Wout van Aert, el clasicómano de moda, vencedor este año de la Strade Bianche y la Milán-San Remo, y triple campeón del mundo de ciclocross, conquistó al esprint la segunda victoria de su carrera en el Tour de Francia, justo al día siguiente de haberse vaciado en la subida de Orcières-Merlette en favor de Primoz Roglic. El triunfo de este belga de 25 años fue lo único destacable de una jornada que anunciaba mucha historia, pero no tuvo ninguna. El amenazante viento no apareció, o no se aprovechó, y durante los 183 kilómetros de recorrido no se vivió ni una tímida escapada. El propio Van Aert lo reconoció: “La carrera más fácil de mi vida”.
Si alguien conectó el televisor antes de que el rutómetro marcara que faltaban 50 kilómetros a la meta, seguramente planchó la oreja en el sofá y se echó una siestecita. Nadie podrá culparles del desinterés. Al contrario, el sentimiento hacia ellos sería más bien de envidia sana. La situación de carrera era tan extraña, que ni siquiera había habido un intento de escapada, ni de los torerillos franceses de turno. Nadie. El pelotón rodaba a ritmo tranquilo… pero con las orejas tiesas.
A partir de ahí tampoco pasó mucho más, pero quien permaneció despierto pudo entender el porqué de esa actitud. La amenaza de viento. Tras coronarse la tachuela de Serre Colon, la bajada y su continuación presagiaban peligro de abanicos. Los principales equipos se repartían la cabeza del pelotón, donde asomaban el Jumbo, el Movistar, el Bahrain, el Deceuninck, el Groupama… Nadie quería perder posiciones, por lo que pudiera ocurrir. La marcha se aceleró lo suficiente para que se descolgara Wout Poels, con las costillas magulladas en otras batallas, y para que se cayera Sepp Kuss, otro ariete de Roglic en la montaña del día anterior. Y poco más. No hubo trisca.
La expectación se palpaba en el grupo, pero el pelotón se olvidó, o simplemente no quiso acordarse, de que para que existan abanicos, tiene que haber alguien que los provoque. Hubo un momento que parecía que tenía esa intención el Astana. Más adelante dio esa misma sensación con el Ineos, pero Richard Carapaz se descolgó por un incidente mecánico y el ritmo se frenó. Algo así como lo que le ocurrió a Superman López en la jornada inaugural cuando su equipo se saltó el plante. Quien se mueve, la paga. El Ineos volvió a probar a 10 kilómetros del final, demasiado tarde. No hubo ningún corte reseñable, aunque sí el pálpito de que el pelotón se podía haber hecho trizas mucho antes con algo más de intención. Sucedieron tan pocas cosas, que el premio de la combatividad no se lo llevó un fugado, sino un descolgado: Poels. Ciclismo al revés.
El Tour volverá a cambiar este jueves de tercio con la segunda meta en alto: el Monte Aigoual, 8,3 kilómetros al 4%. Sólo por el propio impulso del recorrido, será difícil que no haya mayores emociones, aunque recordando el esprint de 16 corredores que se produjo el pasado martes en Orcières, que nadie descarte que se vuelva a llegar de la manita.