La noche era de plena primavera en Carmensa. Juan llegó tarde. Entró al rancho tratando de no hacer ruido para no despertar a su mujer y a las niñas. Pero Telma, entre las nubecitas de sueño, lo escuchó llegar y acostarse a su lado. Juan buscaba el descanso después de una noche de amigos, el día comenzaba a clarear. De pronto un relincho avisador, el ladrido insistente de los chocos, y cerquita, algunos ruidos de pastos apartados.
Por Jorge Sosa / Mendoza te cuenta
Un peón alcanzó a gritar “¡Se vienen!”, antes de caer dolido de un culatazo en la cabeza. Juan se dio cuenta. No se levantó a averiguar, se levantó a pelear. Telma lo vio erguirse, agarrar su revólver y encarar hacia la puerta. Antes de abrirla le dijo: “¡Cuidá a las lechucitas y vos no te movás!”. El comisario Paeta se había adelantado al grupo de los dieciséis, él fue quien había maltratado al peón. Juan adivinó su silueta entre las sombras y no dudó. El tiro le arruinó las costillas al oficial. Telma vio retroceder a Juan hasta la pared del rancho. Juan entendió todo, era una emboscada, serían varios y el tiroteo iba a ser inevitable. Tuvo miedo, pero no por él sino por los suyos. Tal vez se dijo: “Vairoleto no se rinde”.
Eligió el camino mejor para todos, se acercó el revólver a la mejilla y disparó. Cayó lentamente, como quien escribe una despedida. Entonces aparecieron los milicos, ellos también habían tenido miedo. Sabían que quien habían ido a buscar era Vairoleto, a quien nadie lo corría con aprontes. Pero el suicido de Juan los llenó de un ánimo villano, despreciable. Se acercaron al cuerpo de Juan y lo acribillaron. Después acribillaron el rancho, para que vieran, los que después verían, que allí había habido una pelea, que ellos eran los valientes que se habían tiroteado con Vairoleto. Telma cubrió a sus hijas con su cuerpo y pidió que cubrieran el cuerpo de su hombre para que las niñas no lo vieran. Amanecía en Carmensa, el sol, sobre el horizonte, salió vestido de rojo, como la sangre.
Nació en Carlos Pellegrini, Santa Fe el 11 de noviembre de 1884 fue el quinto hijo de Vittorio Vairoleto y Teresa Mondino. La familia se radica posteriormente en el sur de Córdoba y años más tarde en Eduardo Castex, perteneciente a la entonces Gobernación de La Pampa. Una noche, en un boliche de la zona, Juan y el comisario del pueblo, Elías Farach, se enfrentan por cuestiones de polleras. El comisario paga con su vida ese encuentro. Ahí empieza la historia de Juan Bautista Varioleto, bandolero. Juan prófugo, Juan inalcanzable, Juan perseguido hasta el cansancio.
No era fácil de atrapar. Excelente jinete, conocedor de la vida nómade del gaucho, baqueano y un certero tirador. Además, contaba con el cariño y la complicidad de la gente humilde. Esa que él ayudaba repartiendo parte de los botines conseguidos en sus correrías, como un Robin Hood, el que les sacaba a los ricos para darles a los pobres. En el rancho al que Juan llegara siempre había comida, tabaco y buenos caballos. Por eso, hasta hoy, su tumba es santuario de agradecimiento y de pedidos. El mito lo hizo cuasi santo.
La policía lo busca con insistencia, con minuciosidad, con desesperación, pero no pueden dar con él hasta el final. La policía de muchos lugares, de varias provincias.
La vida de Juan sumó muchas anécdotas, algunas de ellas con sonrisas dentro de la violencia. La policía de La Pampa recibe datos sobre el paradero de Juan, allá por 1931. Decide dividir fuerzas y atacarlo por dos flancos. Pero en el lugar ya no estaba Juan. Las dos fuerzas policiales terminan tiroteándose entre ellos. Hubo una víctima de semejante error.
Llegaron a perseguirlo la Policía de La Pampa, la de San Luis y la de Mendoza, con un despliegue de efectivos como si anduviesen detrás de un ejército. Hasta un avión para seguirlo llega a pedir un comisario.
La imaginación popular, impulsada por la admiración, lo hacen a Juan realizando proezas fantásticas. Dicen que para perseguirlo por los campos la policía debía cortar los alambres, Juan los saltaba con su bayo, aún los de 7 hilos.
No está certificado, pero es probable que en una de sus incursiones por el norte se aliara con “Mate Cocido”, otro perseguido del litoral. Tal vez juntos hicieron algunos asaltos. Después rumbea para General Alvear.
Allí recala en casa de un amigo. La hija del compadre lo cautiva a primera mirada. “Esa chinita es para mí”. Dicen que dijo. Telma era 17 años menor que Juan y al principio no quiso. Se inventó un novio para desalentarlo. Pero Juan sabía cómo insistir para hacer surgir las llamas. Telma terminó amándolo incondicionalmente, a pesar de lo que se decía de él o tal vez por lo que se decía de él. Ella siempre aseguró que era servicial y atento, que se enloquecía por sus hijas y que fueron felices, muy felices.
Ante familia formada y prole creciente Juan decide camuflarse de agricultor y era muy diestro en esos menesteres. Sus gustos eran las reuniones con los amigos, y si había naipes de por medio, mejor.
Cambió su nombre por el de Francisco Bravo, y así lo conocían en nuestros pagos del sur. “Bravo” era su nuevo apellido y su valor de siempre. Hasta que un día apareció un traidor, Vicente Gacón, quién cambió su libertad por entregar a Juan. Él fue el que le dio aviso a la Policía de la Pampa, que, bien informados, llegaron al rancho de Vairoleto aquel amanecer del 14 de septiembre del año 41.
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