Y de cierto cabe decir que no es precisamente olvidable, aunque tampoco se trata de una obra maestra, eso está claro —pues bien, al menos para mí—. Cuando me dispuse a verla noté casi de inmediato cierta indisposición de mi parte y tuve que escarmentar; sin esperar un segundo siquiera, me apliqué un correctivo y me dije que habría de verla sin preconceptos (si acaso es posible) y con toda la permeabilidad de que fuera capaz. Porque ocurre, gente preciada, que no se trata de andar buscando por aquí teologías, filosofías o narraciones ajedrecísticas que tengan por objeto despertar profundas reflexiones. Nada de eso, esto va de cosas paranormales y su oscuro origen que no llega a quedar del todo evidente.
La premisa es simple y, a un mismo tiempo, resulta interesante que quede manifiesta en tan solo poquísimos minutos de metraje. Que una aparición, que más tarde o más temprano es asumida de común acuerdo como «un ángel», le dice a uno el día y la hora en que ha de morir. Al cabo del plazo estipulado, tres esbirros, que no se sabe bien si de Dios o de quién, lo cazan a uno, lo vapulean terriblemente y lo incineran, enviándolo, presuntamente, al infierno. Y tal cosa acontece ni bien entrada la serie, en una cafetería ¡y a plena luz del día!
Pues bien, aquí por partes. Que esto del Computer Generated Imagery (CGI, por sus siglas en inglés), las imágenes generadas por computadora, nunca dan muy bien cuando las escenas ocurren a la luz del mediodía; siempre se disfrazan mejor los efectos cuando hay predominancia de las sombras. Pero no, a plena luz —¡y tan pronto!— vemos a unos monstruos que no acaban de convencernos completamente. Fuera de eso, la serie consigue el objetivo perseguido y nos mantiene al menos expectantes al desenlace de tan extraños acontecimientos.
Está bien, no va de muy riguroso esto de la trama y los sucesos (inverosímiles las más de las veces, y mucho más allá de los monstruos aludidos). ¡Que ya hemos dicho que no vendremos aquí a buscar algo como un libreto de Dan Brown! Nada más lejos. Pero ocurre entonces que, como propone la serie, entramos en ese juego fantástico que nos hace perder por varios instantes la necesidad de encontrar justificativo a lo que estamos viendo; y tal cosa es muy buena en verdad, ya que la serie no ofrece más que un divertimento excéntrico que mezcla lo detectivesco con lo paranormal (y que, preciso es decirlo, tampoco es nuevo). Lo que aquí nos va a importar es qué diablos ocurre en Corea del Sur y cuándo diablos se terminará.
Anteriormente hemos subido una reseña de El Juego de el Calamar y saben ustedes que no fue una serie que me agradó, ¡pero he aquí el punto! Cuando vi esa serie, me sentí fuertemente repelido; refracté casi sin quererlo con su contenido. Verdaderamente me había dispuesto incluso con mejor ánimo a verla, pero no hubo caso. Y no hubo caso porque, en rigor, pude notar muy claramente desde un comienzo de qué manera la serie expelía un hedor insoportable a ideología (si cabe decirlo así). Era insufrible la recurrencia al sinsentido de la vida, etcétera; no vale la pena ahondar allí. Pero en este caso, y si bien no hablamos de una serie que nos cante la alegría de vivir —que, llegado el caso, no es lo que yo pretendo encontrar nunca—, sí al menos nos propone un juego y no se empeña en llevar las cosas demasiado lejos. Se trata, como hemos dicho, de desentrañar el misterio y no de referirnos sofismas, caprichos y protestas.
Sí, por otra parte, nuestro director, el señor Yeon Sang-ho, autor de comics también —que, de hecho, esta serie fue primeramente un comic—, deja escapar algo que suele ser recurrente en sus creaciones. Hablo de su tendencia a ubicar las sectas en el centro de la escena —que las hay en esta nueva serie—, como si fueran parte del mal (si no el mal mayor). Cosa vista en su escalofriante película The Fake (2013), sombría y abyecta; pasada por el tamiz de la animación muy seguramente para resultar visible, ya que si hubieran utilizado actores reales sería algo insoportable para los estómagos promedio. Con todo, esta película que referimos tiene su enorme dignidad y aborda una temática terrible: la pérdida de la fe y la fe desesperada. Todo aquello de lo que hacen usufructo los inacabables manipuladores de la historia.
No es que si se pierden Regreso al Infierno, se estarán perdiendo de alguna cosa demasiado importante, pero es probable que lleguen a divertirse un poco, y no impresionarse menos —¡cuidado con la violencia asiática!—. La factura técnica, valga la aclaración, y más allá de comentar lo del CGI, es bastante buena —y por momentos excelente— y es lo que hace que más de una vez quedemos prendidos a la pantalla siguiendo el frenético pulso de los diversos enfrentamientos.
¿El final? Abierto, claro está, y se espera que la próxima temporada vea la luz en el 2022 (si no en el 2023). Pero la espera será plácida, basta que aparezca una serie cualquiera y vuelva a ubicarse mágicamente en el puesto de las diez series más vistas, nadie sabe cómo ni por qué.
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