Después de sumar ayer 20 nuevos cardenales al “senado” de la Iglesia, tal como se esperaba el papa Francisco peregrinó hoy a la ciudad de L’Aquila, capital de los Abruzos golpeada por un terrible terremoto en 2009. Allí, lejos de dar cualquier gesto de renuncia como el que dio allí el papa Celestino V en 1294, como algunos especularon meses atrás, lanzó un fuerte llamado a la humildad y a la misericordia.
“Demasiadas veces uno piensa que vale en base al lugar que ocupa en este mundo. El hombre no es el lugar que detenta, el hombre es la libertad de la que es capaz y que se manifiesta plenamente cuando ocupa el último lugar, o cuando le es reservado un lugar en la Cruz”, dijo Francisco, en un sermón que pronunció en un altar montado frente a la bellísima y antigua Basílica de Collemaggio, donde se encuentra la tumba del papa “del gran rechazo” de la Edad Media, Celestino V.
“El cristiano sabe que su vida no es un carrera a la manera de este mundo, sino una carrera a la manera de Cristo, que vino para servir y no para ser servido. Hasta que no comprendamos que la revolución del Evangelio se encuentra en este tipo de libertad, asistiremos a guerras, violencias e injusticias, que no son otra cosa que un síntoma externo de falta de libertad interior”, clamó. “Allí donde no hay libertad interior, avanzan el egoísmo, el individualismo, el interés, el atropello y todas estas miserias. Y toman el control las miserias”, advirtió, en un mensaje muy claro al mundo, pero también a los nuevos miembros del Colegio Cardenalicio. En un evento extraordinario que muchos consideran una suerte de ensayo general del cónclave que deberá elegir a su sucesor, 197 cardenales de todos los continentes convocados a Roma participarán mañana y pasado de una reunión cumbre clave, en la que se discutirá sobre la reciente reforma de la curia y muchos electores comenzarán a conocerse.
Con dificultades por su problema en la rodilla derecha, utilizando silla de ruedas, de vez en cuándo parándose, ayudado por un bastón y un ayudante, el papa Francisco llegó temprano a la mañana en helicóptero a L’Aquila, que queda a unos cien kilómetros de esta capital. En una visita muy esperada en un rincón de los Abruzos muy golpeado, lo primero que hizo, con casco, fue visitar la catedral de la ciudad, devastada por el terremoto de 2009 y aún en reconstrucción. Saludó luego y tuvo palabras de consuelo para los familiares de las 309 víctimas de la tragedia. Y más tarde se convirtió en el primer pontífice que cumple el rito de apertura de la puerta santa de la Basílica de Collemaggio 728 años después de la bula con la que Celestino V instituyó la Fiesta o Jubileo del Perdón.
En la misa que concelebró al aire libre ante este templo, Francisco recordó al pontífice que en la Edad Media, más allá de soñar con un perdón para todos, escandalizó porque solo gobernó cinco meses. Y destacó su coraje.
“Erróneamente recordamos la figura de Celestino V como ‘aquel que hizo el gran rechazo’, según la expresión de Dante en la Divina Comedia. Pero Celestino V no fue el hombre del ‘no’, fue el hombre del ‘sí’”, subrayó. “De hecho, no existe otro modo de realizar la voluntad de Dios sino asumiendo la fuerza de los humildes. Justamente porque son tales, los humildes aparecen ante los ojos de los hombres como débiles y perdedores, pero en realidad son los verdaderos vencedores, porque son los únicos que confían completamente en el Señor y conocen su voluntad”, explicó.
“La fuerza de los humildes es el Señor” y no “las estrategias, los medios humanos, las lógicas de este mundo, los cálculos”, insistió. “En ese sentido, Celestino V fue un testigo valiente del Evangelio porque ninguna lógica de poder lo pudo aprisionar y manejar. En él nosotros admiramos una Iglesia libre de las lógicas mundanas y testigo de ese nombre de Dios que es misericordia”, agregó. “Es este el corazón mismo del Evangelio porque misericordia es sabernos amados en nuestra miseria”, sumó.
Como hizo desde el principio de su pontificado, en 2013, Francisco -que más de una vez dijo que no tendría problemas en renunciar si llega a sentir que no puede seguir adelante, como hizo su predecesor, Benedicto XVI-, volvió a explicar qué es la misericordia. “Misericordia es la experiencia de sentirnos recibidos, vueltos a ser puestos de pie, reforzados, recuperados, alentados. Ser perdonados es experimentar aquí y ahora lo que más se acerca a la resurrección. El perdón es pasar de la muerte a la vida, de la experiencia de la angustia y de la culpa a la de la libertad y la alegría”, precisó, al recordar asimismo que “nuestro Dios es el Dios de las posibilidades.
Fue entonces que tuvo palabras de consuelo y aliento para la población de L’Aquila, que a 13 años del terremoto que la marcó a fuego, aún lucha para volver a levantarse y reconstruirse. “Ustedes pueden custodiar el don de la misericordia porque saben qué significa perder todo, ver derrumbarse lo que se ha construido, sentir el desgarro de la ausencia de quien se ha amado. Ustedes pueden custodiar la misericordia porque hicieron la experiencia de la miseria”, les dijo. Un público formado por familias, jóvenes, ancianos, enfermos, personal de protección civil y del voluntariado -crucial en la hora del desastre-, autoridades, prelados, lo escuchaba concentrado, en silencio, en una jornada de sol.
Aunque el mensaje del sermón era global. “Todos en la vida, sin tener a la fuerza que vivir un terremoto, pueden experimentar un ‘terremoto del alma’ que lo pone en contacto con sus propias fragilidades, sus propios límites, su propias miserias”, dijo también el Papa. “En esta experiencia se puede perder todo, pero también se puede aprender la verdadera humildad”, resaltó.
Antes de regresar a Roma para descansar porque mañana y pasado encabezará una cumbre que no se daba desde 2014 con casi 200 cardenales de todos los continentes, Francisco finalmente rezó, en silencio, ante la tumba de Celestino V. El papa de la gran renuncia, ante cuyo mausoleo también Benedicto XVI, papa emérito, había rezado en 2009, que nadie sabe si imitará en el futuro.
Fuente: La Nación/Perfil/Vaticano Media.