La batería de Sony sentó las bases para alimentar uno de los fenómenos comerciales más impactantes de la humanidad contemporánea: la era móvil, el amplísimo espectro de artefactos portátiles de electrónica de consumo, desde las primeras laptops hasta los smartphones. Pronto, esa tecnología revolucionaria migró, razonablemente, a la industria de la movilidad. En 2008 apareció el Tesla Roadster, el primer “supercar” con baterías de ion-litio, el primer paso para la que hoy es la automotriz más valiosa del mundo.
Pero, ¿qué tiene el litio que no tengan otros minerales? ¿Por qué se convirtió en este fetiche de la electromovilidad? Porque es el más ligero de todos los metales, tiene un enorme poder electroquímico que habilita una gran densidad energética y resolvió buena parte del problema del “efecto memoria” en las baterías: el litio permite que puedan recargarse miles de veces con una muy baja pérdida de eficiencia.
Ahora bien, llamar “oro blanco” al litio tal vez suene al menos voluntarista. Para empezar, se calcula que su costo explica alrededor del 5 por ciento del costo de una batería. El comercio global de litio en 2020 no superó los US $2000 millones y todavía no llega ni a los talones del volumen que mueve, por ejemplo, el cobre. El año pasado, solo Chile exportó de este metal clave para la electricidad US $36.000 millones en todos sus formatos. Aún más arriesgado es el mote de “petróleo del siglo XXI”. En 2020, la Argentina exportó 28 millones de barriles de crudo por casi US $1000 millones. Aún muy por debajo del potencial de Vaca Muerta, este volumen es menos de un tercio del petróleo que consume todo el mundo en 24 horas.
El litio sin embargo está todavía en pañales. Ni siquiera es una commodity estrictamente hablando. Su extracción, refinación y puesta en valor requieren mano de obra intensiva y aplicación de tecnología de vanguardia, y si algo no se discute en este mercado en constante disrupción es que su demanda va a seguir creciendo. Al menos 10 veces en los próximos 10 años. Las baterías son la llave para descarbonizar el transporte y son una alternativa más que viable para almacenar la energía de fuentes renovables, cuya intermitencia es su principal debilidad.
El litio presenta además una clara oportunidad para la Argentina, uno de los tres vértices del famoso “triángulo del litio” junto con Bolivia y Chile. El país concentra alrededor de un quinto de las reservas globales y de acuerdo con todos los análisis de mercado se consolida como el tercer gran proveedor del mundo detrás de Australia y Chile. Si todo sale bien, la Argentina debería superar pronto a China, que al cierre de esta edición permanece en el podio de los productores.
En 2021, el panorama es todavía más optimista que en 2020, el año Covid, e incluso 2019, cuando la crisis macro nacional coincidió con un exceso de oferta del mineral -entre otros ruidos- que devino en caída generalizada de los precios del litio. La tonelada de carbonato de litio “grado batería” tocó la zona de los US$ 6000 a principios de 2020 tras caer drásticamente desde fines de 2018. Al cierre de esta edición, se habían cerrado contratos en China por encima de los US$ 13.000. El triunfo de Joe “Green New Deal” Biden en Estados Unidos, las regulaciones europeas para erradicar los motores de combustión más temprano que tarde y el decisivo avance de China en sus planes de electrificación pusieron al litio otra vez en el centro de la escena.
Estas razones son las que motivaron, por un lado, un revival en los planes de inversión en las provincias de Catamarca, Salta y Jujuy. Y por el otro, un rumor en los pasillos legislativos: un proyecto de un sector del oficialismo para declarar “estratégico” al litio e incluso nacionalizarlo con el propósito de industrializarlo tierra adentro o captar más renta por su exportación. Si bien la industria prefiere no hacer comentarios, las provincias no dudan en rechazar la idea de plano. Coinciden en la perspectiva industrialista, pero priorizan antes la consolidación del mercado.
Con un total de 50 proyectos en distintas etapas de factibilización y desarrollo, hoy solo hay dos proyectos en operación: la explotación de Livent en el Salar del Hombre Muerto, en Catamarca, y la de Orocobre en el Salar de Olaroz, en Jujuy. Ambos exportaron litio por US $166 millones en 2019. Sus principales desafíos hoy son expandir su producción, hacer más eficiente la extracción y obtener compuestos de mayor calidad. Objetivos que pueden impactar fuertemente en la economía y preparar al sector para cuando la electromovilidad sea una realidad en América latina.
Lo que está sucediendo ahora mismo, sin embargo, ya es estimulante. Orocobre y Galaxy, dos jugadores importantes del mercado, se fusionaron para crear -con sede en la Argentina- la tercera compañía de carbonato de litio fuera de China. Livent anunció inversiones para duplicar su producción, con contratos high class como el de BMW. La surcoreana POSCO anunció el inicio de la construcción de su planta de producción en Salta. La minera Exar de la china Ganfeng y Lithium America Corp. está cada vez más cerca de entrar en producción. La francesa Eramet busca retomar sus planes después de la crisis de 2019. Y proyectos ambiciosos como el de Integra avanzan en sus etapas de factibilidad.
A continuación, los actores más relevantes de esta, que es todavía una nueva industria, cuentan sus planes y explican por qué vale la pena hablar de litio en la Argentina.
Fuente: El Cronista