Desde que el 13 de marzo de 2013 Jorge Mario Bergoglio fue elegido como el máximo referente universal de la Iglesia Católica, su figura desconcertó a la política argentina.
Tras convertirse en Francisco y dejar de lado su rutina en una Buenos Aires a la que nunca más regresó, no sólo se convirtió en el primer Papa jesuita y también latinoamericano, sino en una figura clave de la historia nacional reciente.
Más allá de los católicos, quienes celebraron su nominación asumieron con el tiempo una actitud crítica frente a él. Y por el contrario, quienes desconfiaron de su entronización, al poco tiempo empezaron a ver a Francisco como un aliado.
Por esos misterios de la política vernácula, el kirchnerismo en esa época bajo la presidencia de Cristina Fernández, buscaba arrinconar a Bergoglio al que acusaba de haber colaborado con la dictadura y ser partícipe del secuestro los sacerdotes jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, quienes estuvieron encerrados durante 5 meses en la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Según la reconstrucción histórica, ello habría ocurrido en 1976, cuando Bergoglio era jefe provincial de la Compañía de Jesús y sus acusadores, curas con un intenso compromiso social en los barrios, incluso vinculados al movimiento de la Teología de la Liberación tan en auge en la Iglesia, especialmente, durante la década del '60 y '70.
Por el contrario, la versión de los bergoglistas indica que el futuro Papa intercedió ante la dictadura para lograr su liberación y la salida del país de los curas. Así lo aseguró él mismo en su libro El jesuita donde escribió: "Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas". La duda quedó planteada, ¿entregador o salvador?
Con esa polémica a cuestas, Bergoglio ya sentado en el sillón de San Pedro, no dudó en ser el más argentino de los argentinos. Y rápidamente habilitó en el Vaticano una especie de embajada nacional, parada obligada para todo aquel que anduviera por Europa. De celebridades a deportistas, pasando, obviamente, por políticos que querían su foto con el pontífice. Incluso, alguno para hacer campaña.
Y si bien siempre sobrevoló la posibilidad de una visita al país, esta nunca se concretó hasta la actualidad, una decisión que se sostiene, más allá de los secretos pensamientos del Papa, en sus propios actos públicos.
De ser detractado por el kirchnerismo, pasó a ser referencia espiritual, pero también política. Incluso, al extremo de haberse recordado alguna vieja simpatía suya por el peronismo. O al menos de la reivindicación de la Doctrina Social de la Iglesia que el peronismo siempre hizo propia.
Pero no sólo eso, recibió en innumerables ocasiones a Cristina Fernández, sin cuestionamientos alguno para la situación económica del país, mucho menos de las denuncias de corrupción que pesaban en su contra. Todo ello, al tiempo que se exageraban sus gestos de misericordia hacia figuras con fuerte cuestionamiento como Milagro Sala, Hebe de Bonafini o las cúpulas sindicales.
Hasta la seriedad o las sonrisas en las fotos oficiales fueron puestas en tela de juicio. Así sucedió más tarde con Mauricio Macri y también con Alberto Fernández. Comodidad o incomodidad aparte, Francisco no supo ponerse por encima de las peleas de la coyuntura en Argentina, ni mucho menos, las disputas políticas que terminaron involucrándolo.
La nueva era inaugurada por Javier Milei también representaba un desafío en la relación con el país y sus autoridades, en especial desde que durante la campaña electoral el presidente se refiriera a él -simplemente- como "el representante del maligno en la Tierra". Algo así como un enviado del demonio.
Claro, la lógica del poder y las buenas pautas de las relaciones internacionales hicieron que Milei se retracte y que hasta se dieran un saludo más que cordial al inicio del gobierno libertario, cuando se vieron por primera vez. Diplomacia de ocasión, que le llaman.
Sin embargo, días atrás en una reunión con movimientos sociales de la que formaba parte su casi vocero, Juan Grabois, Francisco no tuvo reparos de atacar directamente al gobierno argentino. Fue cuando aseguró que en vez de "pagar la justicia social, pagó el gas pimienta", en relación a la represión a los manifestantes que reclamaban por el veto a la ley de movilidad jubilatoria. Incluso, dio a entender que había recibido comentarios de empresarios sobre situaciones de corrupción en el gobierno.
La reacción no se hizo esperar y reabrió otra instancia de distanciamiento entre quienes acuerdan con su visión y quienes entienden que su prédica está teñida de una clara intención política. La misma que unas semanas antes el Papa había dejado explícita al recibir y posar con una bandera de Aerolíneas Argentinas a referentes de los gremios aeronáuticos en medio de un conflicto que hoy apunta a discutir la privatización de la compañía aérea. O al mostrarse junto a Pablo Moyano. Claros indicios de sus predilecciones y simpatías.
Si bien no es de esperar que la polémica escale más de lo que se ha visto hasta ahora, está claro que otra vez la grieta argentina vuelve a dividir aguas entre la opinión pública y la Iglesia. O entre la política y el Vaticano. Una situación que aleja aún más las chances de una visita al país que en algún momento fue descartada pues desde la óptica eclesiástica, "no estaban dadas las condiciones".
Está claro que tras lo acontecido últimamente, nada de eso ha cambiado. Por el contrario, la grieta sigue intacta. Incluso, ahora con bendición papal.