En el Antiguo Egipto, se la llamó "la planta de la inmortalidad". Mientras, para los sumerios fue una "mágica virtud", para los templarios "el elixir de Jerusalén" y para los árabes "la fuente eterna de la juventud". Incluso Cristóbal Colón llevó en sus carabelas macetas con aloe vera para curar las heridas de los tripulantes, introduciéndolas en América