sus amores.