Que los árbitros son malos –verdaderamente, el brasileño Wilton Sampaio estuvo lejos de una buena actuación-, que el césped de los estadios de la Copa América parece un picadero, que los rivales se meten atrás
Por Sergio Levinsky/Especial para Jornada
Todo el excusario aparece cada vez que finaliza un partido de la selección argentina, que obtiene más resultados que juego y que se encomienda, cada vez más, al genio de Lionel Messi a falta de un sistema que la respalde.
Para quien abre el diario, o ingresa a internet, y se entera de que el equipo argentino se clasificó a la semifinal del martes ante Colombia –vencedor de Uruguay desde los penales- en el estadio “Mané Garrincha” de Brasilia, seguramente la deducción ante tan abultado resultado de 3-0 ante Ecuador pueda ser que los albicelestes se florearon, pero todo estuvo demasiado lejos de aquello.
La selección argentina no es un equipo que ofrezca ninguna garantía excepto dos posiciones, obviamente la de un genio como Messi – presente en los dos goles como asistente y autor de un hermoso tiro libre sobre el final- y la del arquero Emiliano Martínez, que no por nada fue el mejor en su puesto en la pasada Premier League inglesa.
Un dato puede ilustrar mejor que nada. De esos tres goles argentinos, dos fueron convertidos en los últimos 10 minutos, cuando ya Ecuador estaba completamente jugado y hasta con tres delanteros (cosa rara en los equipos del argentino Gustavo Alfaro), como Campana, Estrada y Valencia, y eso abrió espacios bien aprovechados por el ingresado Ángel Di María para generar un tiro libre que casi es penal y el VAR determinó lo contrario, y que terminó convirtiendo Messi colocando la pelota en el ángulo como si fuera con un guante en el pie y con el que se bajó el telón de los cuartos de final.
Apenas ocho minutos antes, Messi-una vez más- asistió a Lautaro Martínez para que el ex Racing marcara su segundo gol en la Copa América y aumentara su confianza de cara a lo que queda, nada menos que la semifinal ante Colombia.
Pero como sostuvimos líneas arriba, el equipo argentino no se puede engañar ni mucho menos, colgarse del resultado, porque de esta forma no resolverá sus problemas, que son varios.
El primero de ellos, reiterado, es su falta de juego. Todo depende de lo que haga Messi pero sigue solo, sin socios, ante la inexplicable ausencia de Alejandro “Papu” Gómez cuando ya había quedado claro que el jugador del Sevilla conectaba perfecto con el genio de Rosario. Sin embargo, el entrenador Lionel Scaloni volvió a confiar en su esquema tradicional, con demasiados volantes por detrás de la línea del diez: Leandro Paredes, Rodrigo de Paul y Giovani Lo Celso, dejando en el ataque a Lautaro Martínez y a Nicolás González, que aportan más velocidad y lucha, que claridad conceptual.
De esta forma, y como ocurre reiteradamente durante todo el torneo de Brasil, la selección argentina tiene comienzos en los que se lanza con todo al campo contrario con la sensación de que puede marcar en cualquier momento, para luego irse diluyendo en la confusión de no tener un ordenamiento en su estructura, como por ejemplo un “cinco” clásico al que parece acercarse más Guido Rodríguez (se pudo percibir en los veinte minutos finales cuando ingresó), o el citado Gómez y hasta Ángel Di María como extremo por el otro lado para intentar, tal vez, un 4-3-3 más cercano a las tradiciones futbolísticas nacionales.
En cambio, el equipo argentino parece más pensado para la lucha, la defensa de un resultado positivo, cuando se consigue (como en este caso con el gol de De Paul a los 39 minutos del primer tiempo), y el aprovechamiento de los espacios, y desde ya, cederle siempre la pelota a un muy motivado Messi para que resuelva (tuvo la chance de un cuarto gol, también en la primera etapa, aunque a la salida de Galíndez, envió la pelota al palo con el arquero ya vencido).
Luego, no hay mucho más. La defensa no da demasiado buenas señales, si bien Scaloni hizo muchos cambios y rotaciones, en buena medida por lesiones o Covid, aunque también falta ordenamiento y especialmente, conceptos para marcar y para salir jugando, algo que se complica si no hay asentada una línea con nombres repetidos aunque desde lo individual tampoco haya habido hasta ahora (salvo por el anoche ausente Cristian Romero) ninguna respuesta demasiado alentadora.
Con todo este bagaje, la selección argentina, con mejores indicadores en los números que en el juego, con un arquero sólido, con un Messi enchufado, y con las dudas que sigue generando Scaloni en el andamiaje del equipo, Colombia espera el martes en Brasilia, en lo que será, seguramente, una prueba más exigente que la de Ecuador y en la que el equipo deberá dar la talla y no sólo en cuanto a clasificarse para la final, sino que deberá dar un giro de casi 180 grados en el juego para aspirar a ser por fin, luego de 28 años, un legítimo campeón de América. De lo contrario, el tiempo seguirá pasando y volverán las excusas, que ya no sirven para tapar lo que se ve a simple vista.
Si un limitado Ecuador le dio tanto trabajo hasta los ocho minutos finales, Colombia aparece como un rival mucho más complicado y mejores individualidades, algo que la selección argentina sabe por lo que le ocurrió hace pocas semanas en Barranquilla, cuando parecía que tenía ganado el partido clasificatorio para el Mundial de Qatar por 2-0 y se le escurrió entre los dedos en la última jugada.
Acaso Scaloni y los jugadores hayan aprendido aquella lección y opten, esta vez, por no meterse atrás y salir a trabajar el partido sino a jugarlo, porque hay herramientas como para aspirar a eso y no tener que estar encomendándose siempre a Messi, como viene ocurriendo hasta ahora, aunque los resultados acompañen.